Juan Carlos Viloria-El Correo

La diferencia entre propaganda y comunicación es que la propaganda es un sistema de interpretación de los hechos animado por una voluntad doctrinal e ideológica. Y la comunicación aborda los hechos desprovista de la intención de promocionar una ideología concreta o establecer filtros sectarios. En un sistema democrático moderno se debe exigir al Gobierno la comunicación de los hechos con la objetividad suficiente como para garantizar a los ciudadanos su libertad de pensar. Desgraciadamente eso no se corresponde con la realidad. Más bien, al contrario. El Ejecutivo utiliza la propaganda para justificar sus decisiones y preparar su actuación desde el poder. El ciudadano recibe un cúmulo de mensajes desde las instituciones en los que se solapan la propaganda y la comunicación, lo que hace complicado distinguir una de otra para tomar sus decisiones en función de los datos reales.

Desde el arranque de la legislatura, la audiencia está sometida al impacto de tres poderosos aparatos de propaganda: el ‘sanchista’, el de Podemos y el de los soberanistas catalanes. En un documental sobre la propaganda ‘El arte de mentir’, un especialista se preguntaba cómo es posible que nuestra capacidad de razonar se vea tan a menudo superada por lo irracional. Y la respuesta parece simple, pero es real: «porque siempre nos han gustado los cuentos de hadas y las imágenes que los acompañan».

La propaganda es un instrumento esencial del Estado moderno, pero con la irrupción del populismo la capacidad de alimentar en la gente falsas esperanzas se ha multiplicado exponencialmente. El sustrato marxista-leninista del populismo de izquierda le permite asumir sin el menor conflicto moral que, como decía Lenin, «lo principal es la agitación y la propaganda en todas las capas del pueblo». O, como escribía Marx, todo es bueno para concienciar a los obreros de su condición social.

Puede parecer un detalle insignificante, pero Pedro Sánchez ha sido en único presidente de la democracia condenado por la Junta Electoral a una multa de 500 euros por utilizar La Moncloa con fines partidistas. A la vista del desparpajo del presidente a la hora de solapar la información y la propaganda desde que llegó al poder, el detalle de la multa es una menudencia. Como dice Javier Bernard, uno de los mejores analistas de comunicación política, la técnica comunicativa de Sánchez es todo un manual de propaganda. Se basa en repetir sin cesar el mensaje para apropiarse de él. Por ejemplo: diálogo, diálogo, diálogo. O la utilización de los conceptos positivos y abstractos (progresismo, justicia, democrático) como identificados con él mismo y de los negativos (crispación, extremo, bloqueo) para colocar toda la carga negativa en la oposición. Pero ha sido la ministra Irene Montero la que ha colocado la propaganda al nivel insuperablemente tosco cuando intentó explicar sus contradictorios comportamientos respecto a la Monarquia. «Si para subir el salario mínimo hay que aplaudir al Rey, lo haremos», dijo.