EL CORREO 07/03/15
ENTREVISTA, TERESA DÍAZ BADA
· Teresa Díaz Bada recuerda el atentado que mató a su padre, Carlos Díaz Arcocha, primer ertzaina asesinado por ETA
«Llegué a casa de trabajar y vi a uno de mis hermanos llorando. Antes de poder hablar con él sonó el teléfono. Era un periodista que me dijo que habían puesto una bomba en el coche de mi padre». Así recibió Teresa Díaz Bada el mazazo que cambió su vida, el asesinato a manos de ETA de Carlos Díaz Arcocha, primer superintendente de la Ertzaintza y uno de los encargados de alumbrar la Policía autónoma vasca. Hoy, 30 años después de aquel 7 de marzo de 1985, el militar bilbaíno afincado en San Sebastián sigue estando muy presente en el día a día de una familia que ha aprendido a que el «dolor» no les devore y que conviven con él como algo inherente a su propia esencia.
La «confusión, nervios, tristeza y devastación total» que se adueñaron de ella cuando tenía 24 años han dado paso a la búsqueda de «justicia» para su padre, que «dio su vida por lo que creía» y quien, pese a saberse amenazado, no vio venir el golpe. Poco antes de las diez de la mañana, cuando salió de desayunar del bar de la gasolinera de Elorriaga, muy próxima a Arkaute, el Ford Escort sin distintivos que conducía explotó. Los diez minutos que pasó en el establecimiento hostelero, propiedad de un buen amigo, fueron suficientes para que los terroristas colocaran los explosivos en el vehículo y que iniciaran una negra cuenta en el Cuerpo vasco que, a día de hoy, la completan otros 14 agentes asesinados.
Teniente coronel de Infantería, tenía 52 años y una gran «ilusión» porque «estaba convencido de la labor que iba a hacer: crear una Policía autonómica que defendiera al pueblo y que fuera por y para la gente». Tuvo detractores y mientras «muchos de sus compañeros militares no lo entendían y le veían como un traidor porque iba a crear una Policía paralela», los nacionalistas «no le consideraban uno de los suyos». Él se sentía integrado con todos porque «era vasco y español», sentencia Díaz Bada, antes de aclarar que se trataba de «un hombre muy instruido y culto, con un ideario liberal, abierto de mente, dialogante, muy afable y, sobre todo, optimista».
P– En su funeral tuvieron que lidiar con una confrontación que no hacía justicia a las creencias de su padre.
R– Ese día las instituciones vascas y españolas no estuvieron a la altura.
De hecho, los militares no acudieron a los responsos porque la ikurriña había sido depositada sobre el féretro y el Gobierno vasco se negó a poner la bandera rojigualda junto a la vasca pese a que «mi madre y la madre de mi padre se lo pidieron». A partir de entonces, el «escaso apoyo» cayó en picado hasta que «unos meses después le entregaron la Gran Cruz al Mérito Policial en Ajuria Enea… Y hasta hoy».
En ese sentido, Teresa recuerda que «era un profesional buenísimo que tuvo un trabajo muy difícil y poco reconocido». Es más, incide en que «con mi padre se ha dado la omisión permanente del recuerdo, de lo que él fue para la Ertzaintza. No ha existido». Y fue así desde el inicio ya que, según recuerda con pesar e «indignación», en el Boletín Oficial del Estado «apareció que había muerto en accidente de trabajo».
Por ‘Kantauri’ y ‘Anboto’
La hija del superintendente asesinado censura la manera en que se trató a «una persona tan excepcional». «Era bueno, pero bueno por naturaleza, cariñoso, tenía un gran sentido del humor y le gustaba leer, ir al cine y hablar en francés, que aprendió por su cuenta. Siempre agradable. Un buen padre, tolerante y comprensivo», le define.
Eso, en su opinión, da buena cuenta de la «dejación absoluta de los organismos competentes», que apuntala al recordar los «más de 300 asesinatos sin resolver» perpetrados por ETA. En el caso de Díaz Arcocha, dos exertzainas fueron absueltos de «colaboracionismo» si bien, asegura su hija, «uno de ellos, arrepentido, dijo que mi padre era un blanco fácil en un día de niebla». De lo poco que ha llegado a oídos de Teresa es que «dicen que fue ordenado por ‘Kantauri’ y ‘Anboto’, pero no lo sabemos». Porque realmente no conocen prácticamente nada acerca de aquel aciago 7 de marzo.
