Para unos, se trata de una simple ocurrencia ejecutada sin legitimidad suficiente; para otros, una necesaria demostración de arrestos, un puñetazo sobre la mesa para que se oiga alto y claro en Barcelona. La decisión del equipo de Gobierno de Batea, que lidera el alcalde Joaquim Paladella, de analizar las hipotéticas condiciones de anexión de este municipio tarraconense a la Comunidad de Aragón no ha dejado indiferente a nadie y ha sido recibida con división de opiniones.
«Llevo una mañana de locos [explicaba ayer el regidor en el despacho mientras su móvil echaba humo], con mucho revuelo y sin despegarme del teléfono, pero no me pilla de sorpresa, sabía el nivel de riesgo que asumía cuando ayer le confirmé la noticia». «Creía que todo iría mucho más despacio, pero el peso de su periódico lo ha acelerado; le repito que nos sentimos catalanes, pero también que no vamos a consentir más desprecios de la Generalitat», advierte Paladella, cuyo hijo ha acudido al Ayuntamiento para advertirle de que hay gente «echando pestes» sobre él y su consulta.
Las diferentes sensibilidades que afloran con el proceso soberanista se perciben ya desde la misma rotonda de entrada a un pueblo que jamás tuvo la más mínima dificultad para vivir su catalanidad dentro de España. Ahora ya no es tan sencillo: las banderas constitucionales, la española y la senyera por un lado, y la estelada independentista por otro, escoltan un enorme Batea en letras de colores a modo de bienvenida.
La escenografía de banderas continúa en la Plaza Mayor, con una senyera y el corazón de Cristo Rey (Reinaré en España) sobre fondo rojo y gualdo conviviendo en los dos balcones de la casona que habitan José María Sanjuán y Montserrat Llop con sus tres pequeños. Él no está, pero Montse baja al portón de entrada y atiende gustosa a EL MUNDO: «Aquí nos consideramos catalanes y españoles. A nosotros no nos engañan los políticos de la Generalitat; antes sólo poníamos la bandera española en fiestas, como hacía todo el pueblo hace 25 años, pero desde que aparecieron unas esteladas enormes, ahora la dejamos todo el año, es como un símbolo de libertad de expresión. La gente tiene miedo a represalias, pero no consiento que me digan qué puedo hacer y qué no en mi casa, faltaría más».
Francisco, el padre de José María, termina de aparcar su coche en el momento de preguntar por la propuesta de integrar Batea en Aragón. «Aquí hay mucho afán de protagonismo y maniobra política. Como catalanes, nunca hemos tenido problemas de identidad dentro de España. ¿Integrarnos en Aragón? No creo que llegue a suceder, pero Cataluña ya perteneció a la Corona de Aragón, ¿no? Tampoco sería para rasgarse las vestiduras».
Como en toda plaza de pueblo que se precie, el verdadero poder fáctico se camufla en los grupitos de jubilados que se sientan en la sombra. Allí están, acompañados por otros cinco veteranos, Antonio Brio y Vicente Paladella. Casualidades de la vida, son los padres del concejal de Hacienda, Francesc Antoni Brio, y del alcalde, respectivamente, y recalcan una idea que se repite por doquier. «Que conste que nos están echando. Batea se siente catalana, pero algo habrá que hacer cuando te dicen a la cara que no somos prioritarios, cuando en un pueblo envejecido como éste, de renta agrícola, te hacen promesas que incumplen una y otra vez», critica Antonio.
En Batea, donde se habla catalán al cien por cien e incluso se nota el esfuerzo que hacen sus paisanos por expresarse en castellano, nunca han existido problemas de convivencia con el resto de España. Es rara la familia que no ha tejido lazos familiares o de amistad con sus vecinos maños. «Tenemos hijos allá, tenemos hijas que vienen de allí… La culpa de esta situación la tienen políticos como los de Gandesa (CDC) que nos hacen la vida imposible porque no somos de su cuerda», reflexiona Vicente.
A la espera de una reunión con el subdelegado del Gobierno en Tarragona, Jordi Sierra, y el presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, para examinar opciones jurídicas sobre el futuro de Batea, la tranquilidad es absoluta en la residencia de ancianos, la falla que ha provocado el terremoto con 30 de sus plazas vacías por falta de presupuesto. «No estamos autorizados a hacer ninguna declaración, pero aquí dentro vivimos un día normal, ni siquiera se han enterado de todo este revuelo de televisiones y periodistas», comenta una de las cuidadoras.
Muy cerca de allí, en la terraza de Ca L’Antoni, no permanecen ajenos a la invasión. La idea del alcalde centra la conversación de cinco tertulianos, bastante enfadados con Paladella. «Esto –opina Braulio– es una payasada y vamos a ser el hazmerreír de toda Cataluña y de toda España». «Este señor –se enciende uno de sus amigos alumbrado por varios quintos de cerveza– no tiene legitimidad para plantear algo así y es su venganza personal por el odio que le tiene al PDeCat. Si quieres, coge tu libretita y pregunta, pregunta. Vete apuntando en una lista cuántos te responden que quieren ser maños».