Agustín Valladolid-Vozpópu

Pablo Casado empieza a intervenir proactivamente en la agenda política para definir el corto y medio plazo, o acabará cuajando la idea de que la única oposición útil es la que presentan la CEOE y el Ibex 35

En los últimos días, las principales tendencias en Twitter eran -puede que aún sigan siéndolo- Jorge Javier Vázquez, Belén Esteban y Kiko Matamoros. Y luego nos llaman la atención los resultados de las encuestas del CIS. Faltaba el fútbol con aplausos amañados para cerrar el círculo virtuoso de las falsas apariencias, y ya lo tenemos aquí. Vivimos en la ilusoria burbuja que nos han construido Paolo Vasile e Iván Redondo, hacedores máximos de apasionantes debates subumbilicales y de la recuperación del opio del pueblo como guinda de ese pastel minuciosamente elaborado para desviar durante estos meses la atención de lo esencial.

A más de uno sorprendió que José Félix Tezanos, en su plato precocinado de este mes de junio, situara al PSOE más de 11 puntos por encima del PP. A mí no. No es lo habitual, pero a veces la política y la demoscopia se parecen mucho a las matemáticas. Dos y dos son cuatro, y 15 millones de euros puestos al servicio de la orfidalización del respetable intensifican muy notablemente el efecto multiplicador de la ecuación que describe el crecimiento exponencial. 15 millones de euros, en tiempos de vacas (publicitarias) flacas, son, están siendo, mucho más que 15 de millones de euros.

Si Pablo Casado no consigue transmitir que está dispuesto a sacrificarse por el bien del país, le terminarán responsabilizando de la crisis económica que se avecina

Como digo, a veces la política es compatible con las matemáticas. Pero solo a veces. Por lo común, la política es más bien magia. Nada por aquí, nada por allá, et voilà, el 31,2 por ciento de la intención de voto después de una gestión de la crisis sanitaria cuando menos cuestionable y desde luego cuestionada. El 42,6%, si sumamos PSOE y Unidas Podemos. ¿Houdini en La Moncloa? También, pero no solo. Houdini no tenía mando a distancia. Redondo sí. En abril, mes clave para el devenir de la batalla mediática durante la pandemia, el consumo de televisión batió todos los récords. La gente en España se informa principalmente a través de la televisión. Aplauso por aquí, aplauso por allá. Pero hay más. Tiene que haber algo más.

Porque el Eurobarómetro de mayo confirmaba los augurios más pesimistas: los españoles eran los ciudadanos europeos que peor valoraban la actuación de su Ejecutivo nacional frente a la crisis del coronavirus. ¿Por qué entonces no desciende el apoyo al PSOE de Pedro Sánchez? Para explicar esta aparente incoherencia podríamos aventurar algunas hipótesis más o menos imaginativas, pero solo hay una que complementa, con razonable aproximación a la verdad, la ya señalada de la engrasada maquinaria propagandística monclovita: esa que da a entender que no hay alternativa, o que es aún peor; la que apunta a la descorazonadora conclusión de que frente a un Ejecutivo con evidentes trazas de incompetencia, lo que hay es una Oposición declaradamente inútil.

Pelea callejera

No hablo de hechos, sino de sensaciones. Cuando la política es magia, como suele ser, y no matemáticas, las cosas no son como son sino como parecen. El Gobierno ha cometido muchos errores, pero su gran pecado es a la vez su gran acierto: polarizar el debate, convertir la lucha contra la pandemia en una pelea de convicciones ideológicas, llevar la discusión al terreno de las emociones. Y no ha perdido. Hasta podría decirse que ha ganado el combate, aunque sea a los puntos. Y no ha perdido porque Pablo Casado aceptó desde el primer momento el juego que Sánchez le proponía. La polarización es una de las manifestaciones más evidentes de la mala política, de la mediocridad de los actores políticos, y en una situación crítica como la ya vivida, y la que se anuncia, quien tiene todas las de ganar en un escenario de abierta confrontación suele ser aquel que guarda a buen recaudo la llave del poder.

