Jesús Cacho-Vozpópuli
Felipe VI tuvo, al fin, un gesto de entereza el viernes, al tirar de móvil y llamar al presidente del Tribunal Supremo, Carlos Lesmes, para transmitirle que le «hubiese gustado» asistir al acto de entrega de despachos a los nuevos jueces en Barcelona, al que no pudo asistir por habérselo prohibido el Gobierno que preside Pedro Sánchez, es decir, Pedro Sánchez. En una de las semanas más aciagas para la España constitucional que se recuerdan en mucho tiempo, dos silencios han resonado con la fuerza hueca de su significado frente a la brutalidad de un Gobierno decidido a hacer girones este país para poder pagar las facturas que le pasan a cobro quienes le llevaron en mayo de 2018 al poder y le sostienen en la peana de Moncloa: Génova, sede del Partido Popular, y Zarzuela, residencia del monarca. Pero, ¿qué hace el Rey? ¿Por qué no dice nada? ¿Cómo es que no protesta ante decisión tan arbitraria como contraria a los intereses nacionales? Silencio.
Es verdad que la incalificable conducta de su padre, el Rey emérito, le ha dejado una herencia tan pesada como difícil de gestionar, y es verdad también que, de acuerdo con el mandato constitucional, el Gobierno tiene la facultad de refrendar los actos del monarca, de modo que Sánchez no ha cometido ninguna ilegalidad en el caso que nos ocupa, de lo que se deduce que el margen de maniobra del titular de la Corona es muy escaso, por no decir nulo; pero de ahí a asumir como propia la iniciativa del presidente de vetar ese desplazamiento para satisfacer las exigencias de sus socios independentistas, a quienes necesita para aprobar no ya los PGE sino simplemente el techo de gasto, que viene primero, media un abismo. Porque eso es lo que ha hecho Zarzuela: aceptar con mansedumbre la decisión del sátrapa de La Moncloa y endosarla como propia, algo que solo puede entenderse como un desvarío propio del que no sabe lo que se está jugando, o como un pésimo consejo de quienes le rodean, con el jefe de la Casa del Rey, Jaime Alfonsín, a la cabeza, un personaje de educación exquisita en el que se funde la prudencia con la cobardía en dosis muy contraproducentes para los tiempos de vértigo que vivimos, en los que el valor es una condición sine qua non simplemente para subsistir.
Cierto, el Rey no puede provocar un conflicto institucional y además no debe hacerlo, obligado como está a mostrar un exquisito respeto al mandato constitucional, pero eso no equivale a cruzarse de brazos en uno de los momentos más críticos de la reciente historia de España. ¿Qué tendría que haber hecho, entonces? Haberse plantado, como poco, y manifestado su disgusto por la decisión del Ejecutivo. La entrega de despachos a los nuevos jueces no es un acto cualquiera. «La Constitución de 1978, al instituir y regular el poder judicial, emplea una fórmula de hondo significado simbólico y constitucional: ‘La justicia emana del pueblo y se administra en nombre del Rey’. Esta breve frase expresa la legitimidad del poder judicial que emana, como todos los poderes del Estado, del pueblo español en el que reside la soberanía nacional y que expresa también que la administración de la justicia se hace en nombre de quien simboliza la unidad y permanencia del Estado, conjugándose así en la fórmula constitucional las ideas de soberanía y unidad de nuestra nación. Por todo ello, la presencia del Rey en este acto tiene una enorme dimensión constitucional y política, expresión del apoyo permanente de la Corona al poder judicial en su defensa de la Constitución y de la ley”. Se lució Lesmes en Barcelona.
El monarca no puede consentir convertirse en una antigualla a la que un Gobierno de izquierda radical arrincona en silencio, un Gobierno hacia el que Felipe VI no oculta, por cierto, sus simpatías
Esto es lo que han hecho añicos Sánchez y su banda. Y esto es lo que no puede consentir el Rey si no quiere jugarse la Corona en el cubilete de un trilero dispuesto a romper el edificio constitucional en su personal provecho. El monarca no puede consentir convertirse en una antigualla a la que un Gobierno de izquierda radical arrincona en silencio, un Gobierno hacia el que Felipe VI no oculta, por cierto, sus simpatías, por no hablar de la reina consorte. Curiosa esta querencia de los Borbones por la izquierda, llamativa hasta rozar lo escandaloso en el Emérito huido a los Emiratos Árabes con su dinero a cuestas. Porque si el rey calla y otorga, corre el riesgo de que la gente empiece a preguntarse para qué sirve. En estas andábamos el viernes tarde cuando, a última hora, a las redacciones llegó la bomba fétida lanzada por el ministrínGarzón acusando al Rey de «maniobrar contra el Gobierno democráticamente elegido» por haber contado a Lesmes que le “hubiera gustado” estar en Barcelona, calificando de “insostenible” la posición de la Monarquía, a la que acusa de incumplir el principio de neutralidad que marca la Constitución.
