ABC 26/08/15
ÁLVARO MARTÍNEZ
Al grito de «fascista», la presidenta de Vox en Cuenca recibió ayer una paliza. Inmaculada Sequí, apenas una muchacha, salía de casa de sus padres para desayunar cuando fue abordada por tres individuos que le dieron una tunda que la dejó inconsciente. Otros tres «valientes». Nunca había recibido amenazas, lo primero ha sido una zurra por ser de derechas –«fascista», a juicio de la neurona que les queda a su apaleadores– que ha terminado en Urgencias y cuya autoría investiga la Policía. Sequí fue candidata a la alcaldía de la ciudad del Júcar en las pasadas municipales, las primeras en las que la joven podía votar. ¿Por qué tanto odio?
Este grave episodio tuvo ayer un orfeón de reacciones digitales cuyo rápido chequeo permitía comprobar cómo los comentaristas de la noticia se dispensaban unos a otros una ensalada premium de cogotazos y mandobles virtuales de tal virulencia que ayuda a entender cómo se ha llegado a clima tan envenenado. Desde que el zapaterismo comenzara a ningunear las virtudes de la Transición, idea que han ampliado los populistas demonizando aquel bendito bálsamo que quiso curar la vieja herida, es fácil que la opinión política distinta provoque una colérica reacción, expresada además con tal vehemencia que se agradece que la riña sea digital y no física, que de verse cara a cara los contendientes convertirían España en un saloon del Far West al día siguiente de cobrar la paga en el rancho. Cuando este aire encanallado llega a una persona medio normal, todo queda en un «qué mal huele aquí» y en un par de denuestos; cuando es inhalado por un vándalo con el cerebro en peligro de extinción, tenemos listo el palizón por «facha» o por «rojo».
Vienen al pelo de este ambiente envilecido aquellos antiguos tuits de los concejales recién llegados a los ayuntamientos, con las guillotinas, los ceniceros, las piezas de recambio para las niñas amputadas por una bomba, los empalamientos y demás amables soluciones que los «magos del humor negro», por entonces solo simples indignados, aportaban para un mundo más justo y para que España fuera una democracia real ya. Por lo pronto, lo real-real fue la paliza que le dieron ayer a una muchacha en Cuenca por pensar diferente.