JOSÉ IGNACIO CALLEJA-EL CORREO

  • Sorprende que la política mediática espere palabras y pasos alternativos de quienes acompañaron a la banda terrorista hasta el final

Cuesta volver a los efectos de ETA en nosotros por más que la cultura (novela, cine o teatro…) esté considerándolos a fondo en nuestros días. Sin duda es un juicio que seguirá por años y generaciones. El hecho mismo de que cueste es todo un síntoma. Cuando el 18 de octubre Arnaldo Otegi, líder de la izquierda abertzale, reprodujo fundamentalmente el comunicado hecho público por ETA en 2018, refiriéndose ambos a la responsabilidad directa adquirida por ETA en el dolor de las víctimas y a que nada de todo aquello debió producirse jamás o no debió prolongarse por tanto tiempo, me pareció que seguía una ‘lógica’ que no podía abandonar sin irse a casa. Y, como él, cualquiera que hubiese estado en su lugar durante esos años, desde la amnistía del 77, la Constitución del 78 y al menos desde el asesinato de Miguel Ángel Blanco (1997). En realidad muchos lectores dirán que he de escribir desde ‘siempre’, pero todos conocemos cómo fue evolucionando la conciencia moral y política de la mayoría de los vascos frente a ETA. Lo dejo aquí.

Decía que Otegi en ese discurso de Aiete hizo lo que le corresponde a alguien que tiene mala conciencia en su vida personal y política, pero en absoluto se desdice de la naturaleza profunda del hecho que la motiva. Y esta es una muestra más de una ‘lógica’ que viene a decir ‘no fue terrorismo’, no lo fue en su origen, no lo fue durante muchos años, no lo fue con evidencia y menos aún se puede decir desde cuándo. A mi juicio, este es el comienzo de la valoración de la izquierda abertzale que compartía Otegi y que seguirá por mucho tiempo. Tal vez, para ‘siempre’; me refiero a que se incorpore al relato final que la historia del pueblo vasco asuma.

Otegi, como prototipo de una parte importante del pueblo vasco, representa a quien entiende que ETA realizó acciones muy violentas y dañinas, con males colaterales inasumibles, pero que nunca fue un terrorismo que los buscara. Por eso, para ellos, ni fue terrorismo ni aterrorizó, sino violencia de respuesta, desbocada en ocasiones, pero de respuesta; sobre ella puede discutirse si fue políticamente necesaria en sí misma o, acaso, provisionalmente y hasta cuándo; y sobre ella debe reconocerse ya el dolor que causó; pero nadie, entre esos muchos, va a decir ‘ETA nunca debió existir porque era un mal absoluto en sí mismo, era terrorismo, aterrorizó’. Este es el primer elemento de la cuestión para mí. En su seno, cada vez que uno lo confirme con voz pública, lo hará desde su ‘casa’ para no volver a la política de primera o de segunda línea. A la política de la izquierda abertzale.

Me parece de una ‘lógica’ evidente. Cuando se mezcla un grito de ‘no puede ser, eso que dices es injusto, eso es inaceptable pensarlo’, es equivocar la lógica de un proceso con los principios morales que uno defiende, sin caer en la cuenta de que son dos cosas distintas. La lógica política de lo que va a ser y el deseo moral de lo que debiera ser. Quien permanece en la política puede sentir el dolor provocado, pero no que hubo un mal absoluto, ‘inasumible’ desde el origen, porque lo diría marchándose en silencio. Llegado el caso, puede decir que hubo un mal, pero asumible y menor respecto del mayor: la dictadura primero, la constitución nacional y el capitalismo, después. Me sorprende que la política mediática espere unas palabras y pasos alternativos de quienes acompañaron a ETA hasta el final, sin una sustitución generacional, o dos, o tres, sin ningún compromiso vital con ese tiempo y sus protagonistas.

Esta forma de ver las cosas que expongo hace que el hecho de que nos cueste volver a hablar de ETA no procede de condescendencia alguna, sino de razones tan sinceras como que a tantos, y tantos, nos llevó hasta los 80 ver el terrorismo como terrorismo, y a muchos otros hasta los 90; después, porque decir fue terrorismo siempre y de la peor calaña, cada vez mayor, a gran parte de la población vasca no le convence; ella dirá, en su mayoría, o que no fue propiamente terrorismo, lo he explicado, o que lo fue hacia finales de los 90, cuando la ponencia Oldartzen (1994) y el asesinato de Miguel Ángel Blanco (1997) pusieron a las claras de qué se trataba.

Y porque -creo que puede añadirse- una gran mayoría de los vascos, muchos, muchos, piensan que este es un pueblo que sobrevive defendiéndose, que no tiene otro camino que hacerlo para salvarse cultural y políticamente, y no pocos de ellos, muchos menos, pero no pocos, que ante esa soberanía cultural y política pocos valores éticos, si alguno, pueden proponerse superiores. Es precisamente lo que, una y otra vez, bastantes hemos defendido, que hay pactos políticos transversales e imprescindibles en una sociedad diversa hasta en su identidad colectiva, y que hay virtudes y mandamientos éticos anteriores y superiores a cualquier causa política y cultural. De esto van la ética cristiana y civil en última instancia.