Con ser grave, todo hubiera resultado la típica salida de pata de banco de un tipo no muy dotado por la madre naturaleza, un auténtico good for nothing, si no hubiera sido porque, casi a renglón seguido, la Casa del Rey emitía un comunicado, ¡viernes noche!, dejando a Lesmes a los pies de los caballos al asegurar que ese “me hubiera gustado” nunca salió de labios del monarca. De donde se colige que el jefe de la banda llamó cabreado al rey Felipe y le puso firme o lo intentó, ¿le amenazó? ¿Con qué le amenazó? ¿Qué cosas guarda este Gobierno contra el monarca? Hasta el punto de que en Zarzuela se asustaron mucho, se lo hicieron en los pantalones y decidieron dejar a Lesmes como un mentiroso. Y esto es ya más que una anécdota. Esto es una crisis institucional de proporciones gigantescas, que es quizá la orilla a la que el Gobierno social comunista lleva tiempo queriendo llevar a la Corona. El incidente del golfo de Tonkín. De modo que o bien el presidente Sánchez desmiente y cesa de inmediato a su ministro de no sé qué, el tal Garzón, o realmente es Sánchez, como sospechamos casi todos, quien en primera fila dirige las operaciones de acoso y derribo contra la monarquía parlamentaria española.
Felipe VI debe ponerse en marcha
El episodio, en fin, ha puesto una vez más de manifiesto lo desprotegido que se encuentra el Rey en Zarzuela, lo aislado incluso, lo falto de soportes de talento en derredor. Carente de equipo. El monarca sabe que ya no es el tiempo del actual jefe de la Casa, pero se resiste a reconocerlo y a obrar en consecuencia. Alfonsín es ese contramaestre que asiste al hundimiento de la nave sin ser capaz de lanzar al agua los botes salvavidas. No tiene demasiado tiempo para pensarlo. Felipe VI debe ponerse en marcha dispuesto a movilizar apoyos en la sociedad civil al margen de los partidos, empresarios, colegios profesionales, academias, asociaciones de todo tipo, gente dispuesta a defender algo más importante incluso que el propio Felipe VI, como son la Constitución y la monarquía parlamentaria que han dado cobijo a estos más de 40 años de paz y prosperidad. No tiene tiempo que perder, a menos que un día no lejano quiera repetir el triste lamento que Aixa formula a su hijo Boabdil al abandonar Granada: “Llora como una mujer lo que no has sabido defender como un hombre”.
Silencio llamativo también el de Pablo Casado al frente de un ausente PP. Esta ha sido la semana más dura de la legislatura para el líder de la oposición. El miércoles por la tarde, mientras se acumulaban las noticias a cual más alarmante (veto al Rey, tramitación del indulto a los golpistas, reforma del delito de sedición, negociación con EH Bildu), medio Madrid se echaba las manos a la cabeza preguntándose, entre el pasmo y la indignación, ¿dónde está Casado? ¿Qué se hizo del PP? ¿Por qué no sale a emitir siquiera opinión? Resultó que había salido, lo había hecho. Había aparecido el mismo miércoles en una fugaz rueda de prensa en el patio del Congreso para calificar de vergüenza que el Gobierno no pudiera garantizar “la integridad física del jefe del Estado” en una parte del territorio español, y para anunciar que recurrirá los indultos a los líderes del ‘procés’ y se opondrá a la reforma de los delitos de sedición y rebelión. Dio la cara, pero nadie se enteró. Ese es el drama actual del líder del PP: que los medios, en particular esas televisiones que con tanto mimo Rajoy y Soraya contribuyeron a enriquecer, les ignoran olímpicamente.
