REBECA ARGUDO-ABC

  • Ha conseguido, y hay que reconocerle el mérito, elevar la crispación hasta lo difícilmente soportable y que invada el ámbito de lo doméstico

¿Prefiere usted desayunar café con leche y pincho de tortilla o té matcha y tostada de aguacate? ¿Le apena más la muerte de dos guardias civiles o la de un pato? ¿Rafa Nadal o Inés Hernand? ¿Manifestación de agricultores o del 8M? Conociendo sus respuestas puedo adivinar lo que opina sobre la gestación subrogada, la amnistía, el independentismo en Cataluña o Eurovisión. No es magia: es el sanchismo.

Lo que en principio no tendría por qué ser excluyente, ahora mismo lo es. Agua y aceite. Y no solo es excluyente, sino que obliga a que lo otro no solo no se tolere, sino que abiertamente repugne. Sin solución de continuidad ni de reconciliación. ¿Por qué no podría gustarme el café con leche y el té matcha? ¿No me pueden caer bien Rafa Nadal e Inés Hernand, sin conocer a ninguno de los dos? ¿No podría solidarizarme con las reivindicaciones de agricultores y también con las de las feministas? Pues no. Eso sería antes, no ahora. Ahora, Sánchez mediante, si a usted le indigna la muerte de un pato (ya sea antes o después de una mascletá desubicada, eso no importa) debe parecerle insignificante el asesinato de dos guardias civiles a manos de unos narcotraficantes desalmados. O corre usted el riesgo de no ser lo suficientemente de izquierdas. Y no ser lo suficientemente de izquierdas implica ser, no ya de derechas, sino de ultraderecha. Nostálgico del franquismo casi. Y no todo el mundo está dispuesto a cargar con el sambenito o ser señalado por adictos a la satisfacción instantánea del ‘like’ instintivo de ociosos con perfil anónimo en redes. Nadie quiere estar en el lado malo de la historia.

No es que haya inventado ahora la polarización, claro, ni la implementación de bloques que compartan identidades ideológicas, por acción o por omisión, para sacar del enfrentamiento un rédito político. Pero sí ha conseguido, y hay que reconocerle el mérito, elevar la crispación hasta lo difícilmente soportable y que invada el ámbito de lo doméstico. Que lo más cotidiano sea susceptible de ser interpretado en clave ideológica. Que los bandos sean irreconciliables y usted solo sienta ganas de aplaudir con las orejas estas líneas o llamar a mi jefe para que me despida. O está usted con una cosa o con la otra, a cara perro, sin matices. Como si de una versión superior del dilema endiablado del Duende Verde se tratara, no es solo que Spiderman deba decidir entre salvar a su amada o a los niños: debe además celebrar el trágico destino del descarte.

Así, no le extrañe encontrar a feministas celebrando violaciones, ministras jaleando a grupos terroristas o buenísimos representantes del pueblo aplaudiendo que se cargue violentamente contra trabajadores del campo. Cuando la guía no es moral, ni siquiera ideológica, sino una mal entendida y ciega lealtad personalista a quien solo se debe a sí mismo y sus intereses, ocurren estas cosas. No es magia: es el sanchismo.