Acostumbrados a que el verano lo rebaje todo, consideramos las campañas de verano de ETA -que pretenden más bien socializar la incomodidad- lo que el tinto de verano al vino o la Universidad de Verano a la verdadera Universidad. Quizá por eso minimizamos los atentados. Este año, por si las localidades turísticas no hubiesen notado la crisis, ETA ha venido a reforzarla.
La campaña de verano es una práctica que los terroristas vienen llevando a cabo desde 1979. ETA político-militar enterró aquel verano entre los meses de junio y julio 11 bombas en las playas de Torremolinos, Benidorm, Castellón y Girona. Al año siguiente, en las mismas fechas, volvió a colocar el mismo número de bombas en Marbella, Jávea, Fuengirola, Alicante, Estepona, Mijas y Benalmádena. A partir de 1985, ETA (m) le copia el know how y, verano tras verano, con precisión estacional, se han venido sucediendo las campañas contra intereses turísticos, la mayor parte de las veces en zonas costeras, aunque ocasionalmente también han sido contra aeropuertos, vías férreas o carreteras.
Tres bombas en las playas de Laredo y Noja y una cuarta en un campo de golf situado en esta última localidad marcaron ayer una práctica veraniega muy desarrollada en la carrera terrorista de ETA. Diseñadas con el objetivo de boicotear el turismo mediante bombas colocadas en playas, establecimientos hosteleros, parques o paseos de localidades turísticas, constituyen una de esas prácticas que van generando en los medios de comunicación una terminología específica, unos sintagmas como peanas sobre los que descansan: a lo que ellos llaman Operación Udara lo llamamos en los medios «campaña de verano», en una traducción razonable, aunque la expresión remite a una variante de las rebajas, que algo de eso hay.
Estamos acostumbrados a que el verano lo rebaje todo y eso nos lleva a considerar que las campañas de verano de ETA son a sus campañas de invierno lo que el tinto de verano al vino o la Universidad de Verano a la verdadera Universidad. Quizá por eso minimizamos los atentados: bombas de escasa potencia, pequeños artefactos.
Los ingenios explosivos de estas campañas tienen la potencia destructora necesaria para conseguir los objetivos de los terroristas, que no son causar una gran mortandad entre los bañistas, sino hacerlos desistir. Hace 15 años, KAS, la coordinadora de ETA y sus organizaciones afines, aprobó la ponencia Oldartzen, que definía como objetivo político «la socialización del sufrimiento».
Las campañas contra el turismo pretenden más bien socializar la incomodidad, aunque el sufrimiento o la muerte ajena no serán una barrera disuasoria para ellos. El coche-bomba, que es el ejemplo canónico del gran artefacto, se coloca con el fin de destruir edificios y, en ocasiones, asesinar a sus moradores. A veces, han puesto un coche-bomba contra objetivos turísticos.
El 19 de marzo de 2001, en Rosas, hicieron explotar uno contra el hotel Montecarlo, en un atentado que produjo la única víctima mortal de las campañas veraniegas de las dos organizaciones: el mosso d’esquadra Santos Santamaría Avendaño. Al año siguiente, ETA hizo coincidir en Santa Pola, sus atentados contra sus objetivos intemporales: el 4 de agosto, un coche-bomba cargado con 40 kilos de explosivos hizo explosión junto a la casa-cuartel de la localidad, acabando con las vidas del jubilado Cecilio Gallego Alaminos, que esperaba el autobús y de la niña de seis años Silvia Martínez Santiago, hija de un guardia civil, que jugaba junto a su casa.
La bomba-lapa es lo que, con impropia terminología, podríamos considerar un pequeño artefacto o una bomba de escasa potencia por la carga de explosivo que contiene. Su objetivo, sin embargo, es siempre letal. Los terroristas pretenden en todos los casos asesinar al conductor bajo cuyo asiento la colocan. Este año, por si las localidades turísticas no hubiesen notado la crisis, ETA ha venido a reforzarla.
Santiago González, EL MUNDO, 21/7/2008