Pablo Zapata Lerga-El Correo

  • El documental deja al desnudo a un terrorista no arrepentido

Desde que se levantó la polvareda de tantas voces contra el documental ‘No me llame Ternera’, de Jordi Évole, tenía ganas de verlo. Y por varias razones. Estamos en un país de gritos, pendencias y algaradas emotivas sin argumentos. Hicieron una campaña destructiva de linchamiento contra el exministro Alberto Garzón, cuando tenía toda la razón en lo que dijo y en cómo lo dijo sobre la leche y la carne de las macrogranjas, además de que seguía las directrices de la UE. Hemos escuchado largamente todo tipo de tramas acerca de Podemos: titulaciones falsificadas, subvenciones de Venezuela, de Irán y no sé cuánto más. Los jueces, no yo, lo han desmontado: todo era falso, invenciones. Sacaron el número de cuenta de una libreta en el extranjero de un exalcalde de Barcelona: los jueces han dicho que fue una invención. La lista sería larga. Pero aunque los jueces lo desmientan, son muchos los que seguirán diciendo que no, que lo que dijeron bien dicho está. Es el poder de la mentira repetida sistemáticamente hasta llegar a ser aceptada como la única verdad, hasta tener más fuerza que la verdad de los hechos. Goebbels fue un genio de la demagogia populista.

Acabo de ver el documental ‘No me llame Ternera’ sobre Josu Urrutikoetxea, alias ‘Josu Ternera’. Lo he analizado con la máxima atención, con lápiz y libreta, tratando de ser crítico en extremo, sin ningún prejuicio y con toda la imparcialidad posible, después de la gresca que se levantó cuando se presentó en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián. Y tengo que decir que es reprobable la figura de ‘Josu Ternera’, pero también la de quienes levantaron el grito del escándalo sin haberlo visto previamente y queriendo sacar provecho en aguas revueltas. Los bulos.

Hubo quienes se escandalizaron y pidieron su retirada sin haberlo visto siquiera

No hay elogio alguno hacia la figura del terrorista. Jordi Évole lo va cercando con preguntas, lo pone en evidencia ante lo que dice, y el terrorista se defiende como puede. Lo que cumple el documental precisamente es eso: poner en evidencia la figura con un pasado de terrorismo. Bajo ningún aspecto, ni de lejos, se ve el más mínimo ensalzamiento o empatía hacia aquel periodo. El trabajo es digno de un buen profesional, va acorralando y poniendo con rigor contra las cuerdas la memoria del etarra. No llega a ser un gran documental porque el protagonista no da más de sí, es muy pobre su talla intelectual, con lo que el producto final decae. Es imposible dar más renombre con ese tema y ese personaje.

Así que si el documental no merece demasiado no es por el director, que lleva con seguridad la entrevista, sino por la dimensión humana -deshumanizada, mejor- del protagonista. No puede dar más de sí en su figura de terrorista recalcitrante, para nada arrepentido. Por eso, alguien que lo haya visto no puede decir que sea un retrato hagiográfico del entrevistado, que se defienda lo más mínimo el proyecto etarra, que haya ‘blanqueamiento’ de aquellos años de plomo. Para nada se banaliza la violencia, lo que hace es un retrato crudo. El terrorista es lo que es: un ser que no pide perdón, que no se arrepiente, duro ante el dolor, que rebusca sus conclusiones de autojustificación en simples «lo lamento». Y precisamente ese es, para mí, el valor del documental: el dejar al desnudo la mente y las palabras del protagonista en toda su dureza, sin añadir nada más. Luego, que cada uno juzgue.

Y ahora viene mi reflexión. Todos aquellos que gritaron contra la película, cientos, hicieron el ridículo. Polemizaron hasta la saciedad exigiendo que se retirara del festival de Sebastián y diciendo barbaridades. Es elemental lo que voy a decir, pero para hacer esa crítica lo primero que tenían que haber hecho es ver el documental. Hacer un juicio, en cualquier sentido, sin haberlo visionado antes es impropio de un periodista; pero, por desgracia, es muy propio de periodistas de partido, de politiquillos de mentes pobres y obedientes que dicen lo que les dicen que tienen que decir, pero sin criterio propio.

Da vergüenza que esos creadores de opinión sean tan parciales, que lo hagan con argumentos tan pobres o malintencionados y que la gente sea tan crédula. Y lo demuestra palmariamente el hecho de que se estrenó en el festival de San Sebastián y se acabó la trifulca mediática. Se dieron cuenta -dudo que algunos lo hicieran- de que no decía nada de lo que habían pregonado, de que no había motivos para la crítica nefasta que se había hecho, que todo habían sido prejuicios intencionados. Como tantas veces.

Por eso habrá que tener sumo cuidado para ver de dónde y cómo viene una noticia para hacer todo lo posible por pasarla previamente por el filtro de la sensatez. Que es lo que con tanta frecuencia falta. Hicieron el ridículo.