Nuevo ambiente

ABC 29/09/14
DAVID GISTAU

· Pujol ha sido amortiguado con la inmoral complicidad del Parlamento, que se ha dejado incluso abroncar

DURANTE los próximos días laborables tendré que hacer una prospección para comprobar hasta dónde llega una intuición relativa a un cambio de ambiente en Madrid sobre la cuestión catalana. Después de picotear en artículos y en conversaciones cenaculares, percibo que ya no es tan sólida la determinación levantada sobre la Ley y la Constitución, mientras que el independentismo parece incrementar la energía propia con cada nuevo movimiento, como una dinamo. Los hechos de este fin de semana han ahondado el desánimo y la vertiginosa percepción del vacío cercano. Por una parte, el asunto Pujol ha sido amortiguado con la inmoral complicidad del Parlamento que, salvo por alguna excepción gloriosa como la de Rivera, se ha dejado incluso abroncar porque la subordinación a una misión superior y colectiva sugería postergar la introspección ética e incluso la extirpación histórica del viejo presidente. Cuando el destino convoca, no te puede pillar entretenido con el 3% ni con un pobre hombre convertido en autoparodia iracunda al que una bruja le pasaba huevos por la espalda.

Por otro lado, la firma, con una gran parte del Parlamento en formación militar detrás, con los matices abolidos, ha provocado una gran impresión, insólita al tratarse de un acontecimiento previsto. En ese instante han quedado frustradas las esperanzas de quienes creían que el hieratismo de Rajoy, esperando atrás con el Estado como el central espera con el «tackling» al extremo que viene en carrera, bastaría para ganar la batalla psicológica, para abrir crisis internas en el independentismo que le impedirían presentarse como un frente cohesionado y, finalmente, para hacer que el propio nacionalismo devenido montaraz se diera cuenta de su locura y suplicara ayuda para volver atrás. A esto agréguese la fotogenia de las multitudes dichosas, de los mesiánicos abrazos al pueblo, que han propagado en Madrid cierta envidia de esa misma temperatura emocional de la que hasta no hace mucho se decía que jamás podría sustituir la legitimidad de la ley, que de pronto aparece como una herramienta de sílex demasiado fría.

A este estado anímico propenso a la resignación hay que añadir el efecto causado por otro hecho reciente: el referéndum de Escocia. Después de que, en semejante juego de azar colindante con la ruleta rusa, el revólver hiciera clic, y no bang, han surgido en Madrid admiradores sobrevenidos de Cameron que elogian el modo políticamente valiente con que ha cauterizado el problema eliminando el ansia de referéndum y las especulaciones acerca de la voluntad popular. Esas reflexiones se extienden al antecedente de Quebec, y no se necesita más para que los antaño aguerridos defensores de la Constitución hayan pasado a preguntarse si no habría sido mejor pactar un referéndum en Cataluña, en vez de hacerse antipáticos a los disfrutones de la emancipación.