Miquel Giménez-Vozpópuli
- Por más que insista el gobierno, yo no me siento culpable de nada.
Tiene la pseudo izquierda el empeño en hacernos sentir a todos culpables de lo mal que anda el mundo, desde el cambio climático a los que vienen de Marruecos, pasando por el machista agresor o el agujero de la capa de ozono el cual, ahora que pienso, hace mucho que no sale a relucir. Saben los ideólogos rogelios que no hay peor cosa que hacer sentirse culpable al individuo, que la culpa anula, embota, predispone a pedir perdón, a arrodillarse, y que en esa postura resulta poco menos que imposible alzarse contra sus propósitos totalitarios. Lo que buscan, en fin, es una ciudadanía pidiendo perdón constantemente por cualquier cosa en lugar de individuos en pie, orgullosos y con la cabeza despejada para exigirles que rindan cuentas de sus actos.
Fíjense como en las imágenes con las que nos bombardean a propósito del Tarajal todo son niños, gente llorando, rostros crispados por la desesperación para, acto seguido, decirnos que van a repartir a no sé cuantos por toda España. Si usted intenta matizar lo que sea, automáticamente le llamarán de todo. Fascista, xenófobo, carente de humanidad, egoísta. Lógicamente, a no ser que tenga usted el carácter fuertemente calafateado, acabará por sentirse mal, por notar como la ponzoña de la culpabilidad se apodera de sus sentimientos y acabará por decirse que los del papeles para todos tienen más razón que un santo. No servirá de nada que alguien, con piadosas intenciones, le diga que todo esto no es más que una gigantesca operación diseñada por los servicios marroquís, que no tienen escrúpulos a la hora de utilizar a sus hijos si con eso atacan a los infieles, que Rabat deseaba hacer quedar como un cobarde a Sánchez y, por transitiva, a España. Ya le pueden decir a usted misa, que si los pijo progres han logrado que se sienta culpable, deberá vivir el resto de su vida considerándose un miserable.
Pero no somos los malos de la película. Jamás lo fuimos. Lo que si hemos sido es unos pésimos propagandistas de todo lo bueno y noble que hemos hecho a lo largo de los siglos. Desde la colonización de las Indias, infinitamente más respetuosa, civilizada y moralmente justa que la de los anglosajones en América del Norte – ¿Cuántos nativos indígenas hay en los EEUU y cuantos en Sudamérica? – a la obra de la Iglesia en materia de educación. Ah, pero nos sentimos unos genocidas de mayas, incas, aztecas y demás, y creemos que hasta hace cuatro días a la que discrepabas del párroco te encadenaban a un potro de tortura. Que tengamos en nuestras filas científicos como Ramón y Cajal, Marañón, Oró, Grande Covián o Cavadas no nos impedirá decir que somos un pueblo atrasado. Nos sentimos culpables de sentirnos españoles, de hablar nuestra lengua, de todo lo que nos han dicho que es malísimo y, como nos lo dicen, forzoso será creerlo.
No somos los malos de la película. Jamás lo fuimos. Lo que si hemos sido es unos pésimos propagandistas de todo lo bueno y noble que hemos hecho a lo largo de los siglos
Pues yo digo que no, que no me sale de allí, que no somos los malos de la película, que exigir una inmigración legal y reglada como hace cualquier otro país no es ser un fascista, y que pretender que las leyes deben ser las mismas para todos, hayan nacido aquí o no tampoco lo es. Reivindicar que todos los españoles debemos ser iguales ante la ley, con las mismas oportunidades y obligaciones, y que haber nacido en una parte u otra del territorio nacional no te da privilegios especiales no es ser un centralista. Querer fiscalizar al gobernante no es carecer de sentido del estado. Demandar reformas razonables para que el estado deje de ser una fábrica de producir políticos gandules o militantes zotes en cargos públicos no es ir en contra de lo público. Abogar por la libertad de pensamiento, de imprenta, de empresa, de vida privada, no es defender que unos vivan tan ricamente mientras otros se mueren de hambre.
Me parece a mí que tanto sermón acerca de lo poco solidarios que somos nos está convirtiendo en un pueblo flojito, cobardica, achantado, sin punch. Insisto, a mí no me da la real gana. Con todos los defectos que ustedes quieran, pero somos cojonudos, mucho más que otras naciones que se las dan de estupendas y se pasan el día afeándonos la conducta. E infinitamente más que quienes nos gobiernan. No les quepa duda. No somos los malos de la película.