Francesc de Carreras-El Confidencial

  • Las lenguas sirven primordialmente para entendernos al comunicarnos los unos con los otros, no solo para cohesionar la identidad de un grupo social
«Mientras esperamos conseguir la independencia, sigamos construyendo la nación». Esta es la idea de fondo que inspira las líneas maestras de la política del Gobierno nacionalista de la Generalitat desde la fallida intentona separatista del otoño de 2017.

Los independentistas no han renunciado a separarse de España —»el procés sigue»— aunque de momento han optado por dar un rodeo antes de llegar a su meta, se han dado una tregua táctica hasta que llegue el momento oportuno para intentarlo de nuevo. Por eso siguen sosteniendo el famoso eslogan ‘ho tornarem a fer’. Este es el objetivo estratégico, no pueden renunciar a él, dejarían de ser nacionalistas.

Mientras tanto, sigue la «construcción nacional» que empezó en 1980 con el primer gobierno Pujol y el acento se ha puesto en el elemento esencial del nacionalismo catalán: la lengua. «Una nación, una lengua», este es el punto de partida al que no pueden renunciar. El bilingüismo, aquello que es habitual en la calle, es el principal peligro para la soñada nación catalana, es aceptar como propia la lengua del enemigo. Para ellos sería el suicidio de la nación. 

Nada puede entenderse de la situación política catalana si no estudiamos los orígenes y evolución de su nacionalismo desde fines del siglo XIX. Allí se formularon los dos principales dogmas del catalanismo político: Cataluña es una nación y toda nación tiene derecho a un Estado. El primer inciso es la premisa, el segundo es el objetivo estratégico. Para llegar al objetivo se han ensayado muchas tácticas: todas figuran en la historia del catalanismo político. La premisa tiene también, además de la lengua, muchas otras bases, por ejemplo, la historia, la tradición, las costumbres, el carácter nacional, el derecho, incluso la religión católica. Pero la más principal, y común a todas las versiones nacionalistas, es la lengua, el catalán.

A algunos catalanes, como es mi caso, nos irrita profundamente el uso político del catalán, es un indigno manoseo de nuestra intimidad personal 

A algunos catalanes, como es mi caso, nos irrita profundamente el uso político del catalán. Utilizar algo tan íntimamente ligado a nuestra personalidad como es la lengua materna, la lengua familiar, con la cual nos hemos comunicado con nuestros abuelos, padres, hermanos, hijos y nietos (hasta con mi gato cuando lo tuve), además de muchos otros parientes y amigos, nos parece un indigno manoseo de nuestra intimidad personal. 

Por otra parte, no somos tan insolidarios con una mayoría de los catalanes de hoy, cuya lengua familiar es el castellano, para no entender que hay una solución natural y lógica a este falso problema: la libre opción lingüística de una u otra lengua, es decir, la práctica del bilingüismo, en definitiva, la solución por la que han optado la mayoría de los ciudadanos catalanes. Las lenguas sirven primordialmente para entendernos al comunicarnos los unos con los otros, no solo para cohesionar la identidad de un grupo social. 

Finalmente, conocer perfectamente el castellano es una ventaja de una indudable utilidad, se trata de una lengua hasta ahora en continua expansión, como lengua familiar es la segunda más hablada del mundo después del chino, aunque el inglés, como sabemos, es la de mayor capacidad comunicativa, una especie de latín europeo medieval pero con dimensión global. Además, la tradición literaria en castellano, así como la traducción a esta lengua de otros textos literarios en idiomas extranjeros, es de una gran riqueza, incomparable con la tradición de la literatura catalana, una lengua desaparecida literariamente durante varios siglos y consolidada gramaticalmente hace apenas cien años.

Pero este no es el objeto de la actual disputa lingüística en Cataluña, con este desagradable sectarismo oficial que limita la libertad y no acepta ni siquiera que en la escuela se utilice un 25% de castellano, aunque, ojo, este es el mínimo, porque puede llegar hasta el 75%, la igualdad es la igualdad. La cuestión central no es la mayor o menor utilidad de una y otra lengua. 

Que todo ello deba resolverse en los tribunales, que los padres de los alumnos deban acudir a la justicia indefensos, bajo la amenaza social de otros padres que se enfrentan con ellos y los consideran traidores a Cataluña, sin apoyo alguno de los órganos centrales del Estado, a excepción de jueces y magistrados, es indignante: los débiles desamparados ante los poderosos. Pero este no es el meollo del asunto ni la explicación del problema.

La explicación del problema es todavía más deplorable porque limita la libertad y discrimina a quienes son constitucionalmente iguales. Prat de la Riba, de cuyas ideas viven todavía los nacionalistas, dijo con toda claridad en su libro ‘La nacionalitat catalana’: «Cada nación piensa como habla y habla como piensa […] Quien atenta contra la lengua de un pueblo, atenta contra su alma y la hiere en las fuentes mismas de la vida». Jordi Pujol y tantos otros han escrito frases parecidas. 

«Cada nación piensa como habla y habla como piensa […] Quien atenta contra la lengua de un pueblo, atenta contra su alma» 

O sea que la lengua es el alma de un pueblo y condiciona nuestra forma de pensar. Luego, para lograr que todos piensen lo mismo, al menos en ciertos aspectos, los que se refieren a la identidad, hay que imponer una sola lengua. El nacionalismo, el catalán y cualquier otro, es una ideología tóxica, contraria a la libertad y a la igualdad, es todo menos liberal y democrático. Ahí está la raíz del problema. 

Los niños y jóvenes saldrán de la escuela hablando las dos lenguas más o menos bien, pero lo que se pretende es otra cosa: imbuirles la convicción de que en Cataluña solo hay una lengua porque es una nación y toda nación tiene derecho a constituirse en Estado. También ahí fracasarán, adoctrinar no es tan mecánico. 

En mi escuela, bajo el franquismo, las clases se dieron siempre en castellano, ninguna asignatura en catalán, ni siquiera este miserable 25%. La situación actual no es muy distinta, aunque a la inversa. Pero salí de la escuela hablando las dos lenguas, escribiendo muy mal el catalán y siendo profundamente antifranquista. Afortunadamente, la lengua no es el alma de un pueblo, incluso creo que los pueblos no tienen alma, pero hay una cosa que se llaman las ideas y según una larga tradición estas se aprenden en los libros. 

La política lingüística catalana no conseguirá su objetivo, pero, en el entretanto, daña la convivencia, genera un grave malestar que por muchas razones perjudica a los catalanes. Como se dice en ‘Cartas a un amigo alemán’, de Albert Camus, «amo demasiado a mi país para ser nacionalista». Exacto, ahí está el problema: en el nacionalismo.