ABC-ISABEL SAN SEBASTIÁN
La única postura dudosa en cuanto a posibles alianzas es, hoy por hoy, la de Ciudadanos
EMPECEMOS por sentar una premisa fundamental: no hay más PSOE que el de Pedro Sánchez y lo que su presidencia supone en términos de Nación. Ese es el eje central de la ecuación electoral. El 28 de abril votamos una política de alianzas dentro o fuera de la Constitución. Todo lo demás es secundario.
A favor de blindarle en la poltrona están las mismas fuerzas que lo encumbraron hasta ella, empezando por el Partido Socialista, que como queda dicho es una única organización decidida a conservar el poder cueste lo que cueste, por mucho que algunas voces traten de disimular expresando su discrepancia con algunas decisiones. La verdad es que cuando el actual líder regresó del ostracismo, aupado por la militancia, el partido en bloque se le sometió y le rindió pleitesía. Si queda alguien en esa casa disconforme con la estrategia de abrazarse al separatismo, está tan sumergido, tan acobardado, tan derrotado y envilecido, que resulta irrelevante. Sánchez es el PSOE, y el PSOE, Sánchez.
Sirva esta introducción para proyectar el foco sobre Ciudadanos, cuya posición bien pudiera ser determinante a la hora de formar gobierno. Ningún analista independiente se imagina a los de Rivera pactando con Podemos o con independentistas. Tal combinación sería tan contraria a su naturaleza y razón de ser que no resulta serio plantearla. Ahora bien, en caso de que fuese suficiente un matrimonio entre dos, los propios dirigentes del partido bisagra han sembrado la confusión al introducir un matiz desconcertante en sus respuestas: «Con este PSOE, no». Como si hubiese otro. O como si, dependiendo del resultado que arroje el escrutinio, estuviesen dispuestos a negociar un cambalache consistente en cambiar respaldos y programas por cabezas. Sería muy de agradecer, en beneficio de la claridad, que los portavoces naranjas se decidieran de una vez entre el demostrativo y el artículo, y lo hicieran todos a una, para facilitar al electorado la elección de la papeleta. Porque de la extensa horquilla que dibujan las encuestas la única postura dudosa es, hoy por hoy, la suya.
A la izquierda de los del puño y la rosa, podemitas y separatistas elevan al cielo plegarias para que el PSOE obtenga la victoria y sume con ellos 176 escaños. En plena descomposición interna, a lo más que puede aspirar Pablo Iglesias es al papel de muleta de un Sánchez dependiente de sus votos. Y en cuanto a los que quieren robarnos la soberanía, saben que tienen en él al interlocutor más débil y dispuesto a ceder de todos los posibles. Al más «dialogante», según el eufemismo al uso. Vulgo, al más bizcochable.
A la derecha de Ciudadanos, el PP de Pablo Casado viene de tejer en Andalucía un complejo acuerdo a tres bandas que le sitúa en el centro de la alternativa. Paradojas de la política, podría alcanzar la Presidencia con los peores resultados de la historia del PP, o bien rubricar el fin de esa formación si se produce el temido sorpasso. La herencia del marianismo fue un caladero dividido en tres, donde cada cabeza de lista lucha por pescar los mismos votos. Un legado envenenado que Casado está gestionando con una vuelta a los orígenes cuya eficacia electoral está por ver, aunque merezca reconocimiento en lo que atañe a los principios. Vox le disputa banderas cada vez más populares, empezando por la rojigualda. Pero si está en su mano desalojar al ocupante de La Moncloa, nadie duda de que lo hará. Lo que está en juego es España.