LUIS VENTOSO-ABC
Quien quiera relanzar al PP ha de apelar a la olvidada clase media
LA pregunta del millón: ¿Cómo se ganan unas elecciones? ¿Con posados telegénicos y gestitos de márketing? ¿Con mantras huecos escritos por asesores sin ingenio y pasados de Red Bull? ¿Apelando a minorías más o menos marginales? No. Las elecciones se ganan proponiendo una forma de ver el mundo que encaja con la visión de la mayoría social. Siempre es así. Se impone quien presenta una idea-fuerza sencilla, clara, que resulta convincente para el grueso de los votantes.
Roosevelt conquistó a los estadounidenses porque con su programa del New Deal les ofreció una esperanza cierta para superar la Gran Depresión del 29. En 1945, el laborista Clement Attlee, al que apodaban el Pigmeo por su supuesta insignificancia, derrotó a Churchill, el gran héroe de guerra, porque ofreció un poco de justicia social para sobrellevar las privaciones de un país exhausto tras el esfuerzo bélico. Trump les dijo a los blancos cabreados y a los hispanos con ganas de ir a más que América sería «lo primero» y que los rescataría del desconcierto de la globalización. Macron vendió que era tiempo de superar la dicotomía derecha-izquierda para poner a la anquilosada Francia otra vez En Marcha, nombre de su partido. Rajoy ganó su mayoría absoluta de 2011 denunciando la torpeza económica de Zapatero y prometiendo ordenar las cuentas. Nadie venció por su vestimenta, o por publicar fotitos tipo Instagram, o por defender una causa marginal.
La carrera del PP ha arrancado con chatura argumental entre los aspirantes. Mucho lugar común y poco debate ideológico profundo, cuando es la argamasa de todo éxito: ¿Cómo van a ilusionar a la sociedad española? ¿Cómo replantear el conservadurismo en el siglo XXI? ¿Qué discurso podrá contrarrestar el dominio ideológico que otorga a la izquierda su abrumador dominio televisivo? El nuevo líder, sea Soraya, Casado o Cospedal, tendrá que recuperar la comunión entre la gran casa del conservadurismo y las clases medias, que son las que sostienen a un país y que fueron orilladas en la etapa de Rajoy. Aunque al progresismo no le guste, el armazón de España siguen siendo las familias, que se sienten más bien abandonadas y maltratadas fiscalmente. Pero un conservadurismo del siglo XXI debe ser también compasivo y empático. La ofensa de los salarios basura, que impiden armar vidas buenas, ha de ser abordada sin complejos por un partido conservador moderno. Los españoles necesitan cobrar más para seguir fomentando lo que Thatcher llamaba «un país de propietarios». El PP ha de propiciar el ascenso social y el meritoriaje. La unidad de España es también medular. Tras el envite separatista, existe una clara demanda social de refortalecimiento del Estado, que no está siendo bien atendida por partido alguno (Ciudadanos es el que más se aproxima, de ahí su hueco). El PP tendría que enarbolar esa bandera para volver a soñar con mayorías absolutas. Por último, se requiere insuflar optimismo sobre el país, fomentar la llegada de inversión exterior, y, por supuesto, fregar Génova con lejía y renovar de arriba abajo el casting.
¿Fácil? Dificilísimo. Pero o eso… o habrá Sánchez para rato.