POR RAÚL CONDE-El Mundo

Entrevista a ALBERT BOADELLA

Mordaz, corrosivo, indómito. Y sin resquicio alguno para la equidistancia. Albert Boadella (Barcelona, 1943) quita hierro a las coacciones sufridas en su casa de Gerona, pero sí recalca la metástasis del rupturismo en un territorio que él abandonó mucho antes del ‘procés’, cuando el «ejército pujolista» completó sus hostilidades. Publica una nueva edición de ‘Adiós, Cataluña’, un agudo y vitriólico retrato del nacionalismo.

Pregunta.– Señor presidente de Tabarnia, ¿en qué quedó el referéndum unilateral de independencia que anunció para el 12 de octubre?

Respuesta.– Ah, pues sí se hizo. Tuvimos unos nueve segundos más de independencia que Cataluña.

P.– ¿El humor es un antídoto imprescindible para enfrentarse al nacionalismo?

R.– El humor sirve hasta para enfrentarse a la muerte. El espectáculo que dan los independentistas es tal que es difícil que por sí solo no se pueda construir una sátira formidable. Lo terrible es que no se dan cuenta. Si fueran cínicos yo sería más optimista. El problema es que están enajenados. Esto es muy grave. Tenemos a dos millones y pico de personas, sobre todo, localizados en la Cataluña agropecuaria, unidas en el odio a España. No están unidas en la ilusión de una Cataluña utópica o de un paraíso fiscal, cosa que ya se intentó. Todo eso les importa un comino. Les da igual si se quedan fuera o no de la UE. Están unidos para ganar la guerra a esta España maligna e intolerante.

P.– Sostiene que Cataluña sigue en un proceso autodestructivo. ¿Cuándo comenzó?

R.– Jordi Pujol tiene claro lo que quiere, cosa que Madrid, por así decirlo, no detecta. Él quiere llegar donde se ha llegado ahora. Este proceso se desbarata con Artur Mas, pero antes hay un hecho crucial, que es la autodestrucción de la oposición, cuando el PSC se pasa al nacionalismo, a partir de Maragall. Aquí entramos en una situación en la cual no hay oposición y se consolida una especie de régimen en el que lo importante no es la política, sino la consecución de una Cataluña independiente. Mas, que es un mediocre, quiere pasar a la historia como el Moisés de Cataluña.

P.– ¿Por qué habla de la «traición» del PSOE?

R.– La reforma del Estatuto de Zapatero fue un punto de inflexión. Hay que recordar que si los distintos Gobiernos hubieran mantenido su estructura legal intocable, no hubiera sucedido nada.

P.– Sí porque antes del Estatut, en el pacto del Majestic de 1996, Aznar cedió hasta el 30% del IRPF y el despliegue total de los Mossos.

R.– Sin duda. Y una cosa más grave: la Ley de Política Lingüística, con la que la Generalitat ha hecho muchos disparates, fue vetada en el Defensor del Pueblo cuando el Gobierno iba a presentar el recurso de inconstitucionalidad. Eso lo hace Aznar.

P.– En Adiós, Cataluña sostiene que «si se negocia con el enemigo significa que ha vencido».

R.– Cataluña presenta todos los ingredientes de una secta. Y una secta sólo permite la desprogramación, pero no hay diálogo posible. Están en otro mundo. En el caso de Sánchez es una simple excusa para permanecer en el poder. Sánchez tiene todas las características de la psicopatía: no distingue entre el bien y el mal, y puede decir hoy una cosa y mañana la contraria. Por tanto, a él no le parece indigno ni inmoral el que esté dando fuerza, ánimo y sangre a una gente que quiere destruir la estructura del Estado.

P.– La realidad es que, desde las elecciones de 2012 y al margen de la correlación de fuerzas en este bloque, el secesionismo aglutina el 47% de los votos en Cataluña. Y Torra fue elegido president porque, tras concurrir a unas elecciones convocadas al amparo del 155, sumó mayoría parlamentaria para formar Govern. Si no se negocia nada y si no hay diálogo posible, ¿entonces qué debe hacer el Estado?

R.– Vamos invertir la reflexión. ¿Qué es lo que no debe hacer? Pues lo que no puede continuar es una educación que desde parvulario vaya haciendo nuevos adeptos a la secta. Eso para empezar. Hay que conseguir que los medios de comunicación públicos no actúen contra el propio Estado. Existen fórmulas legales para dictaminar que una autonomía no puede ser algo que actúe contra el Estado. No sé si a través del 155 o el 250, pero seguro que hay un recurso legal. La desprogramación de la secta debe hacerse desde un lado activo. Hay que lograr que, durante uno, dos o tres años, el ciudadano nacionalista vea que con este Estado intolerante y fascista, o como quieran llamarlo, continúa su vida natural, sus hijos pueden seguir aprendiendo el catalán en las escuelas y continúa pudiendo ver TV3, pero con una variante en sus contenidos. Esto quiere decir intervenir directamente la educación y los medios. A estas alturas ya no hay fórmulas intermedias. O es esto o nos comemos la independencia.