Tiene razón Casado cuando dice que a Sánchez nunca le ha interesado llegar a acuerdos con los populares, pero de nada sirve ser poseedor de la verdad si no eres capaz de escapar de la trampa que ha convertido el debate parlamentario en una eterna pelea callejera en la que pesan más las tripas que los argumentos. La demanda de colaboración que de forma insistente realiza Pedro Sánchez a Pablo Casado obedece en parte al convencimiento de que los españoles no parecen dispuestos a seguir soportando por mucho más tiempo el interminable bucle de conflicto barriobajero por el que transita la política española; pero sobre todo a la certeza de que solo desde un acuerdo de mínimos, asumido por una holgada y estable mayoría parlamentaria, podrá afrontarse, con garantías de una razonable paz social, el inevitable incremento del paro, de la presión fiscal y la reducción del gasto que a buen seguro nos va a exigir la Unión Europea.

El Gobierno ha cometido muchos errores, pero su gran pecado es a la vez su gran acierto: polarizar el debate, convertir la lucha contra la pandemia en una pelea de convicciones ideológicas

Se trata por tanto de una oferta interesada, pero al mismo tiempo previsible. Acierta por tanto Casado cuando, sea cual sea el resultado de la aproximación, se aviene a negociar el decreto de la nueva normalidad o envía a Elvira Rodríguez a buscar puntos de encuentro con Nadia Calviño en el terreno económico. Y es que o el líder del PP empieza a intervenir proactivamente en la agenda política para definir el corto y medio plazo, o acabará fraguando la idea de que la única oposición útil es la que presentan la CEOE y el Ibex 35. O Casado consigue transmitir la sensación de que está dispuesto a sacrificar determinados objetivos partidistas por el bien general del país, o terminarán responsabilizándole del fallido intento de situar a Calviño al frente del Eurogrupo y hasta de la feroz crisis económica que nos espera a la vuelta de la esquina.

(Abro paréntesis: en contra de lo que se da casi por descontado, la vicepresidenta y ministra de Economía no es la clara favorita para presidir el Eurogrupo. Calviño logró que la UE asumiera el incremento de nuestro objetivo déficit para 2019: del 1,3% previsto hasta alrededor del 2% del PIB. Una cesión que no gustó demasiado seguida por un resultado catastrófico: nos fuimos al 2,8% de déficit y el prestigio de Calviño quedó maltrecho. Este y otros incumplimientos de menor envergadura, pero que quedan puntualmente anotados en el libro de actas de los ministros de Economía europeos, son ahora rescatados por ciertos países en puertas de la decisión final para cubrir uno de los puestos de mayor influencia en la maquinaria de poder europea).

Fin del idilio Sánchez&Iglesias

Cerrado el paréntesis, volvamos a Casado. En el informe que Pablo Hernández de Cos ha entregado a la Comisión de la Reconstrucción del Congreso, se pide expresamente el “saneamiento de las cuentas públicas en el medio plazo a través de una revisión del gasto y de la estructura y la capacidad impositivas”. “Esto -añade el documento aportado por el gobernador de nuestro banco central- es particularmente necesario en países, como España, que se enfrentan a esta crisis desde una posición de partida caracterizada por unos niveles elevados de endeudamiento público y de déficit estructural”. Casado ha ido por Europa diciendo prácticamente lo mismo, lo que refuerza su posición. Sin embargo, la escasa habilidad que demuestra el líder del PP a la hora de interpretar los contextos, le convierte a ojos de muchos en un traidor, mientras nadie cuestiona el patriotismo de Hernández de Cos. El contexto lo cambia todo. O como decía McLuhan, el medio es el mensaje. Y defender la loable e indiscutible tesis de que controlar la deuda es defender los intereses de las futuras generaciones no suena igual aquí que en territorio «enemigo».

En todo caso, y por primera vez en mucho tiempo, hay indicios de que en el planeta Génova hay vida inteligente, y que después de muchos esfuerzos se ha llegado a la conclusión de que seguir haciéndote el ofendidito y entrar a todos los trapos de Sánchez es un inútil ejercicio de coherencia; de que dejar que se propague con todo éxito la idea de que promueves en Bruselas el fracaso de tú Gobierno, es una estupidez que no te puedes permitir. Y sí, parece que también se han dado por fin cuenta en el PP de cuál va a ser el hecho relevante que va a marcar el futuro de la legislatura: que para tener unos presupuestos dignos de tal nombre, avalados por la Unión Europea, y por consiguiente en condiciones duras pero asumibles, el Gobierno va a necesitar, al menos, la comprensión condicionada del PP. Y que el día en el que tal cosa se produzca, el idilio entre Sánchez y Pablo Iglesias habrá tocado a su fin.