Tonia Etxarri-El Correo

Las víctimas de ETA desengañadas con el Partido Socialista merecen una consideración

No se puede evitar. En el recuerdo de las víctimas del terrorismo de ETA el mes de febrero siempre aparece aciago, desgarrador. Desde la barrera, a unos les incomoda que se abra el archivo. Sencillamente porque ellos mantienen un cordón umbilical con quienes provocaron tanto horror. A otros les molesta que algunos nombres de víctimas más exigentes con el poder destaquen en las crónicas. Como si hubiera que trazar una línea entre víctimas mejores y peores. Como si quienes mencionan a los críticos con el actual Gobierno español y, en su tiempo con el PNV, estuvieran «utilizando a las víctimas» y, por el contrario, quienes nombran a los partidarios, no. Así está el ambiente en un momento político en el que la confrontación entre bandos parece cotizar al alza.

Por encima de estas miserias, los Múgica (6 de febrero de 1996) y los Pagazaurtundua (8 de febrero de 2003) cruzan sus agendas con los Buesa (22 de febrero de 2000) para homenajear a estos tres militantes socialistas que no quisieron someterse al fanatismo terrorista y por eso ETA se los llevó por delante. Todos comparten la fatalidad de los planes de una banda que, en plena limpieza ideológica, acabó con las vidas de sus seres queridos. Y los recordaron el sábado en Polloe y ayer en Andoain. Por su parte, los Buesa, a través de su fundación, reciben estos días numerosos testimonios de quienes quieren recordar cómo vivieron aquel 22 de febrero de hace 20 años cuando ETA mató al dirigente y parlamentario socialista y a su escolta, Jorge Díez Elorza.

La pesadilla de los años de plomo reaparece, recurrente, en las mentes de quienes reclaman el reconocimiento de la verdad. No piden una palmadita en el hombro ni una expresión «solidaria» con el dolor ajeno. No. Están reclamando que no se tergiverse la historia. Que no se blanquee la brutalidad de ETA. Y que el Gobierno de turno sea exigente con quienes siguen sin condenar la trayectoria de la banda, en lugar de negociar con sus herederos políticos.

La decepción del hijo mayor de Fernando Múgica con su partido de toda la vida, el socialista, cristalizó en su baja como militante en 2018, después de la cena navideña de Idoia Mendia con Otegi. Este año le dirigió una carta a Pedro Sánchez para afearle que se dejara apoyar «por el fascismo que nos asesinó en el País Vasco». Y su actitud provocó reacciones encontradas. Es cierto que otras familias de asesinados socialistas apoyan a Pedro Sánchez en su aventura gubernamental. Pero el PSOE de toda la vida debería preocuparse por los decepcionados, los que han roto el carné y los que se han pasado a otras filas porque no han asimilado la mutación de un partido que fue decisivo en la lucha contra ETA y que sufrió, como el PP, el zarpazo del terrorismo, pero que sin embargo ahora es capaz de sostener, como hizo la presidenta navarra, María Chivite, que hay gente que con ETA vivía mejor.

¿Recordar las injusticias de la banda es añorarla? Lo que estas víctimas echan de menos es la unión de los demócratas. Una unidad que se ha transformado en enfrentamiento. Por eso el recuerdo es un instrumento de defensa propia ante el intento de manipulación. Cada homenaje a las víctimas de ETA es un alegato contra la impunidad. Contra la dejación institucional. Sin los atentados de ETA no todo es admisible. En uno de los homenajes anuales, Maite Pagazaurtundua prometió a su hermano Joseba que «no seremos dóciles». Y ayer le exigía a Otegi que se quitara la piel de cordero. Y que asumiera su responsabilidad política ante tanto destrozo. Los Pagaza, como los Múgica, no descansarán hasta que se reconozca que ETA persiguió a tantos ciudadanos para convertir a la sociedad vasca obligatoriamente en nacionalista. El fanatismo autoritario de la banda no puede quedar desdibujado en la bruma de las injusticias en general. Tampoco la desaparición del terrorismo convierte a Bildu en un grupo parlamentario como los demás. Si persiste en vindicar la historia de ETA con sus asesinos tratados como héroes, su credibilidad democrática queda en entredicho. Sánchez no dice nada. Solo pacta con ellos. En el Congreso. En el Gobierno de Navarra. Cuando ETA dejó de matar, Rubalcaba dijo: «Los hemos derrotado operativamente. Ahora hay que combatirlos políticamente». Ese combate no incluía que fueran tratados como socios y aliados. Esas son las críticas que formulan las víctimas desengañadas con el Partido Socialista. A las que se les debe respeto y consideración.