EL PAÍS, 31/7/2011
«Éramos seis ertzainas rodeados de 40.000, 50.000 personas. Les pedimos que nos ayudaran, que contra ellos no íbamos a actuar. Tampoco hizo falta. Eran los buenos». Tras las palabras pronunciadas con templanza se esconde un agente con 18 años de carrera en la Ertzaintza, que prefiere preservar su identidad y que se fogueó en el San Sebastián de los 90, el de los asesinatos de Gregorio Ordóñez, Fernando Múgica o Miguel Ángel Blanco.
Su relato se remonta a la ejecución del joven edil popular de Ermua el 12 de julio de 1997, un turno de 12 horas, miles de personas manifestándose ante las sedes de Herri Batasuna (HB), un puñado de agentes de servicio que decide descubrir su rostro por solidaridad y una imagen en los periódicos, el abrazo entre los que clamaban contra ETA y los efectivos que protagonizaron el valiente gesto.
El secuestro y posterior asesinato de Miguel Ángel Blanco, considerado punto de inflexión en la repulsa social y lucha contra el terrorismo, dejó imágenes para la historia. Carlos Totorika (PSE), alcalde entonces y también ahora de Ermua, extintor en mano, se vio obligado a defender la sede de HB junto a varios agentes de la Ertzaintza. La misma instantánea en San Sebastián. Nunca antes se había visto algo parecido y no se ha vuelto a producir. Al menos con la misma intensidad. Se calcula que cerca de cuatro millones de personas abarrotaron las calles de un sinfín de municipios de España durante el fin de semana que ETA retuvo a Blanco y en los días posteriores a su muerte.
«Salimos de Bilbao cuatro o cinco compañeros que estábamos destinados en San Sebastián y al pasar el peaje de Zarautz nos enteramos por la radio de que le habían matado», continúa el agente al otro lado del hilo telefónico. Dos furgonetas, según detalla el ertzaina, recibieron la orden de salir a las calles de la ciudad para evitar altercados. «Nos dirigíamos a la sede de HB, creo recordar que estaba por Amara, cerca del centro, y una de las patrullas se detuvo por un pequeño incidente. La gente empujó al suelo a una mujer que había hecho comentarios a favor de ETA y de los presos», recuerda. En el altercado un ertzaina se dislocó un brazo y una de las furgonetas tuvo que regresar a comisaría. Solo seis agentes para intentar controlar la rabia, la impotencia y la desazón de los manifestantes.
Cuando los ertzainas consiguieron llegar a la sede de la entonces marca de Batasuna uno de los efectivos se dirigió al jefe de operaciones. «Llevábamos puesto el verdugillo, el casco, también habíamos sacado alguna escopeta y uno de mis compañeros planteó la posibilidad de que nos descubriésemos el rostro», rememora el policía. «No creo que ante esta gente tengamos que actuar así, dijo, no es necesario ocultarse». Uno a uno los integrantes de la patrulla se retiraron las prendas de protección que cubrían sus cabezas. «Yo no estaba seguro, enfrente teníamos a todos los medios de comunicación, les dije que nos iban a filmar, que iban a salir nuestras caras y que por seguridad no deberíamos hacerlo pero a mis compañeros les dio igual», explica. El policía fue el último de los agentes en despojarse del casco y el verdugo. Estaba anocheciendo, según recuerda, las cámaras encendieron sus focos y los flashes de los fotógrafos empezaron a disparar. Los manifestantes se abalanzaron sobre él. «¿Recuerdas las imágenes? Soy el ertzaina al que abraza todo el mundo».
«De mi vida profesional, el recuerdo que con mayor cariño guardo es este. Sobre todo, por la actitud de la gente, por el hartazgo, por el mensaje que lanzaron de que todo esto se tenía que acabar», añade. El agente ha decidio hablar tras 14 años de silencio. Ha tenido que lidiar contra el terrorismo con el uniforme puesto y en la intimidad de su casa, después de que años más tarde ETA asesinara a un familiar. Con 23 años intentó entrar en la Policía Nacional pero un error administrativo se lo impidió, entonces probó suerte en la Ertzaintza. Buscaba la seguridad de tener un empleo fijo. Nunca creyó tener vocación hasta que ingresó en el cuerpo.
El agente no alberga esperanzas sobre el fin del terrorismo. «Se tendría que haber separado la política del terrorismo mucho antes, se les tendría que haber aislado, cortar sus apoyos políticos y sociales, habrían acabado como los Grapo, atracando bancos», opina.