EL CORREO 31/05/14
JAVIER ZARZALEJOS
· Pretender que las elecciones europeas queden en un paréntesis sin significado puede ser un ejercicio de camuflaje demoscópico, pero sería un error político
No estoy nada seguro de que insistir en la supuesta irrelevancia de las elecciones europeas sea la mejor aproximación para interpretar sus resultados. Porque de afirmar la irrelevancia de la elecciones se pasa a considerar las reacciones del electorado como simples desahogos, se trata a los electores –hayan votado o no– como gentes primarias e impulsivas y a sus decisiones como chiquilladas literalmente irresponsables pues se les avisa de que no tendrán consecuencia alguna.
Pretender que las elecciones europeas queden encerradas en un paréntesis carente de significado puede ser un entretenido ejercicio de camuflaje demoscópico pero sería un error político. Nada más lejos de la realidad que creer que el electorado ha expresado posiciones irreflexivas o improvisadas. Lo ocurrido en la izquierda, donde el PSOE ha sido víctima del abandono masivo de una importante fracción de su electorado, no es la desviación coyuntural de un patrón asentado de voto sino la confirmación de una poderosa tendencia de reflexiva degradación. No es que el PSOE haya perdido votos, es que el espacio electoral de la izquierda se ha roto. Acompaña en su fractura al espacio ideológico convertido en un campo de ruinas en el que unos y otros compiten en la utilización de todos los trucos del discurso posmoderno con el que se disfrazan desde la socialdemocracia fosilizada de los socialistas hasta el neocomunismo de Podemos.
En el centro derecha, las cosas son distintas. La abstención ha dejado los números del PP en estas elecciones sensiblemente por debajo de lo que adelantaban todos los sondeos publicados. Pero, a diferencia de lo que ha ocurrido en la izquierda, el espacio electoral en el centro derecha no se ha fragmentado. Lo votos que han emigrado a Vox, Ciudadanos y UPyD parecen haber tenido un impacto muy limitado en los resultados del PP a nivel global. Por tanto, la decisión de quedarse en casa de estos muchos cientos de miles de ciudadanos no parece una reacción irreflexiva sino una abstención meditada y medida en sus efectos. Ha sido la exteriorización de un malestar que no han querido que resultara letal para el partido que ha concentrado hasta ahora sus preferencias. Esta medida expresión de malestar no debería ser respondida con la banalización de su significado o con la arrogancia de creer que se trata de un voto cautivo que volverá ovinamente al redil cuando vengan las elecciones generales. Precisamente porque, a diferencia de lo que ocurre en la izquierda con el PSOE, esos abstencionistas siguen reconociendo al Partido Popular como el partido de gobierno y su preferencia política, el PP tiene el desafío y la oportunidad de recuperarlos. Es cierto sin embargo que el desafío varia en intensidad porque la lectura territorial de los resultados no es tranquilizadora en comunidades como –pero no sólo– Andalucía, Cataluña y el propio País Vasco. En estas dos últimas, los resultados son sólo parte de un problema que para partidos de gobierno como el PSOE y el PP es mucho mas que electoral.
Las consecuencias que han tenido estos resultados ponen de manifiesto la diferente naturaleza de los problemas de uno y otro. El Partido Socialista ha optado por una opción de emergencia a la vista del daño estructural que padece. La convocatoria del congreso extraordinario era obligada para evitar el derrumbe del PSOE como organización y un recurso oportuno para cortocicuitar las primarias que hasta ahora han sido un fiasco. Parece un congreso condenado a convivir con la sombra de Podemos y el contradictorio recuerdo de Zapatero: un partido que no logra desprenderse del lastre de la gestión de aquel y que, al mismo tiempo, encontró en él un personaje capaz de orquestar sin miramientos una alianza de izquierdas y nacionalistas que les dio un poder durante dos legislaturas. El socialismo ha pagado caro, con jirones del partido, la ingeniería política del zapaterismo, pero a estas alturas es consciente de que su hegemonía en la izquierda está seriamente quebrada, que sus posiciones en el centro se han desvanecido y que la posibilidad de conseguir por sí mismo una mayoría de gobierno practicable es, hoy por hoy, ilusoria. Desde esa cruda evidencia, tentado por la radicalización, enfrentado a dilemas que ha eludido durante demasiado tiempo, el Partido Socialista se ve obligado a construir una nueva oferta política y a hacerlo sabiendo que no dispone de margen de error.
En el Partido Popular, su presidente y presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, ha mostrado mayor sensibilidad hacia sus votantes ausentes que la que revelan otras lecturas mucho más cómodas de los resultados. Con su habitual economía expresiva, Rajoy ha reconocido que «hay que darle una vuelta» a lo que ha pasado y ha mostrado su compresión hacia las razones que han movido a dejar en suspenso su confianza en el PP a votantes que anteriormente le habían apoyado. Es un buen punto de partida para desplegar los recursos políticos dentro del espacio que abre la recuperación económica y promover el reencuentro con unas clases medias que a pesar de su distanciamiento se siguen identificando con los compromisos programáticos del PP, que valoran su capacidad de gestión y reclaman su papel en la garantía de cohesión territorial de España. El Gobierno y el PP pueden reivindicar legítimamente el riesgo de haber evitado una implosión económica como la que amenazaba España al comienzo de su mandato. Ahora les toca evitar que ese y otros esfuerzos pierdan buena parte de su valor si España llegara a situarse en la política precaria e inestable que hasta ahora había conseguido eludir.