P.– En las últimas elecciones catalanas, por primera vez, Ciudadanos se impuso al PSC en L’Hospitalet y la corona metropolitana de Barcelona. ¿Eso significa que el catalanismo está definitivamente desintegrado?

R.– Hay un hecho trascendental, que es la manifestación de Sociedad Civil del 8 de octubre. El ciudadano que creía que estaba solo, de repente sale a la calle y se encuentra con mucha gente llevando la bandera de España en Barcelona. Eso es un cambio esencial en Cataluña. Ese ciudadano, que estaba amilanado, se da cuenta que no está solo y que hay muchos que piensan como él.

P.– En 2006 decidió irse de Cataluña. En el libro dice que el «ejército pujolista utilizó el mejor armamento a su alcance para neutralizarme o conseguir, si no la muerte física, por lo menos la muerte civil».

R.– El detonante fue la fundación de Ciudadanos. Como yo era la persona más conocida del grupo, me convierto en el enemigo a batir. Fue la gota que colmó el vaso. Me encuentro con un vacío total en el teatro. Entonces acepté la propuesta que me había hecho dos años antes Esperanza Aguirre para dirigir los Teatros del Canal.

P.– ¿Qué encontró en Madrid?

R.– Esa maravillosa ciudad de los desarraigados, que es una cosa fantástica. Nadie lucha por su identidad. Uno, como es un desarraigado, a los 15 días ya es de Madrid. En este sentido, es una ciudad formidable.

P.– La izquierda le acusó de ser el «dramaturgo de cámara» de Esperanza Aguirre. ¿Se arrepiente de haber trabajado para la Administración pública?

R.– No, en absoluto. Hice un trabajo de los mejores de mi vida, con libertad absoluta. Aguirre jamás me dijo nada. Hice lo que me pareció. Conseguí unos índices de público espectaculares. Durante ocho años, los Teatros fueron independientes de la política. Ahora vuelve a estar dirigido por la Consejería de Cultura.

P.– ¿Mantiene vínculos con Aguirre?

R.– Sí, hablo con ella y nos telefoneamos. Es una mujer muy singular. Tiene una gran calidez personal y tengo por ella una gran simpatía. Puedo aceptar que haya cometido los errores políticos que podamos imaginarnos. Seguramente, es excesivamente confiada. Tuve la impresión de que si hubiera querido estafarla lo hubiera hecho con facilidad. Ponía una confianza ilimitada en sus colaboradores. Esto lo ha pagado caro.

P.–Con motivo de la representación de La Torna (1977) sufrió un proceso militar y fue encarcelado. En su libro reduce el mérito de la oposición antifraquista en la caída del régimen.

R.– Los de mi generación éramos demasiado felices. Para acabar con aquel régimen tendríamos que haber tenido unas condiciones más opresivas. Y es verdad que las teníamos en algunos niveles, pero la vida de los últimos 10 años del franquismo era formidable: estabas contra el dictador desde las siete de la tarde a las tres de la madrugada, en que caías medio trompa, corrías delante de unos policías con problemas de obesidad… Decir que mi generación no hizo nada no sería justo, pero no hicimos nada profundo, salvo algunas excepciones que sí se la jugaron.

P.– ¿Por qué rechazó en su momento dirigir el circuito catalán de TVE, tal como le ofreció Pilar Miró?

R.– Seguramente porque entonces estaba muy centrado en Els Joglars y rechazaba muchas cosas, por ejemplo, películas. De ahí el éxito humano de la compañía: mi dedicación a Els Joglars era íntegra. Ahora, hubiera sido fantástico conducir TVE en Cataluña… [ríe]. Sobre todo, para dirigir los telediarios.

P.– ¿Cómo recuerda a Josep Pla?

R.– El Pla que yo conocí era muy mayor, que comía poco y se tomaba muchos whiskies. Decía cosas realmente provocadoras. Pla era un hombre muy tocado por la Guerra Civil. Se fue a Burgos porque los de Esquerra fueron a buscarle a su casa para fusilarle, pero todo lo que sucedió en el otro lado tampoco le gustó. El caso de Pla es el de Cambó, que es un personaje interesantísimo. Cambó representa el fracaso del catalanismo. Él fue quien hizo el catalanismo defendiendo una convivencia fraternal con el conjunto de los españoles, pero acaba pagando a Franco. Esto quiere decir que, en lo que se refiere a los rasgos diferenciales de un territorio, cuando vas más allá del folklore y empieza la administración política, incluso de este folklore, ya arranca un proceso cuyo elemento esencial es la diferencia. El catalanismo nace con la idea de que España es más cutre, pobre e intolerante, y que si Cataluña no es más es porque España no le deja.

