IGNACIO MARCO-GARDOQUI-EL CORREO
La contabilidad de los bancos es una ciencia compleja y abstrusa. Un alto directivo del sector afirmaba, con cierta sorna no exenta de razón, que en sus cuentas de resultados, a partir del margen bruto, todo lo demás es poesía. Lo cierto es que la capacidad de maniobra es muy elevada, pues algunos de los principales datos incluyen grandes dosis de subjetividad en la valoración de capítulos relevantes de su actividad. Hoy mismo tenemos una buena prueba de lo difícil que resulta juzgar su evolución para alguien no especialmente capacitado para ello. La primera sorpresa es la rapidez con la que presentan sus datos, fruto de la regulación y de su control diario. Cuando la mayoría de las empresas todavía acumulan información para el cierre, los bancos se adelantan en una carrera vertiginosa.
Luego está la reacción de los mercados, que a veces se sitúa entre lo incomprensible y lo inaudito. Por ejemplo, ayer mismo presentó sus resultados el Banco Santander. Tremendos. Ha perdido nada menos que 8.771 millones de euros. Bueno, pues la Bolsa recibe la noticia con ligeras subidas. Ya sabe lo que decimos en estos casos quienes no entendemos nada: «Estaba ya descontado». Es decir, la cotización de los días anteriores ya había asumido estos resultados o parecidos y por eso no hay ahora ninguna sorpresa.
No sé, lo único que parece evidente es que el sector financiero no es el que fue. No solo por su valoración y resultados, también por su comportamiento y por su importancia relativa en la economía de hoy en día. Ahora vive permanentemente acosado por la falta de rentabilidad, consecuencia a su vez de una crisis global y persistente que impone unos tipos de interés mínimos, lo que reduce sus márgenes. También influyen muchas decisiones estratégicas adoptadas en el pasado que resultaron equivocadas, unos costes elevados incompatibles con las rentabilidades obtenidas, una total tranformación digital que convierte en obsoletos a una buena parte de sus activos y en desproporcionado el tamaño de sus plantillas. ¡Ah! y una gobernanza anquilosada en el pasado con comportamientos y actitudes con escasa relación con los resultados. Por eso se producen fusiones, se venden oficinas y se prejubila a batallones enteros de empleados, sin que la brillantez haya retornado a sus balances y cuentas de resultados.
En el año del Covid, el BCE impuso la prohibición de repartir dividendos, lo que empeoró aún más su valoración en Bolsa. Una decisión que se alivia ahora, más por evitar mayores deterioros que por una mejoría sensible que las cuentas no reflejan. El BBVA, además de unos céntimos de dividendo, va a comprar sus propias acciones. ¿Por qué? Porque han decidido que están baratas. Es una operación que empujará a la acción…, con el dinero del accionista, claro. ¿No hubiera sido mejor darles a estos su dinero y que decidan ellos dónde lo invierten?