Un cadáver naranja

 

La presidenta de Ciudadanos es un cadáver político. Inés Arrimadas tiene una característica esencial: la extraordinaria sinceridad con la que miente. Solo dos ejemplos: Ante la moción de Abascal dijo que quien tal hiciera en la pandemia “es un irresponsable y tiene un problema moral”. Ella en Murcia. Y sobre Pedro Sánchez: “Ciudadanos no puede pactar con quien ha pactado con Torra, con Bildu y con Puigdemont”. Esto, mientras se ofrecía gentilmente a un Sánchez que no paraba de despreciarla, incluso para darle la razón a Rufián: “Cs no se ha salido de la foto de Colón”(10-9-20) o atribuyéndole palabras que no ha dicho: “¿Va a hablar de la banda de Sánchez?” (24-2-21), hallazgo de Rivera que no estaba muy errado.

En Murcia propuso a una candidata con solo seis diputados, mientras el PP a abatir y el PSOE que la apoyaba, tenían tres veces más. Se trataba de hacer frente a la corrupción con un partido cuyo secretario general está imputado por prevaricación. La candidata era la consejera de Empresa que no declaró su vínculo con una empresa familiar y que encabezó una moción de censura contra el Gobierno del que forma parte. Bueno es lo que hacen a menudo el galápago macho y sus sicarios, aunque en tono menor.

Inés Arrimadas ocultó la moción de censura a su Ejecutiva. Los seis parlamentarios naranja firmaron la moción, para desdecirse luego la mitad. Era enternecedor oír ayer a Isabel Franco admitir que la había suscrito por disciplina de partido, pero no para darle el Gobierno de Murcia a Sánchez. ¿De qué creería que se trataba la buena mujer?

Moncloa y Ciudadanos han respondido con armonía. “Tamayazo”, han dicho los socialistas y repetía Escolar con entusiasmo. “Les han comprado”, acusaba Cs, que viene a ser lo mismo. Han pasado 18 años del tamayazo, sin que se pudiera demostrar que las ausencias de Tamayo y Sáez fuesen compradas. La SER no ha parado de investigar el tema sin encontrar la menor pista de la pasta.

Tengo para mí que Inés veía a su partido en vía de descomposición y que ya solo esperaba  ser ministra, aunque fuera de Sánchez. Total, si tiene a la marquesa de Galapagar, a él qué más le da. No sé cuánta acritud va a percibir en la Ejecutiva del lunes, donde le van a reprochar no tanto la perversa operación como el ridículo, que se suma al de Madrid, donde el pobre Aguado ha perdido su futuro y el PSOE ha disparatado con la pretensión de que su moción de censura se imponga retroactivamente  a una disolución acordada antes. ¿No se darán cuenta de que si eso fuera posible se quitaría a los presidentes su muy constitucional prerrogativa de disolver las cámaras? Seguramente sí, pero no les importa, solo quieren hacer ruido. Mañana se lo aclarará el TSJ.

Arrimadas debería dimitir. La política española ha alcanzado niveles grotescos desde que Sánchez accediera al poder sentado en una moción de censura de dudosa legitimidad, ah, el juez de Prada. Por cierto, Ciudadanos fue factor necesario, aunque luego votó en contra. Nuestra izquierda cree que las mociones de censura son el procedimiento democrático para llegar al poder, no las elecciones, como demuestra el hecho de que esta semana hayan presentado cuatro. Tres han fracasado y lo hará la de Castilla y León, salvo que Cs la suscriba a la desesperada o consigan a tres tránsfugas.