Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo

Los dirigentes de ELA se muestran orgullosos de que Euskadi sea la región europea con un mayor número de huelgas. Yo creía, quizás con un déficit grave de pensamiento, que el objetivo central de las organizaciones sindicales era la defensa de los intereses de los trabajadores. Si así fuera, imaginaba que la huelga era un instrumento –probablemente extremo, pero sin duda eficaz en ocasiones–, para defenderlos. Un instrumento, no un fin en sí mismo. Hubo un tiempo en el que la organización del trabajo planteaba un desequilibrio injusto entre el conocimiento, la capacidad de negociar y la de ejercer presión que estaban desequilibradas entre una masa difusa de trabajadores y una propiedad de las empresas con mayores conocimientos, mejores asesores y más capacidad de actuación. Con su organización, los sindicatos consiguieron reequilibrar e igualar las posiciones. Piense en los grandes astilleros, en las enormes acerías y los imponentes fabricantes de bienes de equipo de ayer y compárelos con las oficinas técnicas y los laboratorios de investigación de hoy y verá la profundidad de los cambios registrados.

Las cosas han cambiado mucho y lo han hecho a mejor. Los trabajadores han incrementado su formación, mejorado su información y ganado en presencia en las negociaciones. Todo ello en un entorno en el que las grandes empresas han ido cayendo por culpa de la presión competitiva y las modificaciones en las ventajas competitivas de empresas, sectores y países. Cambios que han propiciado la desaparición en paralelo de las grandes masas proletarizadas y la aparición de numerosos profesionales perfectamente capaces de defender sus intereses por sí mismos. De ahí se derivan los cambios operados en las afiliaciones sindicales.

Entiendo que un sindicato pueda sentirse orgulloso de haber conseguido mejoras para sus trabajadores. Siempre y cuando esas mejora, en el corto plazo sean compatibles con la propia supervivencia de las empresas en el largo. Porque si para defender una mejora inmediata, se pone en peligro la existencia futura de la propia empresa, el resultado no será bueno para nadie. Lo que no llego a entender es que algunos se sientan orgullosos de haber provocado el mayor número de huelgas, sin valorar sus efectos. ¿Liderar ese ranking atrae nuevas inversiones? ¿Liderar ese ranking ayuda a crear nuevas empresas? ¿O es posible que las ahuyente?

En Euskadi tenemos los salarios más altos, la cotizaciones sociales más elevadas, las mayores pensiones, el menor número de horas trabajadas, el mayor absentismo y… el gasto social ‘per cápita’ mas grande de España. ¿Es sostenible esta situación? Sí, mientras el valor añadido creado en las empresas evolucione de manera sincronizada con todo ello. Pero es obvio que vivimos sobre el alambre. No debemos olvidar que los demás también se esfuerzan y mejoran y lo hacen en ambientes menos crispados en donde el orgullo ilumina otros caminos y no precisamente a las huelgas.