ISABEL SAN SEBASTIÁN-ABC

  • En su pugna por conquistar el voto de las mujeres, PSOE y Podemos nos tratan como seres desvalidos que precisan de su tutela

Con motivo del 8-M, izquierda y extrema izquierda se disputan a mordiscos la representación de las mujeres, como si media humanidad abrazase una misma ideología o aceptara ser adscrita a unas siglas concretas. En el empeño de utilizarnos como lanzadera de su poder, empiezan por reducirnos a una única categoría, a un colectivo compacto que acto seguido dibujan como intrínsecamente débil, víctima de toda clase de abusos y necesitado de su protección para escapar a una injusticia soportada mansamente hasta el momento en que ellos, primero PSOE y después Podemos, vinieron a redimirnos del yugo heteropatriarcal. ¿Cabe mayor desprecio?¿Insultan nuestra inteligencia por pura ignorancia o a resultas de la desvergüenza aliada a la desesperación? Es verdad que han perdido definitivamente la bandera de los ‘trabajadores’ y el ‘progreso’, vistos los resultados de su desastrosa gestión, lo cual no les autoriza a erigirse en portavoces de una comunidad que alberga al cincuenta por ciento de la población. Porque cada mujer es una persona única e irrepetible, merecedora de más respeto que el demostrado en ese planteamiento pueril y reduccionista.

Valga como muestra este botón. Desde el agnosticismo, yo me opongo al aborto como derecho indiscriminado de la mujer, porque la decisión afecta igualmente a un hombre y a una criatura indefensa, a la vez que soy partidaria de la maternidad subrogada, bajo condiciones estrictas que garanticen la seguridad y libre elección del proceso. ¿Dónde me sitúa eso? Me considero profundamente feminista, entendiendo dicho término como la reivindicación de igualdad de derechos, oportunidades y responsabilidades entre hombres y mujeres, y precisamente por eso abomino de cualquier ley discriminatoria. La ‘discriminación positiva’ me parece ofensiva y la que priva al hombre de presunción de inocencia en los casos de violencia me asquea por injusta. ¿Eso me convierte en machista pese a llevar treinta años ganándome la vida sola además de criar a mis hijos? Asumo que el hecho de tener a esos hijos (no mi condición femenina) lastró mi carrera profesional en su momento y hace lo mismo con las de las jóvenes madres actuales, por lo que llevo décadas pidiendo leyes que apoyen la maternidad y dejen de poner el foco en el sexo, que no constituye un problema, lo llamen como lo llamen. ¿De qué modo ayuda a esas mujeres el hecho de convertirlas, sobre el papel, en ‘cónyuges gestantes’? ¿Registra la ciencia algún caso de varón embarazado o en fase de lactancia?

En su pugna por conquistar el voto de las ciudadanas, los socios del Gobierno Frankenstein están a ver quién alumbra la mayor ocurrencia, desde la infausta ley del ‘sí es sí’ hasta el plagio de normativa europea presentado como regalo de Sánchez. Todo con tal de ganar la foto de las calles mañana, aunque sea a costa de tratarnos como seres desvalidos que precisan de su tutela.