IÑAKI EZKERRA-EL CORREO

  • Padecemos la falta de una pedagogía liberal de respeto a la vida de los demás

Me pasó en el puente de la Constitución. Paré con mi mujer a comer en Monesterio, ese pueblo extremeño famoso por el jamón, y salí solo un momento a fumar en la puerta del restaurante. No había aún encendido el pitillo cuando una buena mujer que enfilaba la calle me gritó a varios metros: «¡Ay, el tabaco, el tabaco…!». No digo que me enfadé porque ya estoy acostumbrado a que cualquiera se empeñe en enseñarme a vivir. Me limité a preguntarle educadamente: «¿Qué le ocurre, señora? ¿Es usted talibana?». Durante un par de minutos mantuvimos el siguiente diálogo:

-No, por Dios, yo estoy a favor de la paz y el consenso. Se lo he dicho por su bien.

-Por mi bien no se preocupe. Yo es que tengo la suerte de poseer una naturaleza extraordinaria y de ser de Bilbao. A los de Bilbao no nos hace daño el tabaco. Yo lo siento por usted que no ha tenido ese privilegio y debe privarse de fumar y de tantas otras cosas.

-¿Me habla usted en serio?

-No sólo le hablo en serio, sino que le doy un consejo: no se le ocurra probar el jamón. ¿Sabe usted la cantidad de enfermedades cardiovasculares que produce y la cantidad de gente que ocupa en los hospitales camas que serían necesarias para atender a otros pacientes menos desaprensivos?

La mujer se excusó y me dijo que la disculpara, que tenia prisa. Se alejó por la calle pensando probablemente que había hablado con un loco. Y a mí las últimas caladas de mi cigarrillo me supieron a gloria.

Otro ejemplo de incursión en la vida privada: recibo en mi correo electrónico una felicitación en la que se me desea «una feliz y auténtica Navidad». Me la envía en nombre de una asociación el ser más hipócrita que he conocido. ¿Qué quiere decir con eso de «una Navidad auténtica»? ¿No era suficiente con la palabra «feliz»? ¿A qué viene meter esa cuñita repelente que apela invasivamente al terreno personal de la fe religiosa? Yo tendré la Navidad que me dé la gana. Y, si me da la gana de que sea una Navidad más falsa que la mala moneda, será un asunto de mi absoluta incumbencia en el que ese personaje ni pincha ni corta nada.

Son dos ejemplos que me hacen recordar la ausencia que padecemos de una pedagogía liberal de respeto al otro así como la tan traída y llevada cita de Churchill: «Democracia es que, cuando oyes de madrugada el timbre de tu puerta, puedes estar seguro de que es el lechero». El problema que paceremos hoy en España es que hay lecheros que se empeñan en pedirte el DNI. ¿Qué pasa cuando el lechero se cree un agente de la Gestapo? Ojo con el lechero que te aconseja que no fumes o te desea una Navidad auténtica. Además, como hoy ya no hay lecheros, absténgase quien quiera que sea de llamar a mi puerta de madrugada.