ABC 11/11/16
DAVID GISTAU
· Lo que viene será mucho más divertido para escribir, aunque habría sido mejor vivirlo con amigos y en moto que con familia numerosa
DESDE que empezaron a tambalearse el orden y las convenciones occidentales construidos sobre las ruinas del 45, habíamos diagnosticado un rencor que iba desde la sociedad hacia sus élites tutelares. Ahora, sobre todo a raíz de la victoria de Trump, podemos decir ya que ese fenómeno es recíproco: las élites están resentidas con su sociedad porque ya no se deja inocular valores sino que hace lo que le da la gana y ha abierto demasiado el margen de excentricidad. Resulta significativo contemplar la ansiedad, cuando no el enojo, de los órganos habituales de influencia que ahormaron los principios colectivos del bienestar socialdemócrata, convertidos de pronto en Casandras a los que nadie escucha. El resentimiento es tal que las élites están a punto de matizar la vieja consigna retórica acerca de la infalibilidad del pueblo cuando vota y de limitar el sufragio universal para impedir que aquello que ellas saben que nos conviene a todos sea saboteado por la «white trash» mundial, con su olor rural e ignorante. En USA, por ejemplo, que sólo voten los personajes de Woody Allen. Sería una mutación del despotismo ilustrado, del paternalismo enciclopedista, que habría encontrado en el populismo la excusa perfecta para sacar de la cabina de control al estúpido votante que va por ahí creyendo que la coartada de «un hombre, un voto» iba en serio.
Todo esto trae aparejado un síndrome letal: el narcisismo de los odiadores que disfrutan usando herramientas como Trump para abofetear la obesa estabilidad convencional mientras fingen que no saben que el puñetazo es autolesivo. Trump es un síntoma que tiene manifestaciones europeas, lo cual joroba mucho a Podemos, que se pretende de un linaje ideológico fetén. Finaliza un ciclo, el del 45, en el cual se sentía uno integrado pese al aburrimiento que va siempre unido a los triunfos del reglamento y la prosperidad de las épocas conclusas. Lo que viene a partir de ahora será mucho más divertido para escribir, aunque habría sido mejor vivirlo con amigos y en moto que con familia numerosa. En lo que concierne a Europa, la contracción americana anunciada por Trump la deja sometida a una gigantesca prueba de carácter: por primera vez, se tiene que apañar sola. Incluso para defenderse. Y todo ello, con Rusia acodada en Ucrania esperando a ver pasar a los gringos en su regreso a casa. Abandonada a su merced, Europa fracasará, por supuesto, y se hará más tribal y mezquina de nacionalismos, como cuando brotó maleza en las calzadas romanas y, arruinada la comunicación, comenzó la época oscura de los Uther Pendragon.
Lo más entrañable de los editoriales socialdemócratas de estos días ha sido la nostalgia que ya rezuman de la América que, según ellos, acaba con Trump: la de Omaha Beach, la garante de la paz europea, la que irradia en lo alto de la colina. Digo entrañable porque ésa es precisamente la América cuya existencia jamás admitieron, cegados por los prejuicios ideológicos del mundo en vilo ante las represalias de Bush.