Óperas

JON JUARISTI, ABC 02/06/2013

Jon Juaristi
Jon Juaristi

· El público nacionalista se comporta de igual manera en el fútbol y en la ópera (lo que indica que no los distingue).

EL abucheo a los Príncipes de Asturias a su entrada en el palco principal del Teatro del Liceo tiene algo de celuloide rancio, como muchos cinéfilos no habrán dejado de observar. En efecto, estaba perfectamente planeado como un remedo de aquella escena de El destino

deSisi (tercera parte de la trilogía sobre la vida de Isabel de Baviera, que dirigió entre 1955 y 1957 el austriaco Ernst Marischka), en la que el coro de la Scala de Milán recibe a la joven emperatriz (Romy Schneider) y a su marido, Francisco José (Karlheinz Böhm), entonando el Va,Pensiero, de Verdi: el canto de los esclavos hebreos de la ópera Nabucco, que se había convertido en uno de los himnos oficiosos de los nacionalistas italianos.

El episodio, que todavía se considera histórico en Italia, es totalmente apócrifo, un caso flagrante de invención de una tradición nacionalista, y pudo surgir de un juego amable entre Marischka y Luchino Visconti, que tres años antes, en 1954, había trasladado a la pantalla Senso, un relato de Camillo Boito. Como se recordará, al comienzo de la película de Visconti, los nacionalistas italianos boicotean una representación de Il Trovatore en La Fenice, lanzando sobre los oficiales austriacos que asisten a la misma un cargamento de panfletos impresos en octavillas rojas, blancas y verdes. Al canto de los esclavos corresponde en este caso el aria de Manrico (Manrique en la historia original, Eltrovador, de nuestro Antonio García Gutiérrez), Senso di quella pira l’orrendo fuoco, otra marsellesa operística del Risorgimento.

La pareja imperial austriaca pasó en el norte de Italia el invierno de 1856 a 1857, alojándose sucesivamente en sendos palacios de Milán y Venecia. La acogida que se les tributó fue más bien gélida, pero sin desafíos musicales. La nobleza lombarda no acudió a la función de gala del teatro milanés, pero envió a sus criados vestidos con los trajes más viejos y raídos de los guardarropas señoriales. En La Fenice, los venecianos se limitaron a dejar los palcos ostensiblemente vacíos. Marischka concluyó su trilogía con una escena falsa, cursi y consoladora: el encuentro de Sisi y su hija Sofía –que moriría ese año de 1857– en la plaza de San Marcos, en medio de las aclamaciones de las muchedumbres venecianas a «la mamma» de la criatura.

La burguesía nacionalista de Cataluña, tan austrohúngara ella, soporta una imaginación propia a la medida de las empalagosas películas de Marischka (la verdadera historia de Sisí, hasta su muerte a manos de un anarquista italiano, fue mucho más desgraciada y sórdida de lo que sugerían aquéllas). La imaginación nacionalista es una imaginación sentimental mediante la que la comunidad se identifica con los condenados de la tierra como, por ejemplo, los esclavos hebreos de Nabucco. Así lo hizo la burguesía italiana bajo la dominación habsbúrguica (en el norte) y borbónica (en el sur), pero disponía de un Verdi, alguien capaz de transformar la autocompasión en épica. La cultura nacionalista catalana, embotada por el exceso de subvención, no tiene a nadie comparable que oponer a la hegemonía española y, por eso, a la hora de la verdad sustituye el Va, Pensierooel Sensodique

lla pira por el berrido del hooligan. Una burguesía nacionalista que, en sus reacciones pavlovianas a la presencia del Rey o del Príncipe, se comporta de igual manera en el Nou Camp y en el Liceo, es que lo ignora todo de los contextos culturales. Se trata de una comunidad primitiva que no distingue el fútbol de la ópera. Entonces, ¿a qué viene fingir que disfruta con Donizetti si hasta la sardana rebasa sus disposiciones espirituales?

JON JUARISTI, ABC 02/06/2013