Luis Ventoso-ABC

Jamás en la historia de España un gobierno salió en televisión de sol a sol

Lo de pastorear a las masas a través de los medios no es nuevo. El maestro de la propaganda más célebre fue un personaje odioso y criminal, Joseph Goebbels. Se trataba de un fanático racista, que ante la derrota del nazismo mató a sus seis hijos en el claustrofóbico búnker de Hitler y luego se suicidó con su mujer. Joseph conoció a Adolf en los primeros años veinte y se encargó de convertir a aquel oscuro, magnético y exaltado agitador austríaco en un fenómeno de masas. Los instrumentos para popularizar al líder y su repugnante ideología fueron la radio, el cine y los desfiles y discursos masivos, con unas puestas en escena casi élficas. Goebbels contrató a la cineasta Leni

Riefenstahl, tan brillante con la cámara como opaca de alma, para rodar unos documentales de glorificación del nazismo tan excelsos que hasta triunfaban en los festivales de cine. Pero su auténtico ariete para taladrar la conciencia colectiva fue la radio. El Ministerio de la Propaganda instaló altavoces en fábricas, plazas y escuelas, donde tronaba el discurso del régimen. Además, encargó a los fabricantes transistores baratos para que la palabra sagrada resonase en cada hogar. Así se logró adocenar al pueblo más cultivado de Europa.

El experimento se ha repetido en muchos países, en especial en regímenes autoritarios. El culto al líder es un rasgo distintivo de los caudillismos. Hoy, sin ir más lejos, impera en China. Meter al líder con calzador en todos los hogares de sol a sol funciona. Lo sabía Fidel Castro, con sus monsergas interminables. De él lo copió Hugo Chávez, que se instaló en los hogares de los venezolanos con su «Aló Presidente», unos maratones televisivos que duraban horas.

En las democracias tampoco falta la propaganda. Sobre ella se ha construido, por ejemplo, el inexplicable triunfo en la maravillosa Cataluña de un pensamiento xenófobo y profundamente reaccionario. Pero normalmente en los sistemas abiertos y plurales todo es más sutil y contenido. Existen límites. No se abusa de la posición de poder de manera grosera para intentar adoctrinar al pueblo, como hacen las dictaduras. Por eso resulta insólito lo que está ocurriendo en España desde la declaración del estado de alarma. El Gobierno ha aprovechado estas seis semanas con la ciudadanía rehén en sus casas para sermonearla a través de la televisión de manera incansable. Cada día hay dos horas largas de ruedas de prensa matinales. A la tarde, nueva rueda de prensa con más ministros. Los martes, rueda de prensa del Consejo de Ministros (y el viernes, porque algunas semanas hay dos). El fin de semana llega Tele Sánchez, que ayer alcanzó su emisión número once (el Rey, Jefe del Estado, ha podido dirigirse a la nación siete minutos desde que empezó esta crisis). El Gobierno ha okupado la televisión para enjugar su floja gestión.

Los españoles, pueblo poco liberal y que acepta encantado el intrusismo estatal, hemos transigido con este exceso antidemocrático. Pero ayer, además de aplausos, sonaron también cacerolas contra Sánchez en los balcones. Tal vez la anestesia catódica está dejando de funcionar.