IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Más allá de un equipo de trabajo, la tarea de oposición necesita un discurso claro, un relato político y un modelo programático

El relato de ganador de las elecciones le caducó a Feijóo con la investidura de Sánchez. Consumada ésta le toca organizar la oposición para una legislatura imprevisible en su duración, desarrollo y alcance. Esta clase de tareas suele empezar por una remodelación de equipos, la construcción de un núcleo de confianza que en su caso conlleva la frustración de transformar un Gobierno ‘in pectore’, desmantelado por el gatillazo del verano, en un simple gabinete de partido y un escalafón parlamentario. Los nombramientos, beneficio de la duda aparte, apuntan apenas a un retoque funcional del grupo humano que escogió al asumir el liderazgo: prácticamente las mismas piezas con distinto reparto de encargos. El tiempo dirá si ha acertado, pero más allá de ese entorno inmediato quedan pendiente tres trabajos. Elaborar un discurso claro, definir la relación con Vox y levantar un proyecto programático.

La primera tarea no tiene que ver sólo con el tono –más o menos duro, más o menos modulado, más o menos contundente– sino con el fondo. Se trata, en esencia, de que el relato político y la forma de contarlo coincidan con el propósito, con el plan que debe guiar la comunicación entre el PP y su entorno sociológico, el conjunto de sus sectores de apoyo. El segundo cometido afecta a la imprescindible clarificación del papel del partido en el espectro ideológico de la derecha, un asunto que resultó crucial –en sentido negativo– para que el cantado triunfo de julio se tradujera en desagradable sorpresa. La indefinición en este sentido es letal porque los votantes, seguros o potenciales, necesitan certidumbres, precisión, franqueza. Y la propaganda sanchista sabe sacar partido de las vacilaciones y dispone de fuerza suficiente para agrandar cualquier brecha. El ímpetu, a menudo hiperbólico, de Vox no admite distancias medias. O se está lejos o se está cerca. Y conviene encontrar pronto la manera de que se sepa.

El tercer problema puede parecer menos urgente, pero acabará resultando decisivo. Cuando haya que volver a las urnas, la oferta electoral no podrá reducirse ya a derogar el sanchismo; será necesario añadir un planteamiento (re)constructivo. En primer lugar porque la propuesta revocatoria no funcionó la otra vez, y en segundo término porque el proceso deconstituyente puede ir tan lejos que su cancelación exija un mandato completo y existe riesgo de que no haya una mayoría social decidida a comprometerse en ese esfuerzo. No al menos sin el acompañamiento de una oferta de avance sustentada en el crecimiento económico, la cohesión civil, la lealtad institucional y el vigor ético. Eso se levanta poco a poco pero ha de quedar patente desde el comienzo, en cada debate, en cada declaración, en cada movimiento. Y sí, antes es menester garantizar el orden interno. Pero los ciudadanos tienen derecho a ir conociendo desde ahora las bases del modelo.