Rubén Amón-El Confidencial
El ‘president’ amaga con la convocatoria de unas elecciones, desafía a Esquerra Republicana y demuestra con su ineptitud que es el mejor aliado del constitucionalismo
Se le caían a Quim Torra las cartas marcadas. Y se reconocían a contraluz los hilos con que lo maneja Carles Puigdemont. El presidente en el destierro manda. Y el presidente títere hace el ridículo, hasta el extremo de prodigarse en una ‘declaración institucional’ incongruente y grotesca.
Torra daba por terminada la legislatura al mismo tiempo que la reanimaba. Rompía teatralmente con ERC mientras reclamaba su implicación en la aprobación de los Presupuestos. Y renegaba del Estado opresor a la vez que ratificaba la cumbre bilateral con Sánchez.
El estado confusional de Torra lo reviste de enorme interés para los intereses del constitucionalismo. Nunca un desafío tan feroz había encontrado un intérprete tan negligente y nefasto. Es la razón por la que interesa conservarlo en la Generalitat. A Torra habría que protegerlo, declararlo bien de interés público, pero no homologarlo con el método de blanqueo institucional y político que ha escogido Pedro Sánchez. La cumbre del 6 de febrero refleja un despropósito Y contradice la unanimidad con que la Junta Electoral Central, el Tribunal Superior de Justicia, el Supremo y el Parlament atribuyen a Torra su categoría de inhabilitado.
Inhabilitado debería estarlo por la obscenidad con que profanó este miércoles la sede de la Generalitat. Torra despreció a los catalanes que no lo votaron. Y se expuso a sí mismo como la víctima de una conspiración a la que se ha adherido ERC. No esperaba que Esquerra se negara a reconocerlo como diputado. Y ha decidido vengarse con amagos y faroles de tahúr. O escuchando por el pinganillo las instrucciones de Puigdemont: elecciones temporizadas, ya veremos cuándo.
Se trata de ganar tiempo y de planificar la campaña. JxCAT tanto necesita un candidato competitivo —¿el propio Puigdemont?— como necesita que ERC exponga sus relaciones perversas con el Gobierno de Madrid. Sería la manera de desenmascarar la componenda de los traidores con el Estado opresor. Y de rentabilizar en las urnas el criterio de la pureza soberanista.
De manera pintoresca, la guerra de clanes se concede una tregua antes de declararse. No quiere Torra presentarse como el responsable de unos Presupuestos frustrados ni como el culpable de la parálisis económica y social, aunque la legislatura ha consistido en un permanente sabotaje a las emergencias de los catalanes. Han prevalecido la retórica y el victimismo. Y se ha producido un secuestro de las instituciones que se refleja en el propio vampirismo del ‘president’ Torra.
Indignaba la manera en que este miércoles se apropiaba de la liturgia y del palacio. Torra no habla a la mitad de los catalanes a los que gobierna. Y entiende que su cargo proviene de un derecho natural que sobrepasa el prosaísmo e injerencia de los tribunales. Le faltó decir que es inviolable.
Las eventuales elecciones sorprenden a Ciudadanos en un momento crítico, hasta el extremo de que la primera fuerza política en 2017 puede ser la última en verano de 2020. Un escarmiento que beneficia el equilibrismo del PSC, cuyo líder, Miquel Iceta, ya se observa a sí mismo como sucesor de Torra. La hipótesis requiere trasladar a Cataluña la fórmula de tripartito. Socialistas, comunes y ERC vertebran una coalición que se antojaría atractiva si no fuera porque Esquerra la pretende convertir en la caja de resonancia del maximalismo: la mesa bilateral, el referéndum y la subversión de orden territorial y constitucional como contrapartidas al desgaste que supone oxigenar la legislatura de Pedro Sánchez.