Alberto Ayala-El Correo

  • Viendo la España teñida de azul que ha dejado el 28-M, parece difícil creer que las esperanzas del presidente tengan fundamento

De Pedro Sánchez caben esperar muchas cosas. Unas acertadas, otras erróneas. Más o menos éticas. Previsibles o en abierta contradicción con sus promesas. Lo improbable es la resignación. De ahí la sorprendente decisión anunciada ayer de adelantar las generales al 23 de julio.

El incontestable triunfo del PP de Alberto Núñez Feijóo en las municipales y autonómicas del domingo dibujaba, y dibuja, un negro horizonte para Sánchez, para el PSOE y para la izquierda de la izquierda. Una especie de larga agonía política dirigida por el PP que debiera haber culminado en diciembre la ‘derogación del sanchismo’.

Con el anticipo, el presidente evita que todo el debate gire durante semanas en torno a la derrota de las izquierdas. En vez de ello, el líder del PSOE se autoconcede a sí mismo y al bloque progresista una postrera oportunidad.

Sánchez sólo tiene un clavo ardiendo al que agarrarse: emular a José Luis Rodríguez Zapatero y repetir lo sucedido en 2007 y 2008. Entonces, en 2007, el PP venció en las municipales. Menos de un año después, cuando el centroderecha acariciaba ya el retorno a La Moncloa, los socialistas ganaban las generales gracias a la movilización del voto progresista con el mensaje de que si no acudían a las urnas volverían el PP y sus políticas antisociales.

Soñar, ya saben, es libre. Aunque en este caso, viendo la España teñida de azul que ha dejado el 28-M, parezca difícil creer que las esperanzas de Sánchez tengan fundamento.

Y es que los socialistas apenas han salvado tras el domingo Castilla-La Mancha, Asturias y, posiblemente, Navarra. El resto de las comunidades en que se votó pasarán a estar dirigidas por el PP. Eso sí, los populares precisarán el apoyo de la ultraderecha para gobernar en cinco autonomías: Cantabria, Aragón, Baleares, Extremadura y la joya de la corona, Comunidad Valenciana. Todo un arma de campaña para las izquierdas.

Sánchez, que con el adelanto evita también una eventual sublevación de algunos de los ‘barones’ perdedores -todos menos Page-, apenas tiene a su favor que el 28-M el PP sólo le superó por 750.000 votos. Y que una simple traslación de los resultados de las municipales al Congreso de los Diputados dejaría a la suma PP-Vox a 18 escaños de la mayoría absoluta. En contra, además de casi todo lo demás, que entre Andalucía, Cataluña, Madrid y Valencia eligen a más de la mitad de los integrantes del Congreso (188 de 350) y en ellas derecha y derecha extrema rebasan a las izquierdas en muchos cientos de miles de votos.

Sánchez sólo logrará hacer blanco con la última bala que le queda en la recámara si el mensaje del miedo a las derechas se traduce en una extraordinaria movilización de votantes de izquierdas. Y siempre que Yolanda Díaz cierre con éxito en diez días su oferta política con la fracasada Podemos dentro, y logre de los morados lealtad y espíritu de colaboración. Casi nada.