La sesión de control en el Congreso, bronca como es habitual, parecía transitar ayer por el típico intercambio de descalificaciones. Con la oposición reprochando al presidente del Gobierno que estuviera publicitando unos Presupuestos que tienen marcado tinte electoral y que estén pensados para su reelección. Con Pedro Sánchez dirigiéndose al parlamentario ausente (Núñez Feijóo, que es senador pero no diputado) cada vez que criticaba al PP por no apoyarle en todo lo que hace. Ya se sabe que, para este Gobierno, la oposición y cualquier voz crítica es, por definición, «antipatriota». Pero la mañana se acabó torciendo para el Gobierno de la Moncloa cuando el Banco de España irrumpió en el escenario para decir que la economía crecerá siete décimas menos de lo que admite el Gobierno. Que la recuperación de los niveles del PIB previos a la pandemia se retrasarán un año más, dejándonos en el furgón de cola de Europa. Una enmienda en toda regla para un Gobierno de coalición que, una vez se ha puesto de acuerdo consigo mismo, tiene que empezar a convencer, a base de cesiones, a ERC. Va de la mano del PNV y Bildu pero su socio habitual, con sus trece escaños, ya le ha ido enseñando el camino en anteriores negociaciones: los indultos, la rectificación del Tribunal de Cuentas, una vez renovado, aceptando los avales de la Generalitat para cubrir las responsabilidades de los promotores de la propaganda exterior del ‘procés’ financiada con dinero público. La no aplicación del 25% del castellano en las escuelas. Y ahora, en pleno pulso con Junts en la Generalitat, nadie duda de que elevarán el listón de sus exigencias.
Lo cierto es que ayer Sánchez tuvo que desplegar todos sus recursos de propaganda para presentar las Cuentas públicas como la panacea igualitaria porque ‘el Gobierno de todos’ deja atrás a las clases medias, sometidas a la voracidad fiscal de un Ejecutivo dedicado a regar el huerto electoral de los funcionarios y de los pensionistas, con un aumento lineal tanto en rentas altas como bajas. Y recurriendo a las subvenciones como un parche que deja en evidencia su incapacidad para gestionar la crisis.
Ayer Sánchez dio una vuelta de tuerca a su discurso sobre los ricos y los pobres. Se encuentra cómodo trazando esa línea divisoria, esa recuperación del concepto tan marxista de la lucha de clases, tan propio de su vicepresidenta Yolanda Díaz, para demonizar a los que emprenden y crean puestos de trabajo, como si los ricos fueran unos delincuentes. Ese mensaje que tanto le repele al barón socialista, el presidente de Castilla-La Mancha, García-Page, que lo ha llegado a calificar de «error de bulto». Pero Sánchez, secundado por Nadia Calviño, seguirá hablando de ricos y pobres, de minorías pudientes de señores con puro y brujos (o chamanes fiscales, en versión de la ministra de Hacienda). Los que no les aplauden, quedarán desterrados. Si el Banco de España les estropeó ayer el titular del bienestar y la felicidad… ¡Pobre Hernández de Cos! Le calificarán de «antipatriota».