VICTORIA PREGO, EL MUNDO 24/04/13
· Se hizo en cumplimiento de órdenes superiores. Ése es el argumento supremo al que se recurre, con la pretensión de que sea irrebatible y pueda justificar cualquier desmán, como si el autor de la fechoría tuviera la obligación de no tener cerebro en el momento de actuar.
Y así es como nos encontramos con que personas acreditadas en su lucha contra el terrorismo, cuya vida profesional ha estado dedicada a derrotar a los asesinos y que han logrados éxitos decisivos en esa dirección, acaban participando en una de las operaciones más dañinas que se conocen en el esfuerzo por lograr la victoria de la democracia sobre ETA.
Porque el efecto de aquel soplo a los etarras fue devastador para ese esfuerzo. No es sólo que los terroristas recibieran el dinero de la extorsión, cosa que ya sabíamos pero que hoy nos grita su existencia desde la página de al lado. Es que los miembros de la red de chantaje, que podían haber sido destrozados de un mazazo en la operación, pudieron escabullirse y llevarse con ellos pruebas, listas, sellos y nombres de víctimas y de verdugos.
Lo sucedido fue de una gravedad extraordinaria y contra la dimensión de ese delito no pueden ni los currículos más impecables. Los tribunales no están para valorar la trayectoria de quienes lo perpetraron, sino de juzgar y castigar aquellos hechos. Son dimensiones del todo incompatibles.
Y aquí es donde entra la mipe concepción del cumplimento de las órdenes de un superior, cuya más sangrienta y esperpéntica versión hemos visto en este mismo periódico hace muy pocos días en boca del asesino de Brouard: lo mató porque su compadre había recibido órdenes superiores.
Cuando conozcamos la sentencia sobre este caso únicamente podremos valorar la pena que van a pagar sus autores inmediatos, pero la responsabilidad de lo ocurrido es incomparablemente mayor y más imborrable para quienes decidieron una estrategia política cuyos demoledores efectos conocían perfectamente y, conociéndolos, dieron la orden. Para ellos no habrá pena. Sólo para quienes practicaron como miopes el perverso principio de la obediencia ciega.
VICTORIA PREGO, EL MUNDO 24/04/13