Miquel Giménez-Vozpópuli
La denominada mesa de diálogo parecía más urgente que solucionar el coronavirus. Ahora dicen que no viene de unos días. Lo que les sobra de embusteros les falta de vergüenza
Rueda de prensa de la tartavoz del Govern, señora Budó, la que no responde en español porque le da cosica. Veinte preguntas sobre la reunión del president elíptico y el presidente geo estratega, a saber, Torra y Sánchez. Que si la mesa va o no va, que si están designados los equipos técnicos, como si esto fuera un Barça-Madrid, y sí, lo es, que si la mesa está encallada por no ponerse de acuerdo con la milonga del relator, mediador o primo segundo invitado a cenar por obligación. Hondo calado periodístico y social, vive Dios, en el que la tartavoz se esponjaba ufana porque es justamente en ese terreno en el que los neoconvergentes se encuentran más a gusto, especulando sobre la nada y sin dar cuentas acerca de cómo administran nuestros impuestos. Había cuatro preguntas que no iban del monotema, más o menos, a saber, si el Govern acudiría al aquelarre de Perpiñán que organiza Puigdemont y su corte de los milagros denominada Consell per la República, una sobre un oscuro decreto sobre la vivienda, otra sobre la comisión bilateral y, ¡ay! una acerca de la pobreza.
A Budó no le interesa hablar de vivienda, de pobreza ni de nada que no sea la mesa, el relator y toda la fantasmagoría de la que viven ella y los suyos – estupendamente, por cierto – desde hace mucho tiempo, demasiado. Desconocen la más mínima noción de lo que es gobernar, dar cuentas y tomar decisiones, situándose en ese Valhalla que tiene la raza elegida en el que solo hay disturbios cuando un impertinente pregunta porque gasta tanto en teléfono el señorito.
Se les iba la vida en montar esa anti democrática mesa de diálogo, y decimos bien, porque donde hay que dialogar es en sede parlamentaria con luz y taquígrafos y no en un despacho a puerta cerrada. Tenía que estar constituida antes de que acabase febrero, repetían, y lo decía hasta el doctor Sánchez. Ahora resulta, oh milagro de los milagros, que no hay que precipitarse, que no es cuestión de fechas, que Esquerra y la neoconvergencia han de ponerse de acuerdo en lo del relator y que, Rufián dixit, no se trata de meter más presión a una mesa que ya padece suficiente.
Desconocen la más mínima noción de lo que es gobernar, dar cuentas y tomar decisiones, situándose en ese Valhalla que tiene la raza elegida en el que solo hay disturbios cuando un impertinente pregunta porque gasta tanto en teléfono el señorito
Hablando claro, que en Waterloo sentó como una patada en el Satisfyer lo de la mesa, invento de sociatas y republicanos para el que no se contó con Cocomocho, y han decidido sabotear el asunto por aquello de que se avecinan elecciones. Añadía Rufián que había que dejar atrás esta etapa tan oscura y en eso hay que darle la razón. Es oscuro, tenebroso, más aún, siniestro que Cataluña esté a merced del capricho de elementos como Torra, el de Bruselas o Budó, que aunque ejerza de velador espiritista limitándose a repetir lo que le dictan tiene lo suyo.
Es irrelevante, por más preguntas que se formulen y más embustes se respondan, si la mesa se va a reunir hoy, mañana o el día del juicio final, porque lo que se ventila aquí no tiene nada que ver ni con la urgente y salutífera reconciliación entre catalanes que, por otra parte, el separatismo no tiene la menor intención en llevar a cabo, ni mucho menos con encontrar una solución al intento de golpe de estado y sus consecuencias. Ya ven ustedes que los presos van saliendo a hacer cualquier cosa que se les presente, que los permisos son generosos, que más pronto que tarde habrá indultos como llegarán los melones cuando sea temporada y que de lo que discute ni es de mesas ni de nada que no sean los sillones. Los de quienes venden a los suyos que trabajan en silencio para lograr sus objetivos cual pomada contra las hemorroides y los de aquellos que dicen haber llegado al gobierno para solucionar “el problema catalán”, que no es otro que ver como salvan los nada honorables traseros de quienes están firmemente sentados en unos sillones que sufragamos entre todos.
Lo dicho, sillones. No mareen más con el mobiliario.