Olvidos y hegemomía

Antonio Elorza, EL CORREO, 9/7/12

El nacionalismo no ha conseguido hasta fecha reciente desarrollar una cultura nacional de calidad, logrando en cambio imponer la idea de que cuanto pueda producirse sin atender a sus baremos de nacionalidad vasca ha de ser excluido

Cuando supe que estaba en marcha una refundación del Museo de San Telmo en San Sebastián, me puse en contacto con sus gestores. Mi esposa, ya fallecida, pertenecía a la última generación de descendientes del poeta euskeldún Indalecio Vizcarrondo, Vilinch, y en razón de ello había conservado algunos originales manuscritos de sus versos. Una vez atendido con la máxima amabilidad, la oferta de donación fue rápidamente aceptada y hoy ‘Juramentuba’ se exhibe en una vitrina de la exposición permanente. Aprovechando la ocasión, recordé a esos mismos gestores que mantenía una excelente relación con los descendientes de una de las figuras señeras del siglo XX vasco, el ingeniero Nicolás María de Urgoiti, fundador de la Papelera Española, promotor de otras iniciativas en el país y luego en Madrid, creador del más importante periódico diario de la primera mitad del siglo XX en España, ‘El Sol’. Aunque por azar vio el mundo en Madrid, Urgoiti siempre se consideró vasco –«fue en San Sebastián donde mis ojos se abrieron al mundo»–, e incluso estuvo a punto de formar parte de la candidatura republicana en la provincia en junio de 1931. Su vida profesional se había inaugurado en Vizcaya, al frente de la Papelera del Cadagua, sobre cuyo funcionamiento en todos los órdenes –técnicos, económicos, de denuncia de la explotación de los trabajadores– dejó unas páginas admirables.

Los familiares estaban incluso dispuestos a ceder al museo un magnífico busto de don Nicolás, obra de Victorio Macho, pero de nada sirvió. No hubo siquiera respuesta. Tal vez como venganza por haber sembrado los montes del antiestético pino papelero, su nombre y sus actividades fueron ignorados. Como contrapartida, una vitrina evocaba una actividad económica sin duda menos importante que la industria papelera, pero también sin duda más expresiva de lo que quienes pensaron el museo juzgaban que era el alma verdadera del país: el trabajo de la alpargata, al que entregaron su vida generaciones de mis antepasados en Azkoitia. Por cierto, exhibiendo un banco de alpargata bastante deteriorado.

Conviene decir que el olvido de Urgoiti no fue total en el País Vasco –así fue evocado en una notable exposición sobre Bilbao hace años–, y que es compartido en otros lugares donde desarrolló su trabajo, particularmente en Madrid. Aquí de modo absurdo tropezó con el muro de Ortega y Gasset, a quien siguió en muchas de sus ideas y que fue el colaborador privilegiado de sus publicaciones. Pero que ni fundó ‘El Sol’ –tal y como afirmaba incluso la exposición organizada en honor del filósofo al llegar los socialistas al gobierno–, ni sus planteamientos políticos y económicos fueron un simple reflejo de los orteguianos. Fue un demócrata mucho más resuelto que el autor de ‘España invertebrada’. La estricta complementariedad intelectual de ambos personajes fue olvidada y el esperpento llegó hasta un ensayo de gran difusión donde se citaba textualmente un supuesto elogio de Urgoiti a Ortega, con la entrada en escena de la figura del arquero, cuando en realidad era Ortega quien elogiaba a Urgoiti, auténtico guía del diario. El proyecto reformador de Urgoiti tenía además unas raíces estrictamente autóctonas: en un esquema de círculos concéntricos, donde el análisis de las deficiencias de la industria papelera en Vizcaya y en Guipúzcoa le lleva a plantear la innovación en la cultura, en la prensa como vehículo de modernización de la mentalidad y de la política, y por fin, a una concepción técnica del Estado.

En tierra vasca, las razones del olvido son distintas y conciernen a otras causas. Es algo que Juan Pablo Fusi ya señaló hace tiempo. El nacionalismo no ha conseguido hasta fecha reciente desarrollar una cultura nacional de calidad dentro de su marco, logrando en cambio imponer la idea de que cuanto pueda producirse sin atender a sus baremos de nacionalidad vasca, ha de ser excluido o menospreciado. La alpargata por delante de la Papelera. A título personal, partiendo de Unamuno, pueden librarse de las tinieblas exteriores. No en los cauces que configuran la mentalidad colectiva. Una concepción perversa de la ‘construcción nacional’, de estricta confesión nacionalista, ha actuado aquí con gran eficacia. Y en los tres años de paréntesis gubernamental socialista, no parece que nada haya cambiado. Posiblemente, a pesar de su atención a la cuestión cultural en el plano lingüístico, ni siquiera se lo han planteado, o no se han atrevido a hacerlo, con el PNV siempre en guardia. Ha estado ausente la necesaria imagen de una Euskadi donde la nación debe ser plural, donde sobra la proyección política irredentista de una Euskal Herria más allá del nacionalismo cultural, donde las concepciones políticas del mundo abertzale vulneran continuamente desde su esencialismo los criterios democráticos.

Nada tiene de extraño que esa hegemonía nacionalista, confirmada en las elecciones, sea ejercida sin problemas sobre todos los ámbitos de la vida vasca. Cuentan su relato en solitario y el PSE se limita a la adecuación, a intentar convencer a la opinión de que son más razonables –lo cual es cierto–, sin poner en entredicho los mitos de la ideología dominante.

Según escribiera un integrista marroquí, al otro se le respeta su libertad de opinión, siempre que la ejerza entre las cuatro paredes de su casa. No hay prohibiciones expresas, pero los ciudadanos conocen la distribución de papeles entre dominantes y dominados. El efecto-mayoría juega a fondo. Puedes manifestarte como quieras por el Athletic. No es pertinente hacerlo por la victoria de ‘La Roja’. Ninguna prueba más clara que la dimensión minoritaria de las expresiones públicas de alegría el pasado domingo. Sabes que exhibir signos identitarios españoles equivale a opositar a la exclusión, incluso en medio urbano. Aquí, como al configurar la tradición cultural, Sabino ha trinfado.

Antonio Elorza, EL CORREO, 9/7/12