JOSÉ MARÍA CARRASCAL, ABC – 04/11/14
· Obama es el primer presidente norteamericano que se ha dado cuenta de lo peligroso que es librar guerras que no se pueden ganar y de que hay gentes que rechazan the american way of life.
· No es fácil admitirlo, después de haber sido durante más de medio siglo la primera potencia política, económica y militar. Pero más peligroso es no aceptar esta nueva situación global.
Este martes se celebran en Estados Unidos elecciones legislativas en las que se eligen o reeligen algunos gobernadores, toda la Cámara de Representantes y un tercio del Senado, con la batalla centrada en este último. Lo más curioso es que el presidente apenas ha tomado parte en ella cuando, si pierde el Senado, bien poco podrá hacer en sus dos últimos años de mandato. Y apenas ha tomado parte no porque no haya querido, sino porque los candidatos de su partido, el demócrata, no se lo han pedido e incluso alguno le ha dado a entender que no querían verle en las inmediaciones. Lo que confirma el desplome de su popularidad. Algo que afecta no solo a los norteamericanos, sino al mundo entero, por lo que merece una mirada a fondo.
Barack Obama ha resultado ser el mayor rival de sí mismo. Dicho de otra forma: su suerte inicial ha traído su desgracia. La ola de simpatías que despertó el que fuera el primer presidente negro en la historia de los Estados Unidos, que le dieran el Premio Nobel de la Paz sin haber siquiera empezado a gobernar, le envolvieron en el aura de un hombre capaz de resolver todos los problemas que tienen su país y el mundo. Algo que no hay hombre ni mujer que lo consiga. Más, en un mundo cada vez más complejo como el nuestro. Me pregunto a veces si a John F. Kennedy no le hubiera pasado lo mismo si su asesinato no hubiera sacudido las conciencias norteamericanas hasta el punto de permitir a su sucesor, Lyndon B. Johnson, pasar los programas sociales que JFK no había podido sacar adelante e iba camino de ser un presidente del montón.
Obama, por fortuna, sigue vivo, pero todos aquellos hermosos planes que traía, como acabar con las guerras fuera del país y poner en marcha un seguro nacional de enfermedad del que carecía, siguen, en el mejor de los casos, empantanados. De las guerras se trajo a los soldados, pero las guerras continúan, y ahí tienen a los talibanes de nuevo activos en Afganistán y al Estado Islámico intentando crear un nuevo Califato desde el Oriente Medio a Andalucía. En cuanto al seguro de enfermedad para los más de 40 millones de norteamericanos que no tenían, se han quedado en bastantes menos de la mitad, lo que no está mal, pero queda lejos de los objetivos marcados. Otros programas, como la legalización de los inmigrantes sin papeles, ni siquiera han empezado a solucionarse por la resistencia que encuentra en los estados del sur y centro. Ese es su punto flaco: muchos norteamericanos le ven como símbolo del declive del país, como el comandante en jefe que ha ordenado la retirada. Y buena parte de ellos son demócratas, como esos candidatos que no han querido tenerle cerca en la campaña. Por no hablar ya del ala derecha del partido republicano, que le ven como un importador de la «fórmula europea» de gobierno, garantía del fracaso para ellos, y un destructor, por tanto, de la tradiciones norteamericanas: el individualismo, la religión, el trabajo y la libre empresa. Que están teniendo éxito con tal mensaje lo demuestran las encuestas.
Y, sin embargo, tengo la impresión de que la historia va a ser más caritativa con Barack Obama que sus contemporáneos. No porque haya sido el primer presidente negro, algo que marca un hito en la historia de este país, sino porque su gestión no ha sido mala. Dadas las circunstancias reinantes, podría decirse incluso que ha sido todo lo buena que podía esperarse. Y ahí está que el país está saliendo de la gran crisis económica que generó, algo que ya quisieran poder decir la mayoría de los gobernantes. Pero de eso no se habla, sino de que es «más débil que antes», cuando sigue teniendo el ejército más poderoso del mundo. Si su poder ha disminuido se debe a los enormes cambios ocurridos en este.
Es verdad que su gran rival, la Unión Soviética, ha sufrido un bajón mayor, con pérdida de vastos territorios. Pero han surgido otras potencias, como China, que equilibran el poderío global, y el yihadismo, con tentáculos en todo el mundo, que representa un desafío mayor y más difícil de combatir que el soviético. Es verdad que Obama consiguió, como prometido, acabar con Bin Laden. Pero de poco ha servido, porque Al Qaeda ha sido sustituida por el Estado Islámico, que ha declarado la guerra abierta y encubierta no solo a Occidente, sino también a los musulmanes que no acepten su versión radical del Islam. Ahora bien, esto no se debe a la «debilidad de Obama», como dicen sus críticos.
Se debe a los errores cometidos por anteriores administraciones USA. Si los asesores militares norteamericanos, obsesionados por la Guerra Fría, no hubieran ayudado a los talibanes a echar a los rusos de Afganistán, no hubiéramos tenido los tremendos problemas que hemos tenido y seguimos teniendo en aquel país. Si Bush hijo, empeñado en demostrar que era mejor presidente que su padre, no hubiese ordenado a sus tropas invadir Irak, allí seguiría Sadam Husein, que era un dictador sanguinario, pero no tanto como los yihadistas. Algo parecido puede decirse de Siria. Y esto no se arregla enviando de nuevo tropas a aquellos países. Al revés, meter tropas occidentales en lo que es una guerra religiosa dentro del Islam, agrava la crisis en vez de resolverla, como muestra la experiencia. Ayudar en lo que podamos a los musulmanes que combaten contra los más radicales antioccidentales, sí, pero la batalla tienen que librarla y ganarla ellos. En otro caso, sería una victoria pírrica, que no es por la mínima, como se cree ahora en España, sino una falsa victoria, simiente de una posterior derrota.
En lo que pueden acertar los críticos de Obama es en que, si bien hizo realidad el sueño de que este es el país de las oportunidades donde todos los ciudadanos pueden llegar a presidentes, representa también el fin de otro gran americandream: que podía extender la democracia a todo el mundo mientras proporcionaba a sus ciudadanos un trabajo seguro, un pollo en la cazuela y un coche en el garaje. Algo que la crisis ha puesto en duda, pese a haber disminuido el paro al 5,9 por ciento. Los Estados Unidos ya no tienen capacidad para resolver todos los conflictos mundiales y de garantizar al mismo tiempo que cada generación de norteamericanos vivirá mejor que la anterior. El adelgazamiento de su clase media advierte de los límites de su fortaleza.
Obama es el primer presidente norteamericanos que se ha dado cuenta de lo peligroso que es librar guerras que no se pueden ganar y de que hay gentes que rechazan theamericanwayoflife. No es fácil admitirlo, después de haber sido durante más de medio siglo la primera potencia política, económica y militar. Pero más peligroso es no aceptar esta nueva situación global, como ha ocurrido a otros grandes imperios. Y yo tengo la esperanza de que la iniciativa, la imaginación, la flexibilidad, la laboriosidad, la capacidad de asimilación que ha mostrado este país desde sus inicios le permitirán seguir siendo uno de los líderes mundiales aún por bastante tiempo, sin necesidad del liderato absoluto, entre otras cosas, porque tales lideratos se han acabado.
JOSÉ MARÍA CARRASCAL, ABC – 04/11/14