Evitar en los homenajes un relato político que verdaderamente homenajee a las víctimas nos puede llevar a una Euskadi, y por contagio a una España, que sea como una gran Azkoitia, donde los victimarios lleven a la postre la razón histórica. Las lágrimas de cocodrilo no valen. Sin discurso del Estado no hay ciudadano, y menos ciudadanos conscientes y valientes.
De un tiempo a esta parte han proliferado homenajes a las víctimas del terrorismo, diferentes colectivos incluidos religiosos se afanan, incluso en ocasiones con una excesiva culpabilidad que no debieran tener, por manifestar solidaridad con las mismas y solicitarles, además, perdón. La cosa no tiene mucha trascendencia en casos de grupos religiosos, incluso se les puede hacer el no pequeño favor de aclararles que ellos no son el principal problema ante la soledad y el desamparo de las víctimas, y que se puede, por aquello de no ser desagradecido, por no frustrarles, aceptar esa petición de perdón, cuando no hay más que perdonarles, en todo caso, que el olvido y seguir el pairo del nacional catolicismo vasco dominante. El problema es político.
Por eso la cuestión cambia cuando el que desea manifestar el homenaje a las víctimas es una institución política. No es de extrañar que a pesar de la intensa labor de Maixabel Lasa, directora del departamento para las víctimas del terrorismo del Gobierno vasco, determinadas personas en principio poco sospechosas de rechazar un homenaje de esta institución lo hayan acabado haciendo. Es que, aunque venga bien cualquier reconocimiento, no cabe duda de que ese homenaje lo que puede acabar denunciando es la inexistencia de otras cuestiones que pueden preocupar más a las víctimas, como es la de la dignidad de sus muertos o la reclamación de justicia. Aspectos ambos más importantes que el verse candorosamente mecidas por un discurso que no aclara cual va a ser la posición de ese Gobierno frente al terrorismo. Todo ello, sin que se pueda adelantar la sospecha de que un Gobierno, sea el vasco u otro, lo que pueda estar intentando lisonjeando emotivamente a estas víctimas sea que dejen de ser un obstáculo ante cualquier solución negociada con el grupo terrorista que asesinó a sus familiares. El problema es político y como tal una institución política no lo tiene tan fácil para realizar un homenaje a este tipo de colectivos.
Si dicha institución considera que comparte con ETA los objetivos finales, autodeterminación, territorialidad e independencia, y considera que es necesario la negociación política con ella, es decir negociar sobre los elementos políticos antes citados, negociar con un grupo delincuente toda una institución legitimando a éste, acabaría otorgando sentido político, validez, al asesinato de los seres queridos, porque esos asesinatos han servido para negociar, incluso para que se abra la posibilidad de esos fines compartidos puedan conseguirse. Con ello, también, en el seno de este proceso negociador, proceso constituyente, en el seno de ese nuevo futuro político, es más que probable que sean amnistiado los asesinos. En este tipo de cuestiones reside la preocupación de las víctimas, que quede sin sentido positivo a favor de la convivencia democrática la muerte de su ser querido y que, por el contrario, se haya acabado convirtiendo en una razón para una negociación por la que se pone en entredicho el sistema por el que su familiar murió. Quedan sus muertes sin sentido, por el contrario, las gana para el victimario, y, además, éste queda incólume ante la justicia porque saldrá de la cárcel en la nueva situación política.. Las víctimas quedan huérfanas, así, de su dignidad y de la justicia, por mutis por el foro del Estado. Por eso le costará mucho al Gobierno vasco, parte importante de ese Estado, que las víctimas acudan a un homenaje como el suyo.
Joseba Arregi manifiesta con todo tino que la cuestión es preservar, en toda esta crisis política y de valores que la negociación ha creado, el relato. Un relato que debe ser el de los demócratas y el de las víctimas, porque si no será el relato del nacionalismo en el que el asesinato del otro, del opositor o del funcionario, cobra sentido político, y donde sería el relato del nacionalismo más agresivo el que acabaría dominando en nuestra sociedad. Es decir, una Euskadi, y por contagio, una España, que sea como una gran Azkoitia, donde Pilar Elias además de amenazada es socialmente aislada y donde los victimarios son los que a la postre han tenido la razón histórica. Tuvieron toda la razón en asesinar a su marido. A esto nos puede llevar evitar en los homenajes un relato político que sea el que verdaderamente homenajee a las víctimas. Lo otro, las lágrimas de cocodrilo, no sólo no valen, crean sospecha y preocupación.
Por eso cuando decía al principio que se puede descargar de responsabilidad y, sobre todo de culpabilidad, a determinados colectivos, entre ellos los religiosos, cuando vienen ahora a pedir perdón, es porque el problema es político, y hasta que las instituciones no lo consideren así, poca responsabilidad tiene el ciudadano, por demás aislado en una sociedad atravesada por la violencia y una ideología muy agresiva y sectaria, en no haber manifestado antes su solidaridad con las víctimas. Es que sin Estado, sin discurso de éste, no hay ciudadano, y menos ciudadanos conscientes y valientes, y menos cristianos misericordiosos.
Eduardo Uriarte, BASTAYA.ORG, 4/4/2007