Santos Juliá, EL PAÍS, 21/10/11
La estrategia es ya meridianamente clara: ETA nunca anunciará su disolución y la izquierda abertzale, sea cual fuere el nombre con que se bautice y rebautice, nunca permitirá que nadie se beneficie del fin de lo que continuará siendo su brazo armado por un periodo de tiempo tan indefinido como se anuncia definitivo el cese de la actividad armada, último eufemismo para designar los delitos de terrorismo. Ha sido una estrategia tenaz y cuidadosamente diseñada por políticos muy dotados para mantener en cada paso la iniciativa, sembrando a su alrededor el desconcierto y la división, mientras acopiaban, en el mercado internacional de resolución de conflictos, suficientes apoyos para situar las futuras negociaciones en el marco de una “confrontación armada”. Que todo el documento plagie en su léxico y en su sintaxis de la manera más descarada el comunicado final del encuentro de sedicentes mediadores internacionales prueba bien que, además de ser muy hábiles políticos, la izquierda abertzale ha aprendido el arte de la representación, domina la comunicación mediática y es maestra en la nueva especialidad de construir relatos, de contar historias: han sabido convertir una derrota, evidente en el cese obligado del recurso al terror, en un éxito, evidente en su, de momento, irresistible ascenso electoral.
Con el objetivo de administrar la euforia y mantener el entusiasmo que habrá de impulsar nuevos avances electorales, ETA no solo no se disuelve, sino que anuncia su intención de seguir las recomendaciones de quienes más que mediadores han resultado ser heraldos y altavoces de la estrategia de la izquierda abertzale, y se ofrece, pues, a iniciar conversaciones con los Gobiernos español y francés para llevar a cabo lo que ya había anunciado por medio de sus valedores internacionales: negociar las condiciones de “superación de la confrontación armada”. Lo cual quiere decir dos cosas: una, que ETA da por supuesto que la confrontación armada no está superada, que no es hora de anunciar su disolución; dos, que para superarla será necesario abrir un proceso de diálogo directo, esto es, que ETA sea reconocida como interlocutor válido de una negociación política que implique a los Gobiernos español y francés con vistas a la “resolución del conflicto”.
Y por último, habrá que tomar nota de que ETA coincide plenamente con la izquierda abertzale en la convicción de que, mientras dura el proceso, no toca, no ya hablar, ni siquiera mencionar a las víctimas de su larga actividad criminal.
Santos Juliá, EL PAÍS, 21/10/11