SANTIAGO GONZÁLEZ – EL MUNDO
· «Noticias muy preocupantes desde Barcelona», escribía el jueves Arnaldo Otegi en su cuenta de Twitter. En la misma red, Pedro Sánchez se confesaba «muy preocupado por las noticias que nos llegan desde Barcelona». No hay dos sin tres, Pablo Iglesias explicaba su estado de ánimo y el de los suyos: «Muy preocupados por lo ocurrido en la Rambla de Barcelona».
Podría parecer un error adjetivo, pero es de carácter sustantivo. El malogrado Moncho Alpuente les habría aclarado que «la situación es alarmante, pero no preocupante, porque preocupándonos no llegamos a ninguna parte». No desde luego en una tragedia como la matanza de la Rambla. Pío Baroja, un experto, trató la preocupación en términos sarcásticos al describir el ajusticiamiento del Canelo en el garrote vil: ya sentado en el palo, con el collarín puesto, el verdugo hace girar el manubrio: «Catorce vueltas le ha dao/ y el reo se ha preocupao».
El atentado nos ha dejado 15 víctimas mortales (de momento), más de un centenar de heridos y un gran desorden de palabras. El que acabo de citar es uno. Hay otro en el lema de la manifestación que pasado mañana se va a celebrar en Barcelona: «No tinc por» («No tengo miedo»). Empeño pundonoroso, pero irreal. Hay que tener miedo, lo razonable es tener miedo al terrorismo. No tanto como para desistir de nuestras obligaciones, pero suficiente para adoptar medidas de precaución, un suponer los bolardos, que no van a disuadir a los asesinos de las furgonetas, pero se lo van a dificultar. Pese a lo que crea la señora Colau, el bolardo no es la principal amenaza de nuestras libertades.
La izquierda preocupada. Siempre he pensado que Pablo Iglesias está muy sobrevalorado intelectualmente. Pedro, no. A Sánchez todo le mundo le va cogiendo la medida. Otegi no tiene motivos para estar preocupado. Los suyos siguen siendo plusmarquistas desde hace 30 años en la misma Barcelona, con seis víctimas mortales más. «La raza degenera», le decía Pepe Isbert a Nino Manfredi en El verdugo.
El desorden de las palabras lleva al desorden protocolario. La alcaldesa de Barcelona quiere que la cabeza de la manifestación sea para el pueblo, encarnado en los servicios de emergencias (el Samur, el teléfono 112, los paseantes en La Rambla y también los Mossos d’Esquadra). El Rey que vaya en una fila más discreta. Ella misma no tiene inconveniente en ir a la cola, exactamente el lugar que humanamente le correspondería. Un gesto de coquetería: el Rey y ella a la misma altura. Recuerdo a Inmaculada Colau tachando de «criminal» en sede parlamentaria (febrero de 2013) al vicepresidente de la Asociación Española de la Banca, sin que haya llamado tal cosa, que se sepa, a los asesinos de La Rambla o a los etarras.
Ya veremos si apeamos de la cabeza al policía autonómico que mató a cuatro de los cinco terroristas de Cambrils. Tiene un pasado legionario, no es trigo limpio, aunque fue el único que supo qué hacer el jueves ante los terroristas. Lluís Llach, cuando aún tenía riego cantaba al miedo: «Tinc por, company; tens por, company» (tengo miedo, tienes miedo), con un par de versos que parecen pensados para describir el horror de las Ramblas. «Cavalls damunt del pit/ olor de cos ferit» (Caballos sobre el pecho/olor de cuerpo herido). Yo tengo miedo, compañero. No a las torpezas de los mossos, sí a las negligencias de sus mandos, ese consejero de Interior que clasifica a las víctimas entre catalanas y españolas y sostiene que es lo que le pide su gente.
A ese Puigdemont que considera los atentados como un test para probar nuestra capacidad de asumir la independencia, pese a que una docena de musulmanes vivan de okupas durante seis meses y almacenen 106 bombonas de butano sin que nadie se mosquee. A esa alcaldesa de Barcelona que pagaba la luz a sus okupas. Miedo a la maldad de los terroristas y a la incapacidad y la negligencia de los gobernantes. Tengo miedo, compañero y si tú eres catalán, deberías tenerlo aún con más motivo.