IGNACIO MARCO-GARDOQUI-EL CORREO

  • La crisis no va a ser corta y España va a tener que acometer ajustes para compensar el gran incremento de gasto asumido

Vivimos tiempos convulsos, regados de incertidumbre, en los que las previsiones ennegrecen el panorama. Todos los datos y la inmensa mayor parte de las opiniones auguran un otoño complicado en lo económico, crispado en lo político y alborotado en lo social. El último organismo en mimetizarse con el paisaje ha sido el Banco de Inglaterra, que ha subido esta semana los tipos de interés al 1,75%, su nivel más elevado desde 2008. Como justificación del movimiento, ha emitido su visión sobre el próximo futuro, que pinta una inflación persistente y por encima del 13% y un crecimiento negativo al menos durante un año, desde la vuelta de este feliz y desaprensivo verano. Es evidente que cada uno tiene sus propios problemas. Por ejemplo, ellos tienen que sustituir a un presidente gamberro y, mira por dónde, entre los finalistas aparece en el horizonte una pálida réplica de Margaret Thatcher. Todos sabemos las recetas que aplicaría al paciente la ‘Dama de Hierro’.

Pero también hay muchos problemas comunes a todos los países occidentales. La subida de los precios y los problemas de aprovisionamiento energético -de los que solo se libra Estados Unidos-, que obligan a revisar las bases sobre las que sustentamos la transición energética. Para demostrar su necesidad basta con comprobar que el Gobierno alemán, en el que participan los Verdes, ha reabierto minas de carbón para quemarlo en centrales térmicas y se replantea la energía de origen nuclear.

Aquí también tendremos que revisarlo todo, aunque quizás no haya llegado el momento de hacerlo. Una ciaboga de tal calibre necesita unas buenas dosis de medicina social. Mientras tanto, nos dedicamos más a la improvisación, ante la ausencia de un plan completo, coherente y de largo plazo. Que improvisamos es una obviedad. Hemos elaborado tres planes anticrisis en cuatro meses; financiamos los carburantes de los automóviles privados, a la vez que decretamos la gratuidad del transporte público; introducimos nuevas figuras impositivas, con escaso criterio y abundancia de discrecionalidad; modificamos nuestra política exterior en el peor momento y la conducimos por la peor dirección; nos oponemos a la política de restricciones energéticas dos minutos antes de que les tengamos que pedir árnica para elaborar un nuevo plan de consolidación fiscal… Nos dedicamos a contentar a (casi) todos y no a dirigir los comportamientos sociales que son precisos en estos momentos.

Bruselas exige un plan de consolidación en el que es difícil encajar las promesas realizadas

Porque la crisis no va a ser corta. Durante la pandemia, el BCE se ha encargado de sostener todas las medidas de gasto que hemos considerado necesarias a base de comprar todas nuestras emisiones. Pero eso se ha acabado y, aunque se prometen nuevas ayudas para evitar el desparrame de las primas de riesgo de los países más endeudados (un concepto en el que nos incluimos se mire como se mire), la obligación de una consolidación fiscal se va a hacer más necesaria y vamos a tener que recortar las alegrías presupuestarias, guste o no guste. Nos van a exigir que eliminemos los déficits primarios, que son los que existen sin contar el servicio de la deuda; es decir, el resultado de restar los gastos de funcionamiento de los ingresos habituales. Algo que lograrán hacer en 2023 países como Chipre, Grecia y Portugal, dejándonos más solos en nuestra triste posición de deudores impenitentes. ¿Nos darán los inversores financieros -los que deberán comprar nuestras nuevas emisiones- la confianza necesaria? La vicepresidenta Calviño asegura que enviará a Bruselas un plan de consolidación que cumpla las expectativas de las instituciones comunitarias. Pero deberán ser extraordinariamente bajas esas expectativas para que cumplan con ellas nuestros alegres comportamientos. ¿Cómo encajaremos en ellas el compromiso de actualización de las pensiones, el del aumento de los gastos de Defensa y el dinero necesario para cumplir con los tres planes anticrisis prometidos?

España necesita realizar reformas estructurales que agilicen y liberen los mercados, simplificar la maraña legislativa que asfixia la actividad económica y eliminar gastos repetidos y/o superfluos. Y, sobre todo, necesita que seamos conscientes del momento que vivimos y del precio de lo que deseamos. Porque no lo somos.