TONIA ETXARRI-EL CORREO

Duró un suspiro la tregua entre el jefe de la oposición, Pablo Casado, y el presidente del Gobierno sobre la crisis de Marruecos. Porque hubo tregua. Durante unas horas. Después de que el Gabinete de Mohamed VI olfateara la debilidad de Pedro Sánchez y se atreviera a provocar una de las peores crisis diplomáticas de la última década fomentando una avalancha ilegal migratoria en el puerto de Ceuta. Fue el dirigente popular quien llamó por teléfono al presidente del Gobierno para expresarle su apoyo en momentos tan críticos para la soberanía española. Pero ayer en sesión parlamentaria la caja del apoyo del PP iba envuelta en un lazo de reproches que no gustaron nada a Sánchez, tan acostumbrado a reclamar apoyo sometido e incondicional.

Existen, en política, varias formas de hacer oposición. La de ‘tierra quemada’ y la de colaboración leal en asuntos de Estado. Rajoy desplegó el manual de la lealtad cuando Zapatero, presidente en 2011, le pidió apoyo para reformar con urgencia el artículo 135 de la Constitución. Pero el dirigente popular no encontró la misma actitud en Pedro Sánchez, cinco años después. El ‘no es no’ del dirigente socialista a la investidura de Rajoy provocó su dimisión y la renuncia de su escaño para no tener que desobedecer el mandato del comité federal. Ayer Casado tendió una mano al presidente pero sin dejar de reprocharle la cadena de errores que había cometido con Marruecos. La lista es larga. Es cierto que la asistencia hospitalaria al líder del Frente Polisario, Brahim Ghali, imputado por genocidio, violación y torturas entre otras cosas, con alevosía y falsedad documental, fue el desencadenante de la ira del Gobierno marroquí. Pero cualquier estudioso de este conflicto podía prever esta crisis sin ser la ministra González Laya. Porque el contencioso con Marruecos viene de lejos. Y las torpezas del Gobierno de Sánchez han ido cargando de excusas al marroquí. No solo rompió la tradición de viajar a Rabat en su primer viaje internacional como presidente sino que no desautorizó a su vicepresidente Iglesias cuando quiso calentar el ambiente del primer viaje oficial reclamando el referéndum sobre el derecho de autodeterminación del Sahara.

De momento, con los 30 millones de euros de ayuda, Rabat ha interrumpido la avalancha, después de volver a enseñarnos su capacidad de desestabilización con la inmigración ilegal. Pero no se apaciguará tan fácilmente. Quiere forzar mayor apoyo de España después de que Trump reconociera la soberanía marroquí sobre el Sáhara. Y Biden, lejos de enmendar a su antecesor, ha respaldado a Marruecos. Europa ha salido en defensa contundente de España porque somos su frontera. Pero Sánchez necesita más soportes. No puede desdeñar la ayuda de la oposición crítica. Tendrá que pedir la mediación del Rey Felipe VI. Como hicieron los anteriores presidentes con el padre del monarca.

Sánchez se extrañará al oír el eco de su voz pronunciando mensajes malditos como la devolución inmediata, las expulsiones de inmigrantes sin papeles…