Mikel Buesa-La Razón
- La nueva generación que ahora ocupa las aulas de las Universidades se ha vuelto más moderada que las anteriores; la forman chicos y chicas que políticamente se colocan en el centro
En algún lugar leí hace tiempo que la verdadera nostalgia es la del futuro; o sea, la que toma nuestra realidad actual para compararla con la que, en su día, creímos que podría llegar a ser. Ahora, cuando después de medio siglo me preparo a abordar la última etapa de mi periplo docente, me enfrento a esa nostalgia y me pregunto si he contribuido suficientemente al progreso y a la formación de quienes han sido mis alumnos. Éstos son, sin duda, los que pueden avalar el resultado de tantos años de trabajo académico, aunque aparentemente su estampa sea casi inmutable. Me explico: una de las experiencias más impactantes del docente es que, curso a curso, va cumpliendo años –hasta hacerse viejo– mientras que los jóvenes a los que se enfrenta tienen siempre la misma edad. Parecen inmutables, siempre con su envidiable lozanía y sus ganas de hacerse con el mundo. Mas es sólo apariencia porque, con el curso del tiempo, han ido cambiando de actitudes, opiniones, valores, intereses y maneras con las que afrontar la vida.
Una encuesta de la Fundación BBVA centrada en los estudiantes universitarios, que acaba de publicarse, nos señala precisamente eso. La nueva generación que ahora ocupa las aulas de las Universidades se ha vuelto más moderada que las anteriores; la forman chicos y chicas que políticamente se colocan en el centro –a veces con un pequeño sesgo hacia la izquierda y en otras hacia la derecha–; que se ven muy poco influidos por la fe religiosa, si es que la tienen; y menos aún por los partidos políticos, los sindicatos y las instituciones gubernamentales; y son tolerantes. Además, pese a que permanecen mayoritariamente al amparo de sus padres porque la sociedad no ha sabido atender sus necesidades de independencia, se muestran optimistas con respecto a su futuro profesional; un futuro que vinculan a unos estudios elegidos de manera vocacional en la mayor parte de los casos. Y confían, tal vez con demasiada benevolencia, en el progreso impulsado por la ciencia. Me parece que esta generación, distinta de la que pude añorar hace años, satisface mi nostalgia y me dice que algo he podido yo aportar para mejorar la sociedad española en la que vivimos.