Miquel Giménez-Vozpópuli

El mensaje de Felipe VI ha sido como el agua: incoloro, insípido e inodoro. Para eso, no hacía falta esperar tanto

España vive uno de los momentos más graves, si no el que más, en toda la historia de su democracia. Mucho más que el 23-F, mucho más que el desafío separatista o que la anterior crisis económica. Lo que tenemos ante nosotros es una doble amenaza que no padecen otros países, más estables que el nuestro. Por un lado, una gravísima pandemia de la que apenas sabemos nada, gestionada por personas que no sabrían llevar ni las cuentas de un quiosco de pipas que van al día, qué al día, al minuto, al segundo, incapaces de prever nada porque los sacas de la política tipo Sálvame y van más perdidos que un pulpo en un garaje.

Eso, por un lado. Por el otro, y he ahí el problema que no tendrán otros, la Corona vive el ataque más duro recibido hasta ahora a través de la persona de Don Juan Carlos y su presunto cobro de comisiones. Dije hace tiempo que, tras el desafío separatista, vendría la cuestión de la forma de estado y ahí lo tienen. No han tardado ni un minuto para, aprovechando esta situación de enorme inestabilidad, sacar los trapos sucios de la Casa Real. Qué casualidad. Las dos cosas, sumadas, son un cóctel explosivo que podría hacer saltar por los aires el orden constitucional.

No se trata de disculpar lo que pueda haber hecho el emérito, que de eso ya se encargarán los tribunales a los que deseamos sean más rápidos y eficaces que, por ejemplo, con la investigación que mantienen hace años con la familia Pujol, a la que el fiscal califica de banda organizada de delincuentes. Sospecho, miren por dónde, que con el padre del Rey se van a dar más prisa. Más allá de eso, que ciertamente es un asunto que huele a diablos, el problema es otro. Se trata de saber si la Corona, como símbolo que debe situarse más allá del ir y venir cotidiano de políticos y politiqueos, sirve para lo que está destinada. De ahí que todo el mundo reclamase la voz de Don Felipe, en tanto que jefe del estado. Su ruptura – y, en el fondo, la confesión de que su padre había actuado mal – con Don Juan Carlos, su pasividad ante los días que llevamos sufriendo el parte diario de fallecidos y afectados, su obligación de ejercer un cargo que, si no sirve para momentos como este, ya me dirán para qué carajo sirve, le obligaban a salir a la palestra y hablar. Pues bien, finalmente, el Rey habló. Pero no dijo nada.

Don Felipe se limitó a reproducir el spot de Coca Cola que le dictó Sánchez. Todo es perfecto, esto va a ser duro, unidos ganaremos y unos cuantos mimitos para estos y aquellos

Uno sabe que al monarca le escribe los discursos el Gobierno de turno, pero también conoce perfectamente que el Rey puede añadir cosas de su propia cosecha e incluso suprimir aquellas que considere poco oportunas. Y Don Felipe se limitó a reproducir el spot de Coca Cola que le dictó Sánchez. Todo es perfecto, esto va a ser duro, unidos ganaremos y unos cuantos mimitos para estos y aquellos. Punto. Tras escucharlo, con respeto, uno se pregunta ¿tanto esperar al Rey para esto? ¿Es todo lo que puede y debe decirnos el capitán general de los ejércitos, el jefe del estado, el Rey de España? ¿Nada más, Señor? Personalmente, me sentí defraudado. Algunos quizá digan que no podía ir más allá ni decir nada aparte de lo que dijo. Si es así, mal andamos.

Recuerdo, y es fácil comprobar esto que diré porque se emitió por televisión en directo en su día, que al conocer el escándalo de Botsuana y el lío con la tal Corina, servidor exigió al por entonces rey Juan Carlos que abdicase por el bien de la Corona. Que una cosa son los Reyes y otra la institución. Los primeros son humanos, falibles y reemplazables; lo segundo, no. A Felipe VI no puedo ni quiero pedirle su renuncia, porque eso sería suicida en la actual coyuntura y, además, no quiero ni imaginarme una regencia hasta que la Infanta cumpliera la mayoría de edad.

Al paso que vamos, no creo que tenga que pedírsela. Porque, si las cosas no cambian, a la monarquía cada vez le quedará cada vez menos tiempo de juego. Y si esto lo dice uno que la considera imprescindible para la convivencia de nuestro país, no quiero ni pensar lo que deben opinar quienes la odian. Si se me permite, lo único que le diría al Rey como militar es, Señor, búsquese la vida, que estamos en la Legión.

Y espabila, Favila, que viene el oso.