IGNACIO CAMACHO-ABC

  • La farsa ha desembocado en el anuncio de una revancha camuflada bajo el mantra eufemístico de regeneración democrática

Contaba Ava Gardner en sus memorias que Juan Domingo Perón, vecino suyo en la casa donde hoy vive Joserra Iturriaga, solía asomarse al balcón para entretener el exilio arengando a grandes voces a unas multitudes imaginarias. En estos días de agenda cancelada, quizá Sánchez también haya creído escuchar desde la Moncloa el clamor de las masas, aunque lo único audible eran los alaridos de una María Jesús Montero transfigurada ante una feligresía más bien escuálida y el lejano eco del desfasado clan de la ceja implorando que no renunciara. A eso le ha llamado movilización social para justificar la decisión que ya tenía tomada junto con la de lanzar una ofensiva de venganza bajo el eufemístico camuflaje de regeneración democrática. El resto ha sido una comedia –puro teatro, dice el ‘Post’–, una impostura narcisista, un melodrama donde la idea de dimitir, si en algún momento existió, quedó prontamente descartada.

Lo que queda tras el gatillazo autorreferencial, amén de un partido aliviado de su cerval ataque de pánico ante la sede vacante, no es nada distinto de lo que había: un presidente cabreado al frente de una precaria coalición de radicales populistas y al parecer decidido a hacer «limpieza» de opositores con periodistas y jueces en el punto de mira. O sea, a garantizarse un blindaje de inmunidad para sí, para su Gobierno y para su familia; un estatus intocable por encima de cualquier crítica y, por supuesto, de la acción ordinaria de la justicia.

A tal efecto, durante los días de encierro ha mandado a Tezanos a preparar el terreno con una de sus encuestas por encargo. En la que como es natural sale un amplio respaldo a la intención de meter mano al poder judicial y ponerle un bozal al periodismo contestatario. Un oportuno retrato a medida del pueblo sabio que confía en su mesiánico liderazgo y le da carta blanca para proceder de inmediato a tomar las medidas que contribuyan a reforzarlo. Todo está escrito en el primer capítulo del manual del autócrata contemporáneo, el que aprovecha la democracia para atornillarse al puesto de mando mediante la liquidación de todo contrapeso institucional, jurídico, parlamentario o civil que encuentre a su augusto paso.

Otra cosa es que le salga bien la estrategia. Este parto de los montes no ha dejado buen sabor de boca en una opinión pública cansada de correr tras las liebres eléctricas que la clase política suelta para camuflar su incompetencia, y la palabra corrupción ha sonado con mucha fuerza en la prensa extranjera. Su inmeditada sobreactuación ante una simple denuncia –ni siquiera querella– ha extendido sobre él y su entorno una nube de sospecha: el ‘efecto Streisand’. Y aunque caben pocas dudas de que va a intentar enmascarar su frívolo error bajo la bandera de la épica contra la ultraderecha, siempre llega un momento, cuando menos se espera, en que la suerte se da la vuelta.