ESTOS días, no hemos recordado la vindicación de Torra de lo que hace dos años se llamó la vía eslovena. No fue un exceso retórico. Como quiera que Eslovenia pasó por una guerrita de apenas un centenar largo de muertos, la más incruenta de las balcánicas, el hecho de ampararse en ese ejemplo denotaba la disposición a absorber una cantidad asumible de muertos. En nuestro caso, como hemos podido comprobar esta última semana, de algún que otro miembro de la UIP, deshumanizado primero en un ambiente donde hasta los parlamentarios los llaman gossos–perros–, adaptación catalana del txakurra vasco. Pero, también, si hacía falta, de algún que otro atorrante amotinado de entre la chavalería enviada a la barricada por perturbados de traje y corbata.
Después de haber presenciado la violencia, y resistiéndome a que la izquierda mediática me convenza de qué es lo que he visto con mis propios ojos, esperaba que en el mundo independentista, Imagine, surgiera algún tipo de recapacitación, algún testimonio de alguien asustado por los estragos del Frankenstein previamente creado. No ha ocurrido en absoluto. Al revés. Sólo me he encontrado declaraciones de una irresponsabilidad colindante con la sociopatía en las que lo mismo algunos, como Cuixart, todavía insatisfechos, pedían un grado mayor en el «sacrificio» –nótese la impaciencia ante la tardanza del primer muerto–, mientras que otros tarados elogiaban el rendimiento propagandístico de la violencia, parece ser que más expansivo que el del pacifismo. Esto sí que es una constante del nacionalismo, incluso del cursilón y sentimental: la pérdida de la vida humana se vuelve aceptable, cuando no necesaria. Una vez asumido esto, se está en la senda moral que termina en el terrorismo y en la limpieza étnica. Ya lo hemos visto, ya lo sabemos, y todos los asesinos dispusieron de un agravio para justificarse.
Llegados a este punto, sólo cabría hacer una petición a los ultranacionalistas violentos de Cataluña: ahórrennos el victimismo profesional. Esto es difícil porque siempre regirá, en la extrema izquierda española, el automatismo de ponerse, ante la duda, en contra de España. Y sé que ese automatismo, así como la financiación mediática de Roures, contribuirán a propagar la excusa victimista y la adjudicación de la culpa a la España mitológicamente represiva. Suerte que uno dispone de sus propios ojos.