P.– ¿Está diciendo que el catalanismo es la raíz de la xenofobia del independentismo?

R.– Exactamente. Contener una idea intermedia de respeto a los supuestos valores diferenciadores y, al mismo, mantener un diálogo con el resto del Estado, resulta imposible. Esto siempre acaba mal.

P.–Usted clavó el retrato de Pujol en Ubú president mucho antes de la confesión fiscal. ¿Cómo intuyó el fondo del personaje?

R.– En 1981, seis meses después de convertirse en presidente de la Generalitat, hice Operación Ubú, que fue una coproducción entre Els Joglars y el Teatre Lliure. Causó consternación porque Els Joglars estaba destinada a ser la compañía nacional de Cataluña. Aquello fue el inicio de las hostilidades. Recibí muchos ataques del ejército pujolista.

P.–Cuando presidía Banca Catalana, Pujol le negó un crédito a Els Joglars.

R.– Sí. Había una letra pendiente hasta que un día los empleados me recomendaron ir a ver al jefe. Llegué allí y Pujol me dijo: «ah sí, ya te conozco. Hacéis las cosas muy bien, pero claro, lo que hacéis vosotros no es cultura catalana…». Entonces pidió a su secretaria el dosier de Els Joglars. Claro, me quedé patitieso. ¿A qué tenía Pujol un dosier nuestro si éramos media docena de titiriteros sin más capital que las mayas negras? Se puso a revisar lo que contenía hasta que, en un descuido, cuando ya nos despedíamos, se le cae la carpeta al suelo. ¡Y resulta que dentro solo había un recorte del periódico Tele/eXprés! Me di cuenta que era un impostor peligrosísimo.

P.– ¿Debió evitar el Gobierno el referéndum ilegal del 1-O aplicando con anterioridad el artículo 155?

R.–Sí. Rajoy, al que puedo aceptar determinados méritos en política económica, es un fracaso absoluto en la cuestión catalana. Se equivoca totalmente porque es un hombre cobarde. Tiene una parte de responsabilidad clara en la deriva catalana porque todavía estaba a tiempo de frenarla. Un 155 bien aplicado hubiera dado buenos resultados.

P.- ¿Se reconoce ahora en Ciudadanos, partido del que es cofundador?

R.– No me reconozco al 100%, pero sí es el partido del que estoy más cerca. Este [Albert] Rivera actual es un hombre maduro que ha aprendido la política. Es el que muestra más confianza para luchar contra el problema más grave que tenemos en España.

P.–¿Qué fue lo más difícil en su puesta en marcha?

R.– Bueno, fue una cosa divertidísima. El núcleo esencial en la fundación de Ciudadanos es Arcadi Espada. Dijimos que había que hacer algo contra el PSC porque Cataluña se había quedado sin oposición. Inicialmente, solo cuatro personas estábamos a favor de fundar un partido: [Xavier] Pericay, Teresa Giménez Barbat, Arcadi Espada y yo. El resto quería hacer un manifiesto, pero no un partido. Y ninguno queríamos ir en las listas. El primer congreso fue un caos. Apenas 10 minutos antes de acabarse, el fracaso era absoluto y no había secretario general. En un estado de desesperación, el presidente de la Mesa propuso elegirlo por orden alfabético. Y el primero de la lista era Albert Rivera. ¡Así salió! Después se colocó en la tribuna y pronunció un discurso formidable y emocionante.

P.–¿Qué ocurriría si los toros, siguiendo el ejemplo de Cataluña, se prohibiesen en el resto de España?

R.–Lo primero, un desastre ecológico. Cuando veo a ecologistas en contra de los toros pienso en lo burros que son. En segundo lugar, desaparecería un arte de la antigüedad sobrevenido hasta nuestros días. El torero es una herencia de los héroes de la antigüedad. Así como se conservan las catedrales y el Museo del Prado, tenemos que conservar los toros.

P.– ¿Un humorista que se suena los mocos con la bandera de España merece un reproche penal?

R.– La base de nuestro oficio es que con el máximo ingenio, gracia y malicia, ponemos en tela de juicio los tabúes de la sociedad. En este caso, Dani Mateo trabaja para una audiencia que sabe que le jaleará. Es decir, de este asunto me cabrea que el señor Torra, cada cinco minutos, debe pasar este vídeo y se debe morir de risa. Dicho esto, la libertad de expresión no está para defender lo que nos gusta, sino lo que no nos gusta.