Amos Oz declaró en su última conferencia que no quería ser una minoría. Siruela la ha impreso bajo el título ‘Las cuentas aún no están saldadas’, Yo tampoco quiero ser una minoría en mi propio país. Quiero ser española, sin complejos, sin aspavientos, en mi comunidad, la vasca. De la que hemos sido expulsados miles de ciudadanos por intentar serlo. Quiero disfrutar de su singularidad cultural, no de su imposición. Creo en los valores de la libertad, la justicia e igualdad que defiende nuestra Constitución. Sin adjetivos: quienes defienden que vivimos en un Estado plurinacional nos condenan a quienes vivimos en cualquiera de las comunidades históricas de este país a ser españoles en minoría. Ninguna nacionalidad debería imponerse a mis derechos y deberes como ciudadana española.

Euskal Herria, ¿qué es eso? Dónde están sus valles, sus ríos, sus montañas. En el lenguaje de quienes desde Bildu la defienden ‘libre, justa y en paz’ suenan palabras como ‘lucha, trinchera, venganza’. No quisiera que mi hijo perteneciera a un lugar así. No quiero un lenguaje de guerra sino de democracia. Escucho a Otegi y al que fue su compañero de celda, Rodríguez. Le oigo hablar del alba. «Esa esperanza nos la da la lucha», «nuestra venganza es la sonrisa de nuestros hijos y nuestras hijas». Nunca ha habido un cortafuegos generacional en el País Vasco. Los «patriotas de la muerte» (Fernando Reinares, 2001) no se han alejado ni un milímetro de sus planteamientos políticos ni mostrado arrepentimiento de sus medios. Ni colaborado con la justicia para esclarecer los 369 atentados con muerte sin resolver. Cumplen condena y hacen herederos a sus hijos de su fanatismo identitario que tanto daño irreparable ha causado en España.

La nostalgia que manifiestan en público, la lucha y la venganza a la que animan a ‘sus hijos y a sus hijas’ se traducen en los 195 actos de pintadas y carteles realizados entre junio y septiembre pasados en el País Vasco en los que se exalta, o se recuerda, o se agradece la labor de ETA y sus reclusos (Crónica Vasca, 30-9). Algunos jóvenes incluso lo hacen en la Universidad pública vasca y en el patio de recreo de su Ikastola para orgullo del presidente de la federación, que les apoya en redes sociales.

Esos jóvenes no conocen probablemente a ninguno de los 1.035 huérfanos que ha dejado ETA. Entre otros, tal vez no conozcan al hijo de Dolores González, asesinada por sus excompañeros de lucha en presencia de su hijo en su pueblo natal, Ordizia. Asisten a otros homenajes, como el del soldado vasco: eufemismo para designar al terrorista que muere manipulando la bomba que prepara para atentar y matar a ciudadanos inocentes.

En mi vocabulario nunca han figurado las palabras venganza, trinchera o lucha, sino justicia, libertad y respeto. Jamás he pedido a mi hijo que se ponga una capucha. En nuestra casa, nos basta con mirar la fotografía de su padre, Gregorio Ordóñez, para entender el significado del coraje cívico y de la perseverancia frente a cualquier forma de totalitarismo identitario. No he hablado nunca a Javier del alba, sino del Estado de Derecho. En el espacio público, cuanto más se excitan las identidades, más retroceden los derechos universales.

‘Identidades asesinas’, escribió Malouf en 1998: «Sería desolador que un pueblo venerara más su historia que su futuro». Y qué decir cuando lo que se venera es sólo un mito, como continúa haciendo el nacionalismo vasco en Euskadi. Es desolador y, lo más grave, legitimador de cincuenta años de terrorismo doméstico dirigido contra los no nacionalistas. No quiero volver a ser minoría.

No hay cortafuegos generacional. Y sí hay concesiones políticas. No basta con legislar sobre la necesidad de deslegitimar el terrorismo. Ni con llenar el discurso público de relatos y de ficciones del relato. Cuando no hay valentía democrática para construir un futuro ético, la mirada se vuelve al pasado para desfigurarlo. Cuando un Gobierno se apoya en un partido que tiene en sus filas a militantes de ETA no mira al futuro, se encadena al pasado. Cuando este Gobierno se apoya en Bildu para revisar la Historia y legislar sobre la memoria democrática de España es sencillamente indecente. Basta escuchar en el Congreso de los Diputados a la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, afirmar que todo lo que han pactado con los partidos nacionalistas tiene como objeto el interés general. ¿De verdad es de interés general en España modificar la Ley del Deporte para aprobar la oficialidad de las selecciones vascas de pelota y surf en competiciones internacionales?

Hay cuentas que por lo visto no están saldadas. Yo sigo fiel a la única nacionalidad certera, la de ser española. No quiero serlo en minoría en mi propio país. Los partidos y este Gobierno siguen, 44 años después de la aprobación de la Constitución, encadenados al pasado. Mirando al alba, algunos. Y el resto de los ciudadanos, la mayoría, al precio de la gasolina y de la luz para poner la lavadora.