ABC-LUIS VENTOSO

MUY MAL CUERPO

SOY coruñés y más gallego que el pan de maíz, empezando por mi acentazo, al que jamás renunciaré, aunque algún petardo me tome a veces el pelo (sin darse cuenta de que él, o ella, también gastan su propio acento). Soy un satisfecho y muy orgulloso ciudadano español, algo natural para mí y que nunca me ha restado, todo lo contrario. Simplemente, España es mi país. Me gusta formar parte de algo más grande, que nos une a todos, que tiene tras sí una historia fabulosa, que cuenta con una naturaleza privilegiada, con una gente amical como en pocas partes, con una cultura y patrimonio monumental que solo poseen muy contados pueblos viejos. Por último, soy un feliz vecino de Madrid, ciudad de extraordinaria apertura, con gente afable, guasona y currante, llegada de todas partes y que practica la mejor política económica que existe: la de brazos abiertos y prejuicios identitarios fuera. Para no empalagar con este psicoanálisis personalista, voy acabando. Añadiré que me considero una persona moderada en política, que no se siente cómoda con los extremismos y que cree que –mal que bien– nuestro modelo democrático ha resultado satisfactorio y puede seguir funcionando (siempre que no nos empeñemos en destrozarlo en nombre de populismos míticos y mágicos, que es en lo que andamos). Por último, me identifico con los valores religiosos y culturales que forjaron a Europa y con el espíritu de mi generación y la de mis padres. Admiro a esas personas que han trabajado a destajo para mejorar sus vidas, construyendo de paso un país mejor.

Creo que existen millones y millones de mujeres y hombres españoles con una ficha personal similar a la que acabo de describir, cada uno desde su tierra y costumbres. Y estoy convencido –seguro– de que están sintiendo lo mismo que yo siento cuando escribo a estas horas de la noche: una sensación difusa, entre rabia y humillación, al ver a un presidente de España, un tipo que ni siquiera ha ganado las elecciones (de hecho fue vapuleado) arrastrándose ante el líder de la insurrección separatista catalana, Quim Torra; concediéndole trato bilateral cuando acaba de amenazar a todos los españoles con un levantamiento violento; lisonjeándolo cuando se ha pavoneado de no respetar nuestra ley ni justicia y anima a sus vándalos a «apretar». Un presidente de España iracundo con Casado y Rivera, pero que escucha con respeto y reverencia a quien porta en su solapa el lazo amarillo de apología de los golpistas antiespañoles. Un presidente que otorga prebendas que no conocemos –y que agravian a otras regiones– para que el líder separatista le vise los presupuestos y poder ocupar unos meses más La Moncloa sin pasar por las urnas.

Las imágenes de ayer, esa pamplina entreguista ante los mayores enemigos de España, no le saldrán gratis a quien ha rubricado la felonía. Se enfatiza mucho que el separatismo «es un sentimiento que está ahí». Cierto. Pero también está ahí, perfectamente pisoteado por Sánchez y el PSOE, el sentimiento de millones de españoles, incluidos muchísimos catalanes, saturadísimos de soportar ofensas gratuitas, que nada arreglan y todo envilecen.