También a Casado le queda poco tiempo. También Casado se encuentra desasistido, necesitado de incorporar talento con urgencia en la sede de Génova. Falto de un estado mayor con capacidad para arroparle, ayudarle a preparar estrategias y a dar respuesta puntual a las demandas de al menos esa mitad de España (“La fortuna mis tiempos ha mordido / las horas mi locura las esconde / falta la vida, asiste lo vivido / y no hay calamidad que no me ronde”) que asiste horrorizada a la deriva de un Gobierno campeón del sectarismo, la incompetencia y la irresponsabilidad. El PP corre el riesgo no ya de no volver a gobernar (Iglesias, en plan Dolores Ibarruri ante Calvo Sotelo, ya se ha encargado de recordárselo, amenazador, desde la tribuna del Congreso), sino de desaparecer de la política española como un partido desconectado de las necesidades reales de la población.
Para sacar adelante los Presupuestos está dispuesto a vender hasta la última de las joyas de la abuela, dispuesto a arrastrar por el fango desde la Corona a la última de las instituciones
De modo que Sánchez lo tiene fácil. El presidente del Gobierno con el menor apoyo parlamentario que ha existido del 78 a esta parte goza de la beatífica vida de quien maneja una cómoda mayoría absoluta. Lo hace por incomparecencia del contrario. Con apenas 120 diputados y con la audacia del déspota carente de cualquier barrera moral o ética, Sánchez hace lo que le sale de las pelotas, con perdón por la expresión. Nombra fiscal general del Estado a la novia de Garzón, Baltasar, auténtico capo de la Justicia española en estos momentos, anuncia indultos, veta al Rey, rebaja las penas por sedición, prepara mesas de diálogo, lisonjea a EH Bildu… Todo, con total desahogo; y todo gratis, sin el menor desgaste personal. Porque podría indultar a los golpistas a cambio de algo, a cambio de un arrepentimiento siquiera fingido, de un “no lo volveremos a hacer”. Pero él y nosotros sabemos que lo volverán a intentar, aunque, torpes y patéticos cual son, siempre terminen llegando al mismo sitio del que salieron: a ninguno.
El idílico transitar de Sánchez
Sánchez tiene un Gobierno de coalición a su servicio, con un Iglesias sumamente débil, que jamás osará romper la urna de cristal en la que vive. Y con unos separatistas que igualmente atraviesan por su peor momento en años, conscientes de que tardarán tiempo en volver a embarcarse en otra aventura como la de 2017. Ninguno gana nada rompiendo el idílico paisaje que el presidente y su banda tienen preparado para esta España “amputada, doliente, vencida”, que cantaba Rubén Darío. Ninguno tiene incentivos para traicionarle. Bonito el precipicio que nos está quedando. De modo que el jefe de la banda puede hacer lo que le venga en gana. Sin nadie en frente. Con un PP en las catacumbas y un Cs que ha decidido suicidarse lentamente camino a la próxima cita electoral. Y con Vox sirviéndole de eficaz espantajo para mantener prietas las filas, recias, marciales van hacia la ansiada Confederación de Repúblicas de las Cartagenas Autónomas.
Y lo hace sin estrategia de fondo alguna. Viviendo al día pero, eso sí, dispuesto a hacer lo que sea menester para apalancarse en el poder durante 10 o 20 años. A lo Putin. A lo Erdogan. El signo de los tiempos. Con elecciones cada cuatro años. Ahora se trata de conseguir tener unos PGE de una vez por todas, porque la aprobación de las cuentas públicas le garantiza tres años más de legislatura y lo que venga. Ese es el charco que le queda por vadear. Ese, y el paro y sus secuelas de hambre y miseria, consecuencia de la hecatombe económica que se viene encima, un tsunami que cree poder superar con el dinero europeo. Y para sacar adelante esos Presupuestos está dispuesto a vender hasta la última de las joyas de la abuela, dispuesto a arrastrar por el fango desde la Corona a la última de las instituciones. Y una vez que los tenga en el bolsillo bajará el suflé, atenuará la crispación y aplacará a sus dobermanes para dedicarse con tranquilidad a desmontar definitivamente la Transición y acabar con la Monarquía parlamentaria, haciendo definitivamente realidad esa mayoría social, moral y política de izquierda social comunista que significará el exilio, interior o exterior, de la media España que aspira a seguir viviendo en libertad (“España mía, combate / que atormentas mis adentros, / para salvarme y salvarte, / con amor te deletreo”). O Sánchez y su banda o democracia. Ese es el dilema.