OREJERAS

ABC-IGNACIO CAMACHO

Para estigmatizar los pactos con Vox con un mínimo crédito, el Gobierno tiene que mirarse antes en el espejo

EN Andalucía, y tal vez pronto en España entera, el PSOE va a tener un serio problema para satanizar los pactos del centro-derecha con Vox mientras el Gobierno tiende puentes a toda clase de fuerzas enemigas de la Constitución, de la Corona, de la integridad territorial y hasta del sistema. Ese doble rasero es demasiado tosco para cualquiera que no enjuicie la política con lo que Vargas Llosa llamó un sectarismo de orejeras. Podrá funcionar entre los más irreductibles como primario argumento de autodefensa pero no alcanza para armar nada parecido a una estrategia. Incluso es difícil que los propios barones socialistas se lo crean porque ellos han sido los primeros en denunciar las peligrosas alianzas de su líder, aunque lo hayan hecho con la boca pequeña. Se saben presos de la evidencia de que su partido está en el poder por una componenda con la extrema izquierda, los separatistas catalanes y los herederos de ETA. Esa circunstancia resta todo crédito a sus quejas. Y no van a encontrar en Vox una propuesta más radical que las del bloque en que el presidente apoya su voluntad de permanencia.

Nadie puede, por ejemplo, acusar a la nueva formación derechista de xenófoba sin soslayar que entre los dirigentes públicos actuales no hay ninguno más xenófobo que Torra, al que Sánchez, tras compararlo con Le Pen, acaba de extender una alfombra. Nadie tiene derecho a anatematizar la intención de acabar con la España autonómica mientras los socios preferentes del Gabinete reclamen con naturalidad la autodeterminación de las regiones españolas. Nadie está en condiciones de reclamar el aislamiento de una facción incómoda al tiempo que predica el diálogo con otras que se han saltado las más elementales normas. El bando constitucionalista se ha encogido porque los socialdemócratas lo han abandonado de manera poco decorosa y ese desplazamiento voluntario provoca un clima político de tensiones antagónicas. Fue una decisión deliberada y lo que no vale ahora es culpar sólo al adversario de haber quebrado la concordia.

Claro que sería mucho mejor recuperar el consenso, ampliar los espacios de la moderación, de la responsabilidad y del mutuo respeto, frenar el creciente auge de los discursos extremos. Pero ése es un esfuerzo que requiere predicar con el ejemplo, cerrar el paso a los populismos inflamados, devolver el eje del debate a una posición ecléctica de centro en la que siempre se ha reconocido la mayoría del pueblo. Es decir, justo lo contrario de lo que este presidente está haciendo al buscar el respaldo de los secesionistas y de Podemos. La aparición de Vox no es más que una consecuencia previsible de ese modelo: una respuesta drástica, de hartazgo y de contrapeso, a esa escalada intencional de enfrentamiento. Y para estigmatizarla con una cierta autoridad moral, con una mínima ecuanimidad de criterio, hay que mirarse antes en el espejo.