Normalidades

JON JUARISTI, ABC – 08/06/14

Jon Juaristi
Jon Juaristi

· La necesidad del relevo generacional se ha convertido en argumento básico de todo discurso contra la actual Constitución.

En torno a un árbol dorado ronda sin reposo una figura febril e insomne que empuña una espada. Trata de impedir que alguien más joven –un forastero o un esclavo fugitivo– desgaje una rama, lo que le daría el derecho de combatir contra el guardián y el de heredar su función si consiguiera quitarle la vida. Tal era el protocolo de la sucesión de los reyes sacerdotes de Nemi, en el que Sir James Frazer vio el arquetipo de toda monarquía primitiva. El asesinato del rey y su sustitución por el regicida venían a ser todavía un trámite habitual en la monarquía visigótica durante su fase electiva. Para convertirla en hereditaria, Leovigildo tuvo que decapitar a su primogénito, Hermenegildo, que andaba moviéndole la silla.

La presencia conjunta del Rey y del Príncipe de Asturias en el Capítulo General de la Orden de San Hermenegildo –una orden militar para veteranos distinguidos de las Fuerzas Armadas– invita a suponer que se decidió hacer coincidir la fecha de la abdicación de Don Juan Carlos con dicha celebración. Porque sólo a raíz de la ejecución de Hermenegildo en 585 se instituyó una dinastía real propiamente dicha en tierra hispánica. Como es sabido, fue Felipe II quien, un milenio después, en 1585, atribulado por el trágico final de su díscolo heredero, don Carlos, instó del Papa Sixto V la canonización de Hermenegildo. La Orden que lleva el nombre de este último fue creada por Fernando VII en 1814. Fernando fue un don Carlos con más suerte: conspiró para destronar a su padre, instigó el motín que llevó a la abdicación de este y, tras recobrar la corona una vez vuelto a España, mantuvo a Carlos IV desterrado de por vida.

Tampoco Hermenegildo fue un modelo de piedad filial. Devino santo sevillano porque en Sevilla se alzó en armas contra Leovigildo, proclamándose rey, y porque la sede episcopal hispalense representaba la continuidad del catolicismo hispanorromano frente a la Toledo arriana. Los historiadores actuales no consideran que la opción de Hermenegildo por la Iglesia de Roma fuera el origen ni la principal causa del conflicto con su padre, pero se arguyó para canonizarlo que su martirio favoreció la institucionalización de la monarquía hereditaria, así como la conversión posterior de Recaredo y la de todo el reino al catolicismo en el III Concilio de Toledo (589). Aparece, por tanto, como un normalizador dinástico (y católico) al que pueden recurrir los reyes españoles para arreglar las disonancias sucesorias.

Pero precisamente de ahí, de un excesivo énfasis en la normalidad, pueden derivarse complicaciones para la monarquía. En el mensaje del Rey a la nación, el pasado día 2, había algo que disonaba, aunque se haya convertido en un tópico (reciente) en el género de los discursos de abdicación europeos: la alusión –por dos veces en el mensaje del Rey– a la necesidad de que una nueva generación asuma el protagonismo de la historia. Ahora bien, una abdicación nunca debe tener (y menos esgrimir) como razón el relevo generacional. Este es un hecho biológico y social que se produce fatalmente y con independencia de las abdicaciones.

Pero además resulta que, en la coyuntura presente, la supuesta necesidad del relevo generacional y la exaltación correlativa de la juventud y de sus indemostrables merecimientos constituyen los argumentos fundamentales de todos los discursos antimonárquicos, desde los de la extrema izquierda hasta los del sector declaradamente republicano del PSOE. No insinúo que el republicanismo sea una posición ilegítima ni antidemocrática, pero es obvio que no es monárquica ni compatible con la actual constitución, y eso no lo cambia ni san Hermenegildo.

JON JUARISTI, ABC – 08/06/14