Juan Pablo Colmenarejo-ABC
- Las democracias se destruyen demasiado fácil, por lo tanto, pueden ser víctimas de una negligencia sistémica
Los norteamericanos van a exponer en un museo nacional las pancartas, carteles y banderas utilizadas por los asaltantes del Capitolio para que no se olvide el día en el que la democracia en América fue zarandeada como un muñeco de trapo. En «La ley de Comey» -una serie televisiva sobre el antes, durante y, especialmente, los primeros meses después del triunfo de Trump- se certifica cómo las instituciones democráticas fueron edificadas para ser eternas y resistir el paso del ocupante del trono en el despacho oval. Biden va a inaugurar su mandato, pasado mañana, entre algodones, pero con los cimientos todavía en su sitio. Cuatro años con Trump, apuntemos la lección tal y como dice en ABC el Nobel Vargas Llosa: «El populismo puede corroer incluso las democracias más firmes y asentadas». Tomemos nota porque no hay nacionalismos y populismos en bellos colores. España vive una doble crisis coyuntural, salud y economía, que puede mutar en estructural y tal vez, si no se remedia, en definitiva.
El actual Gobierno del binomio Sánchez-Iglesias buscaba ganar tiempo, construir un poder y permanecer. La pandemia y la crisis económica junto con la inoportunidad de la nevada del siglo han incordiado a quienes entienden la política como un producto a la venta -poca diferencia con el método Trump- no como un servicio a los ciudadanos. La gestión de lo cotidiano resulta ser una molestia improductiva. Mientras en Holanda dimite el Gobierno en pleno por engañar y causar daño, nada ocurre en una España en la que el ministro de Sanidad deja de serlo sin abandonar el cargo porque así lo recomienda la estrategia y la comunicación política. El virus nunca fue derrotado, las vacunas se administran con reservas y las autonomías recortan a discreción las libertades creando peligrosos precedentes. Se echa en falta audacia, verdad y madurez para mirar de frente a la realidad. No es un mal sueño sino lo que nos pasa. Las democracias se destruyen demasiado fácil, por lo tanto, pueden ser víctimas de una negligencia sistémica. Si nos llegara a ocurrir ni siquiera habría oportunidad de exponer en un museo los cascotes del 78.