FERNANDO VALLESPÍN-EL PAÍS
- ¿Qué sostiene a este Estado, qué lo cohesiona? Nada. Ni siquiera el simbolismo unificador de la Corona, sujeta a una operación de derrumbe o instrumentalizada por intereses partidistas
Si a Cataluña solo le interesa Cataluña, y a Madrid solo le interesa Madrid; si Galicia se encapsula en su liderazgo regionalista, o Andalucía ―desde luego el País Vasco―; si Murcia se convierte en una subasta de cargos; si los titulares del poder central se sustentan sobre quienes no creen en un poder central; si, en definitiva, nadie piensa más que en mantenerse en el poder, cada cual en su chiringuito, ¿qué sostiene a este Estado, qué lo cohesiona? Nada. Ni siquiera el simbolismo unificador de la Corona, sujeta a una operación de derrumbe o instrumentalizada por intereses partidistas.
La parte positiva del sainete político al que hemos asistido esta semana es que ha permitido que todo esto salga a la luz. También, que carecemos de alternativa, que el Gobierno carece de oposición viable. A España ya solo le queda un único partido de ámbito nacional, el PSOE. El PP ha preferido conservar el poder allí donde lo ocupa antes que preocuparse por construir dicha alternativa. Huérfana la derecha españolista en Cataluña y el País Vasco, dos regiones fundamentales, elige ahora la peor opción, abrazarse a la extrema derecha. Es condenarse a no conseguir jamás una mayoría de escaños y a no poder pactar sino consigo misma. Mejor pájaro en mano, el actual poder territorial, que aspirar a tener un proyecto nacional a medio plazo. No es lo que interesa al país, ése que tanto afirman amar, sino a estos dirigentes concretos.
Ciudadanos se suicida y sus restos acabarán poniéndose al servicio de quien consiga mantener sus cargos supervivientes. Fuera de ellos hace demasiado frío. Otra cosa son sus votantes, condenados al exilio interior en la polis. Las posiciones de centro han sido engullidas ya por la irresistible atracción de los polos. Y Madrid ofrece el paradigma perfecto. Allí se ensayará la batalla definitiva por expulsarlo del todo y por conseguir la unificación de la derecha desde su corrimiento hacia su lado más extremo. Resulta, sin embargo, que en contra de lo pretendido por Ayuso, España no es Madrid. Y está por ver si Madrid es el Madrid que ella nos trata de vender. Pero para cuando el PP se dé cuenta ya será demasiado tarde: a ver quién se hará cargo de lo que permanezca de él.
La impresión que queda es que aquí no lidera nadie y que nadie tiene un verdadero proyecto de país. No pueden tenerlo, porque nuestros políticos prefieren anteponer sus intereses concretos, sus pequeñas ambiciones personales, a los intereses de la generalidad. Importa más la marrullería y los beneficios cortoplacistas que el sacrificio por lo público. Siempre con las excepciones de rigor, claro. En condiciones normales este espectáculo hasta sería divertido de contemplar; bajo estas circunstancias de crisis extrema es impúdico. La insoportable levedad de nuestros dirigentes contrasta cada vez más con el peso de los desafíos que hemos de afrontar. Nos jugamos el futuro, y para ello no queda más remedio que hacer acopio de fuerzas; sumar, no dividir. Pero ellos están en la balcanización. Y lo malo es que arrastran también a sus seguidores. Una sociedad polarizada, regional e ideológicamente, al final deviene ingobernable e incapaz de satisfacer sus fines colectivos. Estamos jugando con fuego.