P– ¿En qué situación judicial se encuentra el asesinato de su padre?
R– El caso está abierto y metido en un cajón. La Audiencia Nacional no nos da ninguna información.
P– ¿Cree que se cerrará?
R– Sí, pero porque prescribirá, no porque se investigue. Soy escéptica y creo que los gobiernos lo están haciendo mal en ese aspecto.
Expresidenta del Colectivo de Víctimas del Terrorismo del País Vasco, Covite, es plenamente consciente de que en algunas pesquisas se han cometido «errores». Pero en las diligencias en torno a la muerte de Díaz Arcocha está convencida de que no hubo fallos. Simplemente, «no se hizo nada».
Iba a los funerales
De la «amenaza permanente» que vivían –su padre llevaba «muchos años» en el punto de mira–, aprendieron que «las ideas se defienden argumentando». Eso es lo que creía el superintendente, seguro de que «el terrorismo acabaría y que había que estar aquí para plantar cara».
Así, y a pesar de la insistencia de su familia, no quiso abandonar San Sebastián. Tampoco esconderse porque, en un momento en el que a los funerales de militares, guardias civiles y policías nacionales no acudían ni los representantes de las instituciones vascas y estatales, Díaz Arcocha y su mujer sí que lo hacían. «Era una vergüenza ver cómo iban cuatro a la iglesia y tenían que salir a los coches por la puerta de atrás», denuncia.
Sus hijos –tuvo cinco– siguen su estela combativa y de amor por su tierra, de la que no se alejan aunque, a juicio de Teresa, «no es lo mismo ser víctima en Sevilla que aquí, donde no les importas a muchos». En su caso, se han repuesto «con el apoyo que nos hemos dado dentro de la familia», que ha visto cómo su vida viraba 180 grados. «No percibes las cosas de la misma manera», asegura.
A raíz del «abandono social» que, según denuncia, padecen no solo ella, sino «casi todas las víctimas», ha tenido mucho tiempo para estar segura de que «el país no merecía a mi padre. Ni el País Vasco ni España. Sé que hizo lo que el quería, pero no se si merece mucho la pena morir por una sociedad que mira para otro lado y no tiene ni una palabra de compasión».
El cese de la violencia terrorista, una puerta «a la impunidad total y absoluta»
El 20 de octubre de 2011, cuando ETA anunció el «cese definitivo de la actividad armada», Teresa Díaz Bada tuvo una eclosión de sentimientos encontrados. Aliviada porque nadie más perderá a sus seres queridos y porque «muchos ciudadanos podrán salir a la calle aliviados sin tener que mirar si hay algo en los bajos de su coche», rápidamente se percató también de lo que, a su juicio, ha venido después: «Impunidad total y absoluta».
Para la hija del superintendente de la Ertzaintza Carlos Díaz Arcocha, estos casi tres años y medio últimos demuestran que «ha sucedido lo que quieren los terroristas». Y pone un ejemplo: «No se puede entender que desde el fin de la violencia ninguna institución esté trabajando en esos trescientos casos sin resolver» de atentados etarras.
Tiene claro que esta aparente dejación «responde a un interés político» y considera que «el Estado se tendría que preocupar de que, si este tema se cierra, se investigue hasta el final. No pueden quedar libres las personas que han matado a nuestras familias».
Teresa está convencida de que se ha conseguido «el deseo de los terroristas, que no haya consecuencias», y confiesa su «tristeza porque todo el sufrimiento no ha servido para nada», así como su «rabia por la injusticia padecida». Es más, apunta que los nuevos tiempos –para Díaz Bada la falta de apoyo social sigue siendo la misma que hace tres décadas– han dejado más acorralados a quienes vieron su vida segada a manos de ETA. «La gente piensa: ‘Jo, ya están las víctimas otra vez, que pesadas’», se duele.
Esa es una de las razones por las que la hija de Díaz Arcocha alberga «muy pocas esperanzas» de que se escriba «un relato real de lo que ha sucedido». «Sería necesario un ejercicio de honradez duro porque muchos tendrían que reconocer su connivencia con ETA», algo que Teresa prevé